Las cortaderas

Tiempos difíciles para los campesinos de Córdoba. La soja se ha transformado por excelencia en la estrella del agro. La soja: el cultivo que desprecia la vida y el trabajo; el yuyo que abarca y devora, que sólo crece entre venenos y máquinas, que expulsa a los hombres y arrasa los ecosistemas.


Prosperidad de unos pocos, pobreza para unos cuantos. ¿A qué sabe este nuevo auge del campo? El progreso que irriga los grandes latifundios, ahoga a los pequeños productores que sufren las consecuencias. El país que abrió las fronteras a los campesinos de las más diversas latitudes para poblar sus extensos territorios, actualmente los expulsa porque ya no sirven.



El progreso económico del país no siempre se lleva bien con la gente. La realidad sojera que ha revolucionado las arcas del Estado y el bolsillo de grandes latifundistas, está aniquilando a los campesinos tradicionales. El nuevo yuyo crece hasta en suelos pobres, y el valor de la tierra se ha disparado violentamente frente a la posibilidad de multiplicar riqueza en poco tiempo. Los grandes capitales se han lanzado sobre el campo con los dientes afilados. Y junto al dinero marchan los doctores en leyes, las instituciones, la policía y los matones.



¿A quién le va bien cuando al dinero le va bien? ¿Por qué sólo el mercado es libre?
Frente a esta gran prosperidad del campo, los campesinos se han convertido en delincuentes por habitar la tierra donde viven. De la noche a la mañana, los abogados se han puesto a investigar si los trabajadores rurales tienen escritura de la tierra que habitan desde hace generaciones.



Los grandes inversionistas, que se mantuvieron ocupados en otros temas durante los años del menemismo, de repente se han sentido interesados por el agro y se han mudado al campo. Y a los empresarios del campo no les gusta la gente del campo. No quieren vecinos estos nuevos vecinos recién llegados. A pesar de que no utilizan el monte de algarrobo, cercan sus campos o matan a las cabras que consiguen entrar para pastar. Y sin donde obtener alimento necesario, las chivas pierden peso y se debiltan, enferman y mueren.



Muchos productores han cedido a las presiones y a los desalojos silenciosos. Y en tan desesperante situación han vendido todo por poco dinero para ir a engrosar los suburbios de las ciudades cercanas.



En otros casos, los desalojos no han sido nada silenciosos y los campesinos han sido expulsados a fuerza de topadora y policía, abogados y jueces al servicio de quien más paga.



Y allá están los campesinos que se van a las ciudades, viviendo en la calle o levantando casas de chapas en las villas de la periferia, trabajando lejos de su tierra en changas temporales que no alcanzan para nada. Y aquí están los campesinos que se quedan, cavando pozos para extraer agua, usando paneles solares que el Movimiento Campesino de Córdoba debe conseguir porque la electricidad no llega a estos rincones olvidados que ni siquiera aparecen en el mapa. Allí trabajan arrinconados en espacios cada vez más inhóspitos, cada vez más encerrados por los alambres que todo lo cercan.



A pocos kilómetros de las grandes ciudades, viven sin los servicios que en las urbes se consideran esenciales. En condiciones extremas han tenido la fuerza de trabajar la tierra, hacer el aljibe, criar animales, tender el alambrado, levantar la casa y los corrales. Pero la Constitución no los ampara y nadie les reconoce el esfuerzo. Viene un abogado asociado a un terrateniente y mediante una utilización astuta y macabra de las leyes, desaloja al campesino y se queda con su tierra.




Sin embargo, la gran mayoría de pobladores rurales ejercitan cotidianamente su porfiada resistencia en la tierra donde nacieron. Y así, de a dos, de a cinco, de a diez, van conformando un tejido, una red que los agrupa. Como las palabras, toman sentido cuando se juntan. Y así van cobrando cuerpo y color, vida y aliento.



La comunidad de Las Cortaderas es la más des-campesinizada de Traslasierra. 47 familias se distribuyen en un territorio que no supera las 500 hectáreas, un número excesivamente escaso como para pretender que esta gente viva con sus propios recursos. Todos deben buscar empleo fuera de su campo. Algunos trabajan en la cosecha de la papa, otros cuidan la hacienda y el ganado ajeno.



Algunos se nuclean en la Unión Campesina de Traslasierra, y desde allí defienden su tierra, difunden las problemáticas que los aquejan, consiguen medios e instrumentos para facilitar las tareas rurales, pelean el precio de sus productos, trabajan comunitariamente, generan espacios de encuentro, gestionan recursos, deciden en asamblea, arman talleres de salud y formación en distintas actividades.





Hace un tiempo la comunidad fue visitada por la gente de Córdoba Ciencia, el órgano de Ciencia y Tecnología del Gobierno de la Provincia de Córdoba, cuya misión es, según sus propias palabras, "diseñar, gestionar y evaluar las estrategias y políticas en ciencia, tecnología e innovación, promoviendo sistemáticamente valores, programas y acciones integrales que se relacionen con respuestas -de calidad y pertinentes- a los problemas, necesidades, demandas e intereses de ciudadanos y organizaciones de la provincia y la región, a fin de contribuir a su desarrollo sustentable en lo humano, artístico-cultural, científico-tecnológico, económico-social y ambiental".



Vinieron a proponer un proyecto de producción de leche caprina "para ayudar a progresar a los campesinos". Los trabajadores rurales debían tener en excelentes condiciones de higiene a las cabras, en corrales perfectos y ordeñadas a las seis de la mañana, llueva truene o relampaguee. Si cumplían esas condiciones, se les reconocería cincuenta centavos por litro de leche.



Los campesinos se negaron rotundamente a aceptar el proyecto, porque representaba una explotación descarada. El precio de leche caprina se vendía, en supermercados, a ochos pesos. Los trabajadores rurales preferían tirar la leche antes que engordar a estos chacales.
La respuesta de los integrantes de Córdoba Ciencia fue que los campesinos están condenados a desaparecer como los indios, porque se niegan al progreso y al desarrollo.



—Ustedes no tienen ambiciones. No quieren prosperar. ¿No les gustaría tener una moto, una 4x4, en vez de andar a caballo toda la vida?

—Los que no entienden son ustedes. Acá las realidades son otras. Cuando llueve, acá el barro nos llega hasta las rodillas. Cuando acá se inunda, de nada serviría su moto o su 4x4. ¿Sabe qué es lo único que puede sacarnos? El caballo. Así que lárguese a mudar y vuelva por donde vino.







Aferrados a sus tradiciones, los campesinos se organizan para resistir el desalojo y luchan por la reivindicación de la vida rural, por una defensa del campo para los campesinos. Así pelean por lo suyo, y demuestran que se puede perder todo, pero que la dignidad no se resigna.














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