Otra ciudad, las mismas calles.

En Buenos Aires laten múltiples ciudades, hechas de rincones sin apuro ni rentabilidad, pobladas por gente que sale cada día al encuentro de otra gente y no a la conquista de las cosas, gente que enfrenta su dolor o expresa su alegría con propuestas, sin el auxilio que dan las vidrieras para calmar el vacío de tanta vida intrascendente. Y es casi lógico que entre el miedo, las billeteras y los relojes, y tantos paramecios ostentando sus frágiles conquistas materiales, surja la poesía de los escombros, que es, casi por naturaleza, su lugar de nacimiento. De la mugre nacen las certezas y las cosas verdaderas.

Diego Arbit es uno de mis terroristas favoritos. Al menos en la Ciudad de Buenos Aires. Tiene todos los atributos que debe reunir una amenaza social respetable, un enemigo público decente, una especie de cimarrón de nuestros tiempos, que en el ejercicio de su resistencia cotidiana debilita al sistema productivo de una sociedad en decadencia. Él es escritor, pero de los que quieren escribir, no de los que quieren ser escritores. Para colmo de males, no lo auspicia ningún sello editorial, es decir que es un creador independiente. Y en un extremo de fanática herejía, no sólo es un peatón sin automóvil estacionado (¡¡y eso que alcanzó los treinta!!), sino que tampoco trabaja en relación de dependencia.

Cada noche atenta contra la vida que debemos llevar, caminando las calles de nuestra ciudad, de bar en bar, no en busca de las sonrisas vacías que dan los tragos, sino ofreciendo sus libros a quien quiera leerlos, como un aliciente a tanta falta de coraje, a tanta escasez de ideas. Basta arrancar con una de sus obras para no parar de leerla. Es una caída libre que no cesa, y uno se lamenta a medida que avanza porque tanta búsqueda insolente, tanta creación irrespetuosa, es un lujo que no debería terminarse. Arbit es una trompada inesperada que llega en la oscuridad, un desierto intranquilo de silencios alarmantes. El oscuro designio de Diego es a la vez el luminoso motivo de su arte: él ha hecho de vivir y resistir un mismo verbo. Y no se toma el trabajo de ambientar las escenas o describir los paisajes. Lo que urge en Diego es exorcizar violentamente los demonios que nos arrastran a una cotidianeidad cada vez más oscura, donde los cuerpos fuman almas y los ojos son ventanas al vacío. La pasión sísmica de Arbit está inseparablemente vinculada al poderoso afán de recuperar la humanidad que perdimos.

Él no está solo. Pertenece a una generación de nuevos escritores que no quieren transformar su palabra en un producto de mercado, sino que la conciben como una herramienta para estar junto a los demás. No escribe "para" los otros, como nuestros fosilizados intelectuales de opereta, sino "desde" los otros, "entre" los otros que somos nosotros.

Si estás tomando un trago en algún bar de Palermo y alguien deja un libro en tu mesa, no le des la espalda, no le niegues la mirada. Dale tu voz, estirale tu mano. Devolvele el favor que nos está haciendo.


-------------------------------------------------------------------------------


Cuando supe de la existencia de Diego Arbit, no dudé en escribirle. Y entre idas y vueltas, encuentros y correos, él escogió uno de mis textos y lo incluyó en sus libros a manera de prólogo. Fue así que me dio la satisfacción de asociar mis palabras a sus obras.
Ésta es la introducción que figura en esas páginas:


"Cuando me fui de tu casa me quedé pensando bastante en la descripción que hiciste del personaje de tu obra. A mi modo de ver, deberías tener más cuidado en dar esas opiniones tan aventuradas y desconsideradas al Diego de tus libros. Pero, bueno, creo que uno escribe para expulsar del cuerpo siniestras pesadillas, para acariciar las playas que como náufragos anhelamos alcanzar. Si pudieras explicar en diez o quince minutos los atributos de tus personajes, quizás tus obras no tendrían sentido. La ambigüedad y la contradicción tal vez sea lo que más nos caracteriza como personas, y quizás la creación exista para poder purgar tanto combate dentro nuestro, tanta lucha con uno mismo. Ésa es la particular cualidad del arte: que está hecho para sentirlo y no para explicarlo. Y ahora que escribiste "Muchos nenes muertos", y ahora que escribiste "En las paredes de la fábrica de hombres", y ahora que escribiste "Empiezo a caminar en círculos", y ahora que escribiste "Soy todo ojos mirando", tenés una proyección al mundo que te exonera de explicarte a vos mismo. Estás eximido de describirte. Quien quiera saber de vos, incluso vos mismo, deberá leer tus libros y no habrá una respuesta unívoca sobre tu persona, porque en tus libros se despliegan todas tus dimensiones, tus ganas de vivir y de morir, tus ganas de abrazar y de matar, porque toda obra verdadera es autobiográfica y el Diego Arbit de las obras no es el Diego Arbit real sino apenas un pequeño atributo de él. El Diego real está disuelto en Selaya, en Marquitos el stone, en Noemí y hasta en Casandra Ballenato. Que cada uno vea lo que Diego volcó de sí mismo en cada uno de ellos.

"Con respecto a tu opinión, no creo que siquiera logres acertar ni por asomo lo que es el personaje cuando decís que es un loco que elige la salida individual. Y me resultó muy extraño que vos mismo lo digas, que lo creaste después de tantas noches sin dormir, después de tanta ciudad a pie, después de tanta germinación y vaya a saber uno cuántas dudas. Primero que nada, lo que define a un loco es su desconexión con la realidad, no necesariamente total sino que puede ser parcial o relativa. Y justamente aquí reside la esencia de mi crítica: todas y cada una de las actitudes del Diego de tu obra nacen de su visceral contacto con el mundo que lo rodea, de la aguda profundidad de su conciencia ante las cosas que percibe, de su hipersensibilidad ante la miseria, la alienación y el desamparo. La locura que le atribuís a él, es la misma locura que la sociedad atribuyó a Artaud y a Van Gogh para desentenderse de su propia brutalidad e hipocresía. Si alguien mata, la sociedad lo encierra y a otra cosa. Si alguien roba (siempre que sea pobre), la sociedad lo condena y a otro tema. Si alguien repudia la realidad y propone otro mundo posible, se lo medica y listo.

"Nunca nadie percibe que la soledad es la más concreta y terrible denuncia a la sociedad que hemos creado. Nadie nunca indaga las razones del desequilibrio emocional de las personas. El sistema cae en estampida con toda su jauría de burócratas, con toda la horda de agentes despiadados y arremete contra un individuo que se niega a formar parte de esta bazofia de mundo. El culpable siempre es la persona que denuncia. Cuando todos son cómplices del crimen, el testigo es peligroso y debe ser eliminado.

"Diego Arbit-ficción no es ningún loco. Diego Arbit-ficción no elige ninguna salida individual. Diego está enojado porque está triste, y está triste porque está enojado, porque la realidad le abre grietas en el cuerpo y va cavando huellas fatales en su carne. Él hace violentas descargas de furia, es cierto; tiene engorrosos altibajos emocionales, es cierto, pero ése es el noble y verdadero testimonio de estar vivo. Es el inevitable precio de la resistencia heroica en un mundo enfermo e insensible. Es la prueba de su humanidad, porque el ser no tiene interioridad antes de la angustia. Sólo de la desesperación puede surgir la auténtica esperanza. Diego no sólo maldice, calumnia y denigra. También abre las incontenibles represas de su amor hacia los otros.

"Salida individual es laburar en Microsoft, es laburar en Telefónica y que se venga el mundo abajo, abrir el culo y transar con todo el mundo, comprarse un teléfono celular, ir a mirar vidrieras, felicitar a los demás cuando se compran un auto. Pero no es una salida individual escribir libros y salir a venderlos, no es una salida individual ir en busca de los demás, no es una salida individual no querer ser cómplice del destierro y la avaricia que nos proponen a diario, no es una salida individual elegir la poesía cada día. No es una salida individual cuando la rutina tiene vergüenza de mirarnos a los ojos porque nos hemos dado cuenta de lo que ha hecho con los otros. Porque no se puede ser neutral, Arbit-ficción toma el camino de la desesperación, quizás sin elegirla.

"La canción de los Redondos dice: "Si el perro es manso come la bazofia y no dice nada. Le cuentan con un palo las costillas a carcajadas". Y Diego no come la bazofia, y si la come, tiene algo que decir. A veces con ironía, a veces con sarcasmo, Diego se transforma en un agudo testigo de los tiempos que corren. Arbit-ficción se desangra en incontenibles convulsiones. Maldice a los hacedores de la infamia y a sus cómplices. Reacciona ante la injusticia, le da bronca los hijos de puta, rescata la poesía de rincones mugrientos y olvidados, desempolva las palabras de los seres marginales, arrinconados en sótanos hediondos, y los echa a andar, hamacándolos en versos que nos danzan, y nos regala las luces y las calles de una ciudad hija de puta y hermosa, trémula y fecunda, cándida y horrorosa, cálidamente mortal, asquerosamente dulce."























.