Pasado y presente del pueblo toba

¿La civilización occidental?
No sería mala idea. (Gandhi)



A principios de septiembre de 2007, el defensor del Pueblo de la Nación, Eduardo Mondino, presentó ante la Corte Suprema de Justicia una demanda contra el Gobierno de la provincia de Chaco y contra el Estado nacional mediante la que exigió que se detuviera el exterminio silencioso, progresivo y sistemático de las comunidades aborígenes tobas. A la denuncia se sumó la voz de organismos defensores de los derechos sociales y medios de comunicación que dieron a conocer la muerte por desnutrición avanzada de varios indígenas chaqueños.
La noticia pronto cobró dimensión nacional e internacional, y numerosos medios viajaron al Chaco para informar acerca de la desesperante situación de pobreza y marginalidad en que se encuentra sumido gran parte del pueblo qom, arrinconado tras sucesivos exterminios, por décadas de postergación estatal y falta de atención, arrebato de tierras y su posterior entrega a grandes propietarios, con el consecuente arrasamiento de los montes de la región que tradicionalmente han brindado los recursos necesarios y han constituido la única posibilidad de sobrevivencia para gran parte de los tobas.

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Por unos días, todo el país dirigió su atención a la angustiante realidad en que vive uno de los pueblos indígenas más numerosos de nuestro territorio. Los diarios y canales de televisión exhibieron precarios ranchos de barro y cañas, techos de paja donde asolan las vinchucas, cuerpos escuálidos, chagásicos, tuberculosos, desnutridos al borde de la muerte, gente sin acceso al agua potable ni atención sanitaria, tomando agua de charcos turbios de donde también beben los animales, personas en el más vergonzoso estado de pobreza y abandono, en condiciones de extrema miseria.
Al poco tiempo, docenas de vehículos cargados principalmente de comestibles arribaron a la provincia del Nordeste argentino para distribuir toneladas de mercadería entre las comunidades más necesitadas. Las cajas contenían grasa, harina, salsa de tomate, aceite y algo más...



Nosotros pudimos ver la explosión mediática del suceso y las supuestas o pretendidas soluciones que arribaban a la provincia desde diversos rincones del país. Entonces comenzamos a preguntarnos si ese efímero y frágil asistencialismo paternalista sería una solución eficaz para cubrir los graves problemas estructurales existentes en la región. ¿Viven todos los tobas del Chaco en la situación difundida por los medios? ¿No es la caridad la mejor manera de prolongar la agonía? ¿Debemos lamentarnos compasivamente ante este supuesto destino fatal de las comunidades indígenas?

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Nosotros no viajamos hacia el norte para testimoniar lo que muchos querían conocer, informar o saber. Sólo nos encontrábamos ahí. Y pudimos ver.

Los toba qom
El pueblo toba conforma uno de los pueblos indígenas con mayor presencia actual en el territorio argentino. Sus integrantes se han diseminado históricamente por las actuales provincias argentinas de Chaco y Formosa -en torno a los ríos Bermejo y Pilcomayo- y parte del Chaco paraguayo. En el presente habitan principalmente el centro, norte y oeste de la provincia del Chaco, con alrededor de 65.000 integrantes.
Los tobas se han desarrollado tradicionalmente como una sociedad cazadora, pescadora y recolectora, es decir que se alimentaban de los animales que cazaban y de los frutos, semillas y raíces que recogían. Se desplazaban continuamente en busca del sustento, organizaban campamentos estacionales de acuerdo a los ciclos naturales y se trasladaban en grupos que no sobrepasaban el centenar de individuos, dirigidos por un cacique (líder o conductor), cuya autoridad no era absoluta y que a su vez era asesorado por un consejo de ancianos.
Su modo de vida trashumante les permitió desarrollar un refinado y exhaustivo conocimiento acerca de las propiedades medicinales y las cualidades nutritivas de gran cantidad de plantas, así como también lograron adquirir saberes esenciales sobre las características distintivas de cada árbol (sus hojas, su savia, su madera), el comportamiento de numerosas especies animales (reproducción, alimentación y migración), el régimen de los ríos y las transformaciónes del entorno de acuerdo a las estaciones del año.
Desarrollaron importantes mecanismos de regulación de las actividades predatorias, lo que les permitía vivir en armonioso equilibrio con el entorno natural, junto a la flora y fauna que lo habitaba.
La sociedad qom tradicional ha sido integrada por grupos autónomos de escasa diferenciación social y una división del trabajo simple, pero con un importante desarrollo tecnológico para la caza de animales.
Estos grupos no podían crecer demasiado porque las actividades que le proveían el sustento necesitaban de una gran extensión de territorio con abundantes recursos para abastecer adecuadamente a una sociedad de aproximadamente cincuenta individuos.
Como muchos pueblos que reunieron estas características, la vida cotidiana estaba regida fuertemente por pautas mágico religiosas, en las que el chamán (o piogonak) cumplía una función decisiva al interior de la comunidad, ya que centralizaba profundos conocimientos que le permitían interpretar las fuerzas naturales y brindar las necesarias soluciones a los desequilibrios sociales e individuales.

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Gran parte de sus creencias se han basado en mitos ancestrales, transmitidos oralmente de una generación a otra.
Los qom carecieron de nociones de propiedad privada y se desenvolvieron tradicionalmente mediante prácticas comunitarias de reciprocidad. Desarrollaron tareas colectivas que se complementaban fuertemente y conformaron un pueblo sin exclusión social, es decir que en sus grupos se manifestaba una sólida integración, aunque no sin falta de conflicto, porque no hay culturas santas.
Los tobas se integran a un conjunto más vasto de pueblos denominados guaycurúes, conformado también por los abipones, mbayaes, payaguaes, mocovíes y pilagás, con los cuales comparten algunos rasgos lingüísticos y determinadas pautas culturales.
Son de origen patagónido, y tras una larga migración que incluyó el desplazamiento de numerosos pueblos, llegaron al Gran Chaco en una fecha que oscilaría entre el 5000 y el 6000 a.C. (alrededor de 2000 años después de los wichís y 5000 años antes que los guaraníes).
Los tobas se denominan a sí mismos qom, que en su propio idioma, significa gente. Pero la palabra qom no sólo designa a los integrantes de su propio pueblo sino que también nombra a toda persona que forma parte de un grupo aborigen. La palabra toba es la designación (despectiva) que le adjudicaron los guaraníes, y que luego fue castellanizada por los nuevos pobladores. Sin embargo, a largo plazo, los propios qom adoptaron esta denominación y se llamaron a sí mismos toba qom para reconocerse ante otros pueblos indígenas.
Tras la llegada del conquistador español ocurrida en el siglo XVI, los tobas unificaron sus fuerzas en defensa de su libertad y ejercitaron una tenaz y prolongada resistencia al avance colonizador. Mientras numerosos pueblos aborígenes de América Latina fueron diezmados, sometidos y reducidos a una condición de servidumbre para realizar trabajos forzados en favor de los conquistadores, los tobas se mantuvieron en pie de guerra durante más de cuatrocientos años en defensa de su propia gente y el territorio que habitaban. Adoptaron el uso del caballo y se hicieron de armas que les permitieron ganar movilidad en su desplazamiento y adquirir efectividad en el combate, determinando de gran manera la expansión de la frontera española en el actual Nordeste Argentino, restringiendo la distribución y el crecimiento de las ciudades coloniales, y amenazando las rutas de comercio de la época.
Sólo hacia mediados de la década de 1880 pudo ser doblegada la resistencia armada de las comunidades. El extenso desgaste por los continuos enfrentamientos, las constantes incursiones de los ejércitos conquistadores, con el permanente financiamiento y refuerzo de tropas, las enfermedades que devastaban las poblaciones aborígenes (como tuberculosis y viruela, cólera y hepatitis), la superioridad en armas y la consolidación nacional del Estado argentino, con su rígida política de combatir las poblaciones indígenas que aún resistían, finalmente lograron reducir las fuerzas de los nativos. Algunas décadas más tarde, cuando transcurrían las primeras décadas del siglo XX, el Estado consolidó su presencia en la región.


La invisibilización
La consolidación del Estado argentino (hacia 1880) se inscribe entre los períodos más violentos de la historia del país. En esta fase, el Estado y la oligarquía latifundista instrumentan enormes matanzas y consuman violentos atropellos contra las últimas comunidades indígenas que aún resistían libres, tierra adentro, la entrada del colonizador.

El proceso de construcción de la nacionalidad y legitimación institucional del modelo requiere reforzar ciertos aspectos que se visualizan en las clases dominantes, a la vez que se invisibilizan o eliminan los rasgos culturales que rivalizan contra el discurso hegemónico de esos mismos sectores. Las clases más poderosas intentan imponer un modelo de país que les atribuye los principales privilegios, y de este modo se exaltan y vigorizan los rasgos del conquistador. Los blancos occidentales se atribuyen la misión de llevar la luz de la razón y civilizar un territorio habitado por pueblos primitivos, atrasados y salvajes. El hombre blanco supone traer un conocimiento mejor, plasmado en la razón, la ciencia, la tecnología y el progreso, y apoyado por la doctrina de la religión que él proclama verdadera.
Este imaginario, implementado en América a partir del siglo XVI con la llegada de los españoles al continente, fue utilizado en nuestro país a fines del siglo XIX por los ideólogos de las matanzas indígenas que el Estado argentino necesitaba realizar para arrebatar y conquistar los territorios que codiciaba ganar para el proyecto nacional latifundista y agro-exportador.
En este marco, el racismo es utilizado como herramienta de poder, como coartada de los atropellos, y como forma de naturalizar el orden que es necesario instrumentar para consolidar el dominio.
Gran parte de los intelectuales argentinos más destacados (hoy considerados próceres de la nación) ha despreciado el componente originario del territorio y propuso su directa eliminación. Sarmiento, el consagrado "padre de la educación", ha sido uno de los grandes promotores de la Argentina blanca, europea, católica y occidental. Su proyecto "civilizador" proponía implantar los patrones sociales existentes en Europa y construir una economía nacional articulada al mercado mundial como país productor de materias primas para las grandes potencias e importador de manufacturas desde esas mismas naciones. Según el recordado sanjuanino, cuanto más rasgos europeos tuviera nuestra sociedad, más posibilidades de progreso y desarrollo experimentaría el país. En ese marco se articuló su babilónico proyecto educativo.
La llamada generación de 1880, integrada por un grupo de intelectuales conservadores (con Julio Argentino Roca a la cabeza) formados políticamente en Europa, instauró el modelo político y económico que trazaría el imaginario social de la Argentina de las décadas siguientes. La fórmula que se impuso para el desarrollo fue Orden y progreso, en la cual se incluyó el plan de blanqueamiento de la población argentina: mantener en Orden a los más para que los menos experimenten el Progreso.
El desarrollo consistió en desnacionalizar el país. Lo propio fue condenado, mientras lo ajeno fue sacralizado. Civilización y barbarie fue la gran dicotomía. Civilizado era todo lo que venía de afuera, mientras lo bárbaro era toda aquella manifestación cultural proveniente del interior. Lo criollo, lo indígena, lo negro... se transformaron en componentes diabólicos que no tenían futuro en el proceso de organización nacional. La moderna y vanguardista Buenos Aires creció y se consolidó recibiendo con los brazos abiertos a lo foráneo, en detrimento a las tradiciones provinciales que se manifestaban en el interior del país.
Esta fórmula impuesta por el orden conservador fue continuada y agravada por las numerosas dictaduras que asolaron al país durante el siglo XX, siempre al servicio de los intereses políticos y económicos de las grandes potencias (Inglaterra primero, Estados Unidos después). En esta planificada maquinaria de servidumbre internacional, las clases privilegiadas se fortalecieron entregando el país a los intereses de las potencias mundiales, impidiendo y trabando los procesos históricos y sociales que favorecían la movilización social y la construcción de la identidad argentina. El racismo y la discriminación actualmente imperantes son consecuencia de la absorción social de este imaginario impuesto por los sectores dominantes a través de la educación, las políticas públicas y los medios de comunicación.
Como resultado de lo anterior, la sociedad argentina del presente se ve a sí misma como una nación conformada principalmente por inmigrantes europeos y desconoce la compleja raigambre étnica que conforma a su población. La gran mayoría de los argentinos se cree muy diferente al resto de los países latinoamericanos, porque ignora la numerosa presencia de los pueblos indígenas distribuidas en el interior del territorio. Nuestra sociedad cree que los indios sólo están en los museos y que no existen en la realidad. Los libros y manuales clásicos los ningunean y ninguna plaza o avenida lleva sus nombres. Ningún espacio público los nombra. Los monumentos, las estatuas y demás emblemas de la memoria no los recuerdan. A lo sumo, algunos argentinos los perciben como un raro pintoresquismo sobreviviente de los primeros hombres americanos, salvajes y primitivos, habitantes de algún lejano y perdido rincón del país.

El desarraigo
Tras el proceso de conquista, el pueblo toba fue despojado de sus tierras ancestrales y se vio forzado a adoptar un estilo de vida que le era ajeno, con el consecuente y violento descalabro de su cosmogonía, y el trastocamiento de sus costumbres, tradiciones y organización social.



El Estado y las primeras iglesias delinearon entre los nativos nuevas creencias y rasgos de conducta. Sus prácticas religiosas y de salud fueron condenadas. Sus mitos y rituales fueron censurados, sus actividades de caza y pesca fueron prohibidas; y se les impuso una conversión de su economía cazadora recolectora (y por lo tanto trashumante) a un modo de organización sedentaria (que conlleva principalmente la cría de animales y la práctica de la agricultura de subsistencia en un lugar establecido) con el fin de reclutarlos para las cosechas de los principales cultivos regionales.
El aluvión de inmigrantes provocó un eventual “blanqueamiento” social que desplazó simbólicamente a la población indígena, conforme al proyecto europeizador que las elites políticas conservadoras proyectaron para nuestro país. En este proceso, las tierras fueron distribuidas a colonos criollos e inmigrantes, y en un marco de profundo racismo y discriminación, fue gestándose una sociedad tan compleja como heterogénea, atravesada por un abismo de incomprensión e intolerancia.
El proceso de conquista fue continuado y agravado por una política de exclusión sistemática.
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Expulsados de su patria histórica, los indígenas tampoco fueron aceptados en la nueva sociedad. El Estado les negó toda forma de asimilación y participación, y no hubo lugar para ellos, salvo como mano de obra barata en los nuevos engranajes productivos.
Mientras los indígenas eran vistos como símbolos del atraso y la barbarie, los colonos ocupaban la región de acuerdo a las pautas estatales de poblamiento: recibían tierras y facilidades del Estado, desarrollaban actividades productivas y comerciales, y ejercían cargos administrativos y de gobierno, atribuyéndose la función mesiánica del progreso regional, en nombre del trabajo, el desarrollo y la civilización.



Tras la usurpación de sus territorios y el despojo de sus recursos, muchos tobas se transformaron en peones rurales. Trabajaron en los ingenios, en los obrajes, en las compañías forestales y en la cosecha del algodón, siempre subsistiendo en infrahumanas condiciones de explotación, sin acceso a los servicios básicos, realizando las actividades más insalubres, percibiendo bajísimos salarios, en jornadas interminables, durmiendo hacinados en cuartos precarios, siempre en beneficio de los emprendimientos productivos establecidos por el blanco, sufriendo matanzas y persecuciones si se manifestaban en rebeldía o expresaban su descontento.
Los niños que iban a la escuela recibían instrucción en un idioma que no les era propio y en las clases se les relataba una historia donde a sus ancestros sólo les cabía el papel de salvajes.
A lo largo del siglo XX, las comunidades indígenas fueron cayendo en un grado de postergación tal que gran parte de su población fue presa de la desnutrición, la tuberculosis y el chagas, con el terrible agravante de una sistemática falta de asistencia por parte del Estado. Los sucesivos gobiernos les han negado sistemáticamente el acceso a la salud, al trabajo, a la vivienda, les han usurpado los recursos, y ante la muerte de los aborígenes, el Estado se desentiende de toda responsabilidad: "Yo no los maté", dice, mientras desatiende sus propias obligaciones y viola las propias leyes que lo determinan como representante oficial de todos los ciudadanos del territorio argentino.

El desierto verde
Aunque la usurpación de tierras y el avance de las fronteras colonizadoras es un hecho que amenaza a las sociedades indígenas desde la misma época de la conquista, la problemática experimentó un incremento notable durante la década de 1990, cuando las empresas dedicadas a los negocios agrícolas desarrollaron productos de siembra con capacidad de crecer en lugares anteriormente adversos a causa del calor, la falta de agua y las características del suelo. Fue entonces cuando comenzó la fiebre de soja y los terratenientes empezaron a elaborar estrategias para hacerse de esas tierras a cualquier precio.
El Foro Multisectorial por la Tierra del Chaco, conformado por un colectivo de organizaciones sociales, ha afirmado que en el año 1995 existían en la provincia de Chaco 3,9 millones de hectáreas fiscales. Doce años después, sólo quedan 660.000. De acuerdo a la Constitución provincial, dichas tierras deberían haber sido otorgadas a quienes la ocupaban tradicionalmente, es decir a las comunidades indígenas o a criollos que desarrollan actividades rurales, pero lo que sucedió fue algo muy distinto: las tierras fueron vendidas (en ocasiones con los propios indígenas adentro) a empresarios madereros y sojeros, principales responsables de la drástica reducción de los montes ocurrida durante la última década. De acuerdo a la zona, en los últimos diez años ha desaparecido entre el 30 y 60 % del bosque nativo. En 2004, la propia Secretaría de Medio Ambiente de la Nación ya alertaba sobre los desmontes causados por la expansión de los cultivos de soja, el avance de la frontera agrícola y la tala indiscriminada. En los últimos 70 años, la provincia de Chaco ha perdido más de 30 mil kilómetros cuadrados de bosque nativo. Y si las políticas vigentes continúan, todo indica que la tendencia seguirá en incremento.
El monte ya no es el antiguo vergel de recursos que brindaba alimentos y medicinas, que permitía la vida y la hacía posible. Van desapareciendo los árboles que han acompañado las tradiciones y los mitos del pueblo toba. Hay menos lapachos, menos algarrobos, menos itines, menos quebrachos. Disminuyen las especies animales y vegetales, mo hay más marisca, se restringe la pesca. Las abejas, que tradicionalmente han formado parte sustancial de la economía y la alimentación toba, huyen a otros sitios a causa del desmonte. Y sin el entorno natural que históricamente ha albergado a los qom, tampoco surgen más piogonak (o sabios). La depredación avanza y la gente no tiene sustento. Sólo quedan los planes sociales y los bolsones de comida que hacen a los miembros de la comunidad presas del clientelismo político.

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Numerosas familias han sido desplazadas de los campos que habitaban. Muchas de ellas producían algodón, pero con el avance de la patria sojera este cultivo ha disminuido considerablemente (de 700.000 a 100.000 hectáreas), afectado además por su baja cotización internacional, inundaciones y sequías.



Muchos hogares viven de los ingresos que otorga la artesanía. Hacen piezas de barro o en hoja de palma y los venden al costado de la ruta o en los principales pueblos y ciudades. Confeccionan sombreros y canastos de palma, o máscaras, rosarios, mulitas y lechuzas de barro. La palmas son cada vez más difíciles de conseguir, porque desaparecen con los desmontes y quemazones o son inaccesibles por los alambrados que circundan las enormes propiedades latifundistas. Los trabajos en palma requieren un refinado y exhaustivo trabajo artesanal que lleva alrededor de tres o más días. Por ellos le dan a lo sumo 10 pesos. Diez pesos por tres o más días de trabajo. "Son vagos. No quieren trabajar", dicen algunos.

"Se hacen las víctimas"
Los caminos de ripio que unen las comunidades no son transitados por colectivos de transporte público, y sólo en unos pocos trayectos circulan ómnibus de empresas privadas.

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Para movilizarnos por la región apelamos al tradicional recurso de levantar el pulgar a la espera de que algún vehículo nos alcance hasta el lugar que ansiamos llegar. La mayoría de los conductores que nos levantan, tan solidarios con nosotros, demuestran un profundo desprecio hacia los indígenas locales, expresando las frases más despectivas hacia los tobas de la región. Del mismo modo, muchos criollos e inmigrantes gringos que habitan las poblaciones, lejos de intentar encontrar una vía de integración y convivencia multicultural, alimentan el rechazo a los indígenas mediante comentarios ofensivos y racistas que evidencian la cultura de desconocimiento existente hacia todo lo concerniente al mundo aborigen.
Son continuos los comentarios que subestiman a los indígenas, comentarios que niegan la complejidad de la situación y silencian los aspectos de las problemáticas existentes. Los prejuicios criminalizan a los nativos y ocultan la dinámica del proceso histórico responsable de la exclusión y la desigualdad actual.
"Son vagos, holgazanes, perezosos. No quieren trabajar", "La historia se hace con violencia, y ellos perdieron la guerra", "Es la dinámica del progreso y es el papel que les toca", "No se adaptan", "Tienen malos hábitos", "No aprenden. Son brutos", "No quieren progresar", "¿Qué vas a hacer? La historia es así", "La culpa es de la biología: es una raza malsana", "Tienen que civilizarse". "Los indígenas no tenían nombre. Les tuvieron que exigir que se pusieran nombres españoles para que pudieran sacar los documentos", "Se hacen las víctimas para recibir planes sociales".
Los conductores no levantan a los indígenas, y si lo hacen, sólo les permiten viajar en la parte trasera de la camioneta, es decir en la caja donde se transporta mercadería. Si uno le dice algo al conductor, generalmente responden que los aborígenes están acostumbrados.


El resurgimiento
Hasta la década del 1980, la realidad de los pueblos indígenas no era tomada en cuenta como política de Estado a la hora de instrumentar planes y brindar soluciones a las diferentes problemáticas sociales existentes. Tampoco era un asunto tratado por los medios, ni tema académico de relevancia, ni comentario social destacado. La Antropología misma estudiaba a las sociedades aborígenes como relictos del hombre primitivo americano, y las investigaba con el propósito de conocer su cosmogonía y su universo simbólico.

Pero a partir de 1992, cuando se cumplieron los 500 años de la llegada de los españoles al continente americano, numerosas voces se alzaron contra la intención de recordar aquella fecha como un día que debiera festejarse. Por el contrario, gran diversidad de voces, emergentes desde las propias comunidades, universidades, escuelas y organizaciones sociales, propusieron instaurar un nuevo debate y abrir espacios de reflexión en torno al 12 de octubre de 1492, ya que a partir de aquel día los pueblos americanos cayeron en un tormento infinito de explotación y matanzas a manos de un sistema impuesto para la usurpación de sus territorios y el saqueo de sus recursos. La polémica ganó lugar en numerosos ámbitos y los pueblos originarios de América emergieron de su aparente olvido e invisibilidad, y durante la década de 1990 comenzaron a tener mayor protagonismo en los procesos históricos y sociales del continente. Los Estados debieron comenzar a tenerlos en cuenta.

No todo es agonía y devastación
Los indígenas del Nordeste Argentino no han desaparecido a pesar del etnocidio que implicó la Campaña al norte del general Victorica allá por 1884. El pueblo qom no se resigna a ser víctima pasiva de la realidad que sufre. A pesar de las dificultades, y en un contexto por completo adverso, los tobas --al igual que otras comunidades de América-- no han perdido la capacidad de resistencia y siguen apostando al rescate de sus saberes, la recuperación de su memoria histórica y el desarrollo de las prácticas comunitarias venidas de la misma raíz de su pueblo.
La lengua se mantiene viva e intacta. Todos los miembros del pueblo qom saben hablarla y representa un importante grado de vitalidad de la cultura y un importante modo de interpretar el universo.


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Muchos son los qom que se nuclean en diferentes organizaciones (institutos provinciales, asociaciones civiles, redes y federaciones) que trabajan por la reconstrucción de su identidad, la reivindicación de su cultura y el mejoramiento de las condiciones de vida de las comunidades. Han creado la Red de Comunicación Indígena, que a través de diversas publicaciones y programas de radio les permite difundir información e ideas, debatir las problemáticas que los aquejan y hacer conocer las soluciones propuestas y los saberes que circulan entre los integrantes de las comunidades. Sus actividades no se estancan en un romántico deseo de volver a la situación en que vivían hace 200 ó 300 años, ni sus conocimientos se agotan en su propia cultura. Ellos también trabajan críticamente sobre el orden establecido, generan actividades e intentan adquirir herramientas y conocimientos que les permitan obtener mayor inserción laboral y mejorar sus condiciones de vida, en un contexto de exclusión y discriminación donde la desigualdad de oportunidades agrava el ya existente desempleo estructural.
Otros hechos importantes son las diversas publicaciones que han aparecido en los últimos años, que rescatan los mitos y relatos tradicionales, y que tratan de infundir conciencia acerca de la importancia de escuchar la voz de los antiguos y la revalorización cultural de los pueblos indígenas.
Estas realidades se inscriben en una transformación más abarcativa donde muchos otros logros políticos han demostrado importantes avances en la participación toba en los procesos históricos y sociales. Entre ellos se cuentan:
* La reforma constituyente nacional (1) y la reforma constituyente provincial (2), ambas de 1994, que incluyeron en sus respectivos contenidos reivindicaciones esenciales de los pueblos indígenas del actual territorio argentino.
* El acceso de Orlando Charole y Egidio Díaz a la presidencia y vicepresidencia, respectivamente, del IDACH (Instituto del Aborigen Chaqueño), ambos de reconocida trayectoria combativa en sus comunidades.
* El acceso de Inocencia Charole a una banca de diputados, convirtiéndose en la primera mujer toba que accede a este cargo en la historia argentina.
* Adjudicación en de las 150.000 hectáreas en la zona del interfluvio (situada entre los ríos Teuco y Bermejito), como territorio exclusivamente indígena. La región quedó a cargo de la Asociación Meguesoxochí.
* Multitudinaria marcha indígena hacia Resistencia, y la posterior toma de la Sala de Audiencias de la Casa de Gobierno del Chaco, situada en Resistencia (en julio y agosto de 2006), con huelga de hambre, a causa de las irregularidades existentes en la entrega de tierras fiscales a las comunidades, entre otras tantas peticiones, como la renuncia del intendente Heffner, mayor presupuesto para el IDACH, educación bilingüe e intercultural, vivienda, salud, no discriminación y, el punto central y más problemático, la propiedad de la tierra.
* La mencionada denuncia de Eduardo Mondino ante la Corte Suprema.

Las reivindicaciones actuales
A la hora de asumir una actitud ante el conflicto, gran parte de la sociedad escoge la indiferencia o el desprecio, ya que de asumir las reivindicaciones de los pueblos aborígenes deberían trastocarse numerosas concepciones que alterarían drásticamente la dinámica del modelo político y económico que impera en la actualidad.
Pero la reparación histórica que pide el pueblo toba ante el genocidio de su gente y la usurpación de sus tierras no está vinculada puramente a una realidad económica, porque los qom no se reivindican como pobres sino como pueblo. Piden que se respete su espiritualidad, su lengua, sus territorios, sus prácticas medicinales, sus tradiciones de caza y pesca, sus costumbres alimentarias... y en definitiva, su cultura.



El pueblo toba pide una real y efectiva calidad de vida digna que posibilite a todos sus integrantes la satisfacción de sus necesidades básicas y garantice -sostenidamente y largo plazo- el derecho a la vida, a la salud, a la asistencia médico-social, a la alimentación, al agua potable, a la educación, a una vivienda digna, al bienestar general, al trabajo, a la inclusión social, a la posibilidad de acceder a los cargos públicos... derechos que deberían ser resguardados por cualquier nación que se precie de tal y que en el presente no están garantizados por el Estado, a pesar de las obligaciones que le son propias y que emanan de las leyes vigentes en la Constitución Nacional, en la Constitución Provincial del Chaco, en los Tratados Internacionales y en el Convenio de los Pueblos Indígenas.
El pueblo toba ansía participar de una sociedad integradora y sin paternalismos, donde impere la interculturalidad, el plurietnicismo, y donde la diversidad, o el hecho de ser Otro, no sea motivo de marginación o vergüenza. El pueblo toba pide que la estructura educacional de nuestro país respete su lengua y el idioma qom pueda ser reconocida como idioma co-oficial de la provincia del Chaco, para que se establezcan escuelas bilingües en las regiones habitadas por ellos.
Comprender en toda su dimensión la situación actual de los indígenas, a pesar de la profunda subestimación y los enormes prejucios que han caído sobre ellos a partir de la conformación de la sociedad nacional y pese a las transformaciones sociales sufridas, puede contribuir a comprender la realidad de los pueblos originarios.
Asumir que no somos un país conformado únicamente por blancos y habitado sólo por descendientes de inmigrantes europeos, implicaría aprender a mirarnos a nosotros mismos y a reconocernos como una sociedad más compleja y diversa, y permitiría además comprender la gestación de nuestra nación, así como sus tensiones, sus crisis y conflictos. También implicaría construir un análisis más profundo que contribuya a la comprensión de los movimientos sociales y las luchas que han emprendido los pueblos indígenas a lo largo de la historia, en reivindicación de su cultura, en defensa de sus territorios y en oposición a la explotación laboral a la que fueron sometidos en desmedro de sus propias tradiciones y en beneficio del sistema productivo impuesto por el blanco.
En definitiva, entender la cuestión indígena existente en la actualidad, comprender sus reivindicaciones, sus conocimientos y saberes, sus propuestas y reflexiones, sus reclamos y utopías, es imprescindible para alcanzar una visión más abarcativa e integradora de la cuestión nacional, que permita implementar políticas sociales capaces de construir una sociedad que nos incluya a todos.

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(1) La Constitución Nacional, en su capítulo cuarto, correspondiente a las atribuciones del Congreso, artículo 75, inciso 17, promulga: "Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos.
Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural; reconocer la personería jurídica de sus comunidades y la posesión propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan; y regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano; ninguna de ellas será enajenable, transmisible ni susceptible de gravámenes o embargos. Asegurar su participación en la gestión referida a sus recursos naturales y a los demás intereses que los afecten. Las provincias pueden ejercer concurrentemente estas atribuciones."

(2) La Constitución provincial de Chaco, en su capítulo III, artículo 37, dice:
"La Provincia reconoce la preexistencia de los pueblos indígenas, su identidad étnica y cultural; la personería jurídica de sus comunidades y organizaciones; y promueve su protagonismo a través de sus propias instituciones; la propiedad comunitaria inmediata de la tierra que tradicionalmente ocupan y las otorgadas en reserva. Dispondrá de la entrega de otras aptas y suficientes para su desarrollo humano, que serán adjudicadas como reparación histórica, en forma gratuita, exentas de todo gravamen. Serán inembargables, imprescriptibles, indivisibles e intransferibles a terceros.
El Estado les asegurará:
A) La educación bilingüe e intercultural.
B) La participación en la protección, preservación, recuperación de los recursos naturales y de los demás intereses que los afecten, y el desarrollo sustentable
C) Su elevación socioeconómica con planes adecuados.
D) La creación de un registro especial de comunidades y organizaciones indígenas.