Crónica de un guerrero

Hace un tiempo comencé a frecuentar uno de esos viejos boliches de barrio donde van a hacer tiempo los trasnochados, esos lugares perdidos del conurbano que salvan la noche a los desvelados y rescatan las horas muertas de las madrugadas interminables.
El bar queda en una avenida que ya es poco transitada, desde que la inauguración de la fastuosa autopista Luján-Capital Federal la desplazó hacia un rincón olvidado, haciendo de ella una arteria de segunda categoría que ya nadie quiere atravesar. En tiempos no muy lejanos, sus márgenes han sido lugares muy concurridos, atiborrados de negocios cuyas luces se apagaban con el alba, y donde la gente se congregaba a mirar y mostrarse luego de haber trabajado durante todo el día. Pero cuando empecé a ir yo, el barrio ya vivía de recuerdos. Apenas oscurecía ya no circulaba nadie. Inexorablemente, aquella vieja avenida, alguna vez acribillada de autos y peatones, se había convertido en un fantasmagórico canal urbano, con persianas bajas y vidrieras rotas, esquinas oscuras y semáforos apagados que se erguían como fósiles de especies extinguidas.
El bar estaba abierto las 24 horas. En el barrio, los vecinos comentaban que el boliche era una fachada de negocios turbios y se corrían todo tipo de rumores acerca de lo que allí se hacía y sucedía. En mi propio caso, yo comencé a visitarlo dos o tres veces por semana para tomar algún trago después de la medianoche. Aunque en realidad, lo que más me interesaba era conversar con la gente que allí se congregaba, porque la vida puede ser fascinante si uno aprende a escuchar las historias que viven dentro de las personas que andan por el mundo sin demasiados planes... historias ambulantes que esperan salir ante el más inesperado diálogo o encuentro. Y precisamente, el bar era un reducto donde se daba cita una asombrosa fauna capaz de cautivar al más desinteresado transeúnte, al más frío pasajero de la noche. Los personajes vernáculos de todos los rincones desfilaban cada noche por las mesas a traer historias nuevas. Así comprobé que aquel barrio, al igual que tantos otros, tenía una mitología tan exuberante como las civilizaciones perdidas, y que los seres de leyenda no tienen por qué ser irreales.
A lo largo de mis visitas al bar fue que conocí a Daniel, un ser fantástico que vivía pateando las calles vendiendo sorbetes a los kioscos. Solía aparecer a cualquier hora y tenía una gran capacidad para entablar una charla seria o graciosa con cualquier persona. Al hablar demostraba una cultura admirable, un manejo muy hábil del humor y unos recursos metafóricos envidiables. Comenzó a llamarme la atención porque la gente comentaba a sus espaldas que estaba loco, porque a veces decía incoherencias, es cierto, pero no muy distintas a las que suele decir la gente cuando habla. El agravante era que él andaba a menudo despeinado, con la mirada extraviada y le faltaban dientes, y cuando largaba la carcajada no disimulaba sino que dejaba ver los puestos vacantes que le quedaban en la boca. Su cabellera pelirroja y su piel excesivamente blanca le sumaban atributos exóticos a su ya extraña fisonomía. De vez en cuando, cuando solía estar en su casa, se ponía violento y al rato llegaban algunos agentes de policía que lo sacaban atado a una silla de ruedas y se lo llevaban en ambulancia a algún hospital neuropsiquiátrico.
La historia que quiero contar comenzó una noche en me quedé conversando con él y otro tipo más, compartiendo una mesa junto a una ventana que permitía contemplar la desértica avenida. Hablando de bueyes perdidos se hicieron como las cuatro de la mañana. Y en un momento, cuando todo parecía estar terminando, el otro se fue al baño y me quedé solo con Daniel. Luego de un pausado silencio, él me miró fijo, con ojos profundos, penetrantes, dio una lenta pitada a su cigarrillo, y sin largar el humo me preguntó seriamente:
— ¿Lo viste bien?
Hizo una pausa, con aire pensativo y hasta preocupado. Entonces dejó escapar el humo lentamente y dijo:
— Es un clon. Fijate en la mirada. No le brillan los ojos.

Así fue como empecé a interesarme por lo que Daniel intentaba decirme. Él parecía guardar un mensaje que yo era incapaz de percibir. La pasión con que daba testimonio hacía aún más atractivo su argumento. Además pesaba su propia historia, porque él había frecuentado lugares muy temidos y desconocidos para la gran mayoría, y al haber vuelto de esos rincones escabrosos parecía haber desarollado una percepción distinta de las cosas. Después de todo, ¿qué es la locura sino el nombre con que el sistema codifica a todo aquello que no entiende?
A partir de ese día, fui corriendo esa cortina tras la cual Daniel vivía. Y en una serie de charlas sucesivas, durante numerosas y e interminables noches de diálgo, me fui asomando a aquella realidad que Daniel trataba de mostrarme. Y al encontrar a alguien que fuera capaz de escucharlo, él no tuvo reparos en contar su historia.

— Yo me he dedicado a resistir. Libré incontables batallas. Algunas, pocas, las he ganado. Otras, las más, las he perdido. Cuando pierdo me encierran en hospitales neuropsiquiátricos como el Borda o el Open Door, en alguna época. Y por eso muchos no creen nada de lo que cuento. Se cagan de risa. Pero la locura es una herramienta de los necios, de aquellos que no están dispuestos a escuchar ciertas verdades. Yo hablo porque conozco los recovecos del mundo, porque caminé sus desvastadas dimensiones, sus comarcas en ruinas, sus tenebrosos y confusos laberintos. Las dimensiones son las puertas que el mundo tiene. Y son muchísimas. Yo te puedo contar cómo está organizado el mundo. Yo te puedo contar la historia de la humanidad, que también es la historia de mi lucha. Y bueno... Si algunos se niegan a escucharme, allá ellos, porque los riesgos que estamos corriendo van más allá de un manicomio y un enfermo. Porque mi denuncia no es un simple rechazo a la construcción de un sistema que atenta contra el hombre: es el relato de nuestro destino, es la crónica de nuestra resistencia.

— ¿Y en qué consiste esta lucha?

— Es una lucha entre razas. Por un lado está la raza de los seres humanos, que se subdivide en especie mayor y especie menor de acuerdo a la cantidad de energía que almacene. Para mantenernos fuertes, debemos conservar el campo de fuerza de energía vital. Mientras somos capaces de mantenerlo, estamos en condiciones de ser nosotros. Pero si perdemos esa fuerza, esa energía, estamos muertos, porque detrás de tu debilidad aparece el enemigo para utilizar tu propio cuerpo en su propio favor y en contra de nuestro mundo. Te aniquilan el alma y te clonan. Pasás a ser un arma de ellos. Si nos clonan, dejamos de sentir. ¿No viste al tipo que te señalé? Bueno. Son sus soldados. Estamos rodeados por ellos.

— ¿Y en qué escenario se desarrollan esas batallas?

—El universo mismo es el escenario de una lucha apocalíptica que lleva miles de millones de años. No sabemos si quedan otros planetas con vida humana. Pero la Tierra aún resiste los devastadores ataques del enemigo. En nuestra región, la Tierra es el último bastión de resistencia humana.

— ¿Y cómo surgió el enemigo?

— Nuestros enemigos vinieron en naves. La nave madre es Ram. Está hecha de una mezcla sólida de metales desconocidos por nosotros. Esa nave madre es lo que comunmente conocemos por Sol.

— ¿Vos decís que el Sol aloja al enemigo? ¿Y que no se llama Sol sino Ram?

— Claro. Hay un montón de pruebas. A lo largo de nuestra historia, ciertas palabras relacionadas con este nombre nos revelan fuertes vínculos con los invasores. Algunas elites de antiguas culturas, como la egipcia y la incaica, adoraron a Ram directamente y la consideraron su dios principal. Particularmente, los incas se hacían llaman “los hijos del Sol”. En el caso de los egipcios, Ra era el nombre del dios Sol, al que veneraban representándolo como un hombre con cabeza de gavilán y un disco solar sobre ella. Los faraones más destacados del imperio llevaron el nombre de Ramsés porque fueron clones que desempeñaron roles decisivos para la instauración del poder del invasor en nuestro planeta. Ramsés I fue el fundador de la XIX dinastía, y Ramsés II, que reinó entre el año 1292 y el 1225 a. C., lideró espectaculares expediciones guerreras contra los hititas, que fue uno de nuestros ejércitos más poderosos y uno de los pueblos que más resistencia presentó al poder y al avance enemigo. Ramsés II fue llamado “el Rey constructor” porque mandó a realizar grandes obras públicas en el imperio, pero en realidad fue quien sentó las bases para el dominio político de los Orozco en la Tierra. No voy a correr un velo si digo que la historia levanta monumentos a los grandes asesinos y suele sepultar a los guerreros que resistieron sus atropellos. Todos los Ramsés que siguieron, son reconocidos históricamente porque lucharon contra una supuesta anarquía dentro del imperio. Pero lo que es conocido como “anarquía”, en realidad corresponde a las convulsiones sociales que se desataban rechazando el dominio de los tiránicos gobiernos.
También está el caso de los aztecas, que realizaban numerosas guerras en busca de prisioneros para sacrificar y arrancarles el corazón para que el Sol pueda seguir brillando y ganar así su lucha contra las tinieblas. Cuando sus guerras expansivas alcanzaron un límite, organizaron “las guerras floridas”, unas luchas ceremoniales que tenían como fin mantener la captura de víctimas que el Sol exigía para realizar su viaje a través de la noche. El calendario solar azteca muestra a este dios con la lengua afuera porque es una divinidad sedienta de sangre humana. Esa sangre pertenece a los caídos que lucharon por nuestra libertad.
Otro nombre que se vincula a Ram es el de un físico hindú llamado Chandrasekhara Ven Kata Ramán, a quien le adjudicaron el Premio Nobel de Física en 1930 por sus descubrimientos sobre la difusión de la luz en los medios transparentes. Fue clonado al nacer para introducir falsos conocimientos en el ambiente científico acerca del carácter de la luz proveniente de Ram. Recibió en sus manos, directamente de los Orozco, la fórmula física que lo lanzó a la fama.

— Ram es blanca, no amarilla. Produce mucho calor y su combustible es el agua dulce previamente transformada en hielo. No conocemos el funcionamiento de sus motores, pero sabemos que el agua salada daña sus mecanismos. El Canal de Panamá es la base mayor donde se procesa el agua salada de toda la Tierra. Desde allí la llevan a Mercurio, donde la congelan mediante procesos de frío extremo para enviarla finalmente a Ram. Las exclusas son excusas. Por eso Panamá no tiene ejército y sólo la región del Canal está fuertemente custodiada. Desde la época de Bolívar, en la Gran Colombia se supo que la región de Panamá sería una zona decisiva en la lucha contra los Orozco. El Libertador otorgó la independencia a los tres países de la región, pero no logró su unificación y quedaron conformados tres países, que luego fueron cuatro cuando Estados Unidos estimuló la separación de la provincia colombiana de Panamá. Por la misma razón es que tampoco hay ruta de acceso terrestre desde Colombia: aislaron la zona todo lo que pudieron para obtener la mayor seguridad posible.
Volviendo al funcionamiento de Ram, la nave madre también necesita aire, y por ende pretenden saquearnos los bosques. Miren cómo está quedando la Amazonía, por ejemplo, o cómo avanza la desertización en Asia y África. Los invasores atacaron nuestro planeta para llevarse estas fuentes de energía.
Cuando los visitantes nos descubrieron, vieron en nosotros el vergel del cosmos, una tierra de vida y salud que podría asegurarles un largo período de subsistencia. Somos el Tercer Mundo del universo.
El cosmos es varias veces más extenso de lo que muchos astrónomos han revelado. Los extranjeros tardaron millones de siglos en llegar hasta aquí, y al enterarse de nuestra existencia descargaron todas sus fuerzas malignas contra nosotros, como cuando España llegó a América pero en dimensiones mucho más devastadoras. Están empeñados en destruirnos. Y lo están haciendo.

— Vos hablás de miles de millones de años. ¿Pero cómo es eso? La Antropología sostiene que el origen del hombre no se remonta más allá de los cinco millones de años, aproximadamente.

— La historia del hombre guarda una relación directamente proporcional con la gigantesca amplitud del universo. Las revelaciones que hace la ciencia son falsas: ella está manipulada por una federación de clones y es un arma de la que también se han apoderado para destruirnos. Los científicos no sólo tienen en sus manos las soluciones a muchos problemas que nos aquejan, sino que hacen lo posible por crearnos molestias cada vez más engorrosas. El progreso de la ciencia y de la técnica no son más que herramientas de nuestro enemigo. En nombre del avance de la humanidad, nos hace conformar con un televisor o con un teléfono celular mientras arrasa el único mundo que tenemos, el que nos dio la vida y la permite. El aburrimiento también es un invento del progreso. Él nos despoja de nuestra fuerza, nos crea necesidades que nunca antes tuvimos, y nos distrae con idioteces. Es también una de las razones por la cual casi ya no surgen artistas verdaderos. Hoy en día se otorga este nombre a cualquier payaso que anda por ahí lucrando con un producto que entretenga a la gente, sin ningún compromiso social y en complicidad con un sistema despiadado, con el solo afán de acumular dinero. Anteriormente, el verdadero artista solía encarnar los atributos más sagrados de nuestra raza, porque el creador es la persona que se niega a formar parte de una sociedad caníbal y se rebela expresando lo más hondo del espíritu humano, con todo su desgarro, en toda su crudeza y desmesura.

— ¿Cómo es eso de que la Tierra es el último planeta que resiste en nuestra galaxia?

— Mercurio y Venus fueron planetas habitados por seres humanos. Había allí ecosistemas similares al de la Tierra, pero cayeron hace aproximadamente 35 mil millones de años, luego de largas y sangrientas luchas. Los habitantes pelearon hasta las últimas consecuencias, pero fueron exterminados por el dinosaurio, el Invencible.
El enemigo quiere llevar nuestro planeta hacia Mercurio, que es de hielo desde su derrota, y su frío es más poderoso que nuestro cero absoluto (por eso Ram no lo derrite): allí la temperatura es de un millón de grados más baja. Cada vez estamos más cerca de Mercurio, y la mezcla que provoca el calor de Ram con el frío de Mercurio es una de las causas por las que nuestro planeta sufre alteraciones climáticas. Si ellos logran aniquilar a la especie humana y adueñarse del agua y el aire, esto les aseguraría prácticamente la eternidad cósmica.

— ¿Y quiénes son los cerebros de esta invasión?

— Ya te nombré a los máximos jerarcas del enemigo. Son los Orozco, una familia de ocho parejas de ancianos. Están liderados por dos viejos de mil años. Crían dinosaurios carnívoros y les dan de comer seres vivos, porque es para ellos la fuente alimenticia más rica en propiedades nutritivas.
Cuando los Orozco llegaron aquí, lograron dominar nuestro planeta durante un prolongado periodo de tiempo. La raza humana fue sometida, pero no se rindió y logró organizar una constante e implacable resistencia. Los dinosaurios se extinguieron en una guerra total en la que ganó la Tierra. Fue una gran epopeya, la gran victoria de nuestra raza. El ser humano combatió con hielo, que también es un arma humana.

— ¿Y cómo ha resistido el hombre si el enemigo es tan poderoso?

— El amor es fundamental. El amor es la no-muerte, la no-clonación, y es la forma esencial que adopta nuestra resistencia. Sin amor es imposible la lucha. Es el fundamento mismo de la construcción humana. Si nos lo arrebatan o se apaga en nosotros, estamos perdidos.

— Contame entonces en qué consiste el proceso de clonación.

— Es el mecanismo más efectivo de destrucción con que cuenta nuestro enemigo. Es un método cruel, brutal y feroz, porque te clonan dentro de tu mismo cuerpo. Se apoderan de tu vida. El clonado pasa a ser extirpado en alma y corazón. Entonces el ser humano muta en otro ser y es utilizado para destruir a los de su misma especie. Pasa a ser un enemigo cínico y amorfo, insensible y despiadado. Actualmente, los clones dominan las instituciones, ocupan puestos, ganan cargos, toman decisiones que nos perjudican y atentan contra nuestra sociedad.

— ¿Podrías hacerme una breve reseña histórica de esta lucha?

— Nosotros llevamos 18 mil millones de años de resistencia terrestre. Hace cinco mil años empezamos a sufrir derrotas cada vez más severas. Y hace dos mil que nos están haciendo mierda. Una de nuestras más importantes derrotas recientes fue en Münsen, Alemania, en el siglo XVI. La historia oficial, que es un golpe de Estado a la memoria, cuenta que por un conflicto religioso, en el templo de Carlos V se degollaron y masacraron católicos y protestantes anabaptistas combatiendo cada bando en defensa del dios verdadero. De más de diez mil habitantes quedaron vivos apenas mil. Allí fueron exterminadas nuestras más valiosas fuerzas. Diezmadas nuestras filas, el ataque del enemigo se exacerbó y pudo empezar a implementar mecanismos cada vez más destructivos y poderosos. A finales del siglo XVIII se produce la Revolución Industrial y el capitalismo avanza con una pujanza imparable. Este último suceso introdujo un elemento a nuestra vida: el reloj, asesino de tiempo. El crecimiento de las urbes modernas, la creación de las fábricas, la complejización del trabajo y la dependencia salarial, el tiempo de la naturaleza (el día y la noche, el invierno y el verano) fue cediendo paso al tiempo del reloj, esa pequeña maquinita que destroza al día en 24 horas y dice qué se debe hacer según el horario que sea. Suenan timbres y el ser humano responde al dictador. Se mide el día por la cantidad de dinero que se gana. Cada jornada deja de ser una alternativa única e irrepetible que nos acerca a la muerte. Los días comienzan, espantosamente, a parecerse unos a otros… y los hombres también.
La Revolución francesa trajo algunas novedades: obligó a la clase dominante a cambiar su estrategia de dominación. Desplazó a la nobleza y comenzó a consolidarse la burguesía, que, en nombre de los derechos del ciudadano y de la apertura de la participación política, debe hacer creer al pueblo que el gobierno ya no es un capricho de Dios, sino una firme voluntad nacional.
Siempre nos pasó lo mismo: cuando desestructuramos al imperio egipcio, el poder se desplazó hacia Atenas, al debilitar a los griegos, surgió el poder de Roma, cuando cayó el Imperio Romano, los senadores se refugiaron en los cargos de la Iglesia, y cuando logramos desarticular a gran escala el dominio eclesiástico, surgió el poder arrollador del capitalismo y todo fue convertido en una maldita mercancía. El dinero, que se había inventado para suplir la función del trueque a fines de agilizar las operaciones mercantiles en un contexto de complejización social y crecimiento urbano, causó un sismo psicológico tan profundo, que implicó el derrumbe de todos los límites de la posesividad, la acumulación y el acaparamiento de poder y de bienes. Desde entonces, no existen barreras y se exacerbó la avaricia, se amplió la brecha entre las clases sociales, se agudizó el conflicto social y se agravó la violencia. Ha causado en el ser humano la desintegración y liquidación de todos sus valores, especulando con las necesidades ajenas y creando modos sutiles de explotación y dominio. La sociedad comenzó a girar más que nunca en torno a él y el mundo se sacude ante los embates, desequilibrios y desastres que provoca la lucha por su apropiación. Nada se escapa de su esfera. El dinero todo lo domina, todo lo puede, todo lo sabe. Es un dios que lleva 2500 años de dominio indiscutido. Es el arma más poderosa del enemigo.

— ¿Y a lo largo de esta historia qué estrategias utilizó el enemigo para dominarnos?

— Los Orozco se preocuparon por dividir las facciones clonadas y les otorgaron distintos privilegios en las diversas regiones del globo. Otorgaron más poder a las facciones blancas, porque los pueblos negros (al estar más vinculados a la naturaleza y al mantener intacta una gran cantidad de atributos humanos por estar más conectados con las fuentes primarias) eran imposibles de domesticar. La conquista europea de África comenzó en el siglo XV, con la primera colonización de Angola por Portugal en 1482 y de Mozambique en 1505, y culminó en 1935 con la invasión de Etiopía por la Italia fascista. En los siglos XVII y XVIII, las potencias europeas tuvieron nuevos puntos de apoyo: los franceses se establecieron en Senegal y los holandeses se establecieron en el Cabo en 1814; en 1830 los franceses bombardearon Argelia para someterla y en 1841 se establecieron en África Ecuatorial. En 1851 se produjo la primera invasión británica en Nigeria y durante los 75 años posteriores, casi todas las zonas restantes del África cayeron bajo el dominio europeo.
En el siglo XX, los Orozco establecieron en Austria una base de desarrollo tecnológico para la clonación humana. Hitler fue un error de laboratorio que se rebeló contra sus mismos creadores y quiso coronarse emperador de los clones en la Tierra, lo que despertó la ira de otras facciones muy poderosas de clones que disfrutaban los privilegios de ser la cúpula de los agentes terrestres de los Orozco. En realidad, todos los imperios de la historia estuvieron liderados por elites que padecían un trastorno patológico contraído en el proceso de clonación.
A todo esto, EEUU había establecido la base de Pearl Harbour para almacenar cantidades industriales de agua en la tranquila región del Pacífico y mandarlas al Canal de Panamá. Cuando los japoneses se enteraron, arrasaron la base y la guerra se extendió a una magnitud paranoica. Mientras los clones luchaban por ganarse el favor de los Orozco, los invasores aprovecharon el conflicto para saquear la mayor cantidad de agua de la historia. Todo terminó con la venganza de Harry Truman en Hiroshima y Nagasaki. Durante la Guerra Fría, los enemigos se asociaron y los socios se enemistaron. La violencia continuó bajo formas más sutiles.
La Primera Gran Guerra estalló por motivos parecidos, pero fue una gran cortina de humo para exterminar al pueblo armenio, que era una de las pocas naciones completamente humanas que los Orozco no habían podido clonar ni doblegar. Otro pueblo que no han podido doblegar hasta nuestros días es el pueblo maya. Ellos nos han aportado muchas estrategias de resistencia y han logrado permanecer en las milenarias selvas de Mesoamérica.
También existieron guerras de exterminio, como las de Vietnam. En esa región se encuentran los suelos más ricos en humus. Aunque en una zona más reducida, las propiedades del suelo vietnamita posibilitaría el crecimiento de una jungla mucho más potente en oxígeno que la de la Amazonía, dado que los árboles crecerían más robustos y con mayor cantidad de clorofila. Cuando los Orozco lo supieron, intentaron adueñarse de ella por completo. Creyendo que la tarea sería sencilla por tratarse de un país técnicamente rústico, mandaron a una facción francesa de clones que fue masacrada en Bien Dien Phu. Enfermos de ira, enviaron a una facción más poderosa pensando que lograría vaciar los suelos de la región. Pero el ejército de Ho organizó una de las resistencias más fuertes que la historia haya podido revelar, y los Orozco tuvieron que retroceder nuevamente. “Si no es nuestra, no es de nadie”, dijo el enemigo, y envió a los agentes de la muerte a arrasar los campos y las aldeas campesinas con las bombas de Napalm, que es petróleo hervido y se pega a la piel como un engrudo vivo, derritiendo el cuerpo y quemándote hasta los huesos. El gobierno estadounidense, que se vanagloriaba en los medios de haber vencido al demonio nazi, escondía estos atroces sucesos del calibre de Auschwitz.
Cada vez que los Orozco logran ser rechazados por nosotros en alguna región, desatan distintas catástrofes para que nosotros tampoco podamos disfrutar de aquello que defendemos. En 1989, cuando impedimos que se lleven los hielos de Alaska, el clon que capitaneaba el buque petrolero Exxon Valdez se emborrachó y cometió la negligencia de confiar el mando a un tercer oficial insuficientemente preparado. El resultado fue la mayor catástrofe ecológica en la historia provocada por un derrame de petróleo. Así sucedió también en Bhopal, una ciudad de la India, donde logramos desarticular el establecimiento de una base de clonación en uno de los países más habitados de la Tierra. Luego de nuestra victoria, se produjo un escape de gas tóxico de la fábrica estadounidense de plaguicidas Union Carbide. El accidente causó más de 10.000 muertos, niños en su mayoría, y 200.000 personas más resultaron afectadas. La fabricación de ese plaguicida estaba prohibida en Estados Unidos. Otro ejemplo significativo de estos traicioneros ataques ocurrió en la región ucraniana de Chernobyl, en abril de 1986. Allí secuestramos a los Orozco gran parte de instrumental que venía desde Moldavia a través del río Dniéster. El material estaba destinado a la base procesadora del Canal de Panamá. Al poco tiempo estalló una planta nuclear que había sido mal diseñada por unos clones fallados. El incendio duró dos semanas y llenó la atmósfera de radiación. Treinta personas murieron instantáneamente, pero el accidente acabó afectando a cuarenta mil personas, víctimas de las secuelas de la radiactividad. Muchos sufrieron distintos tipos de cánceres, y cerca de 6500 personas murieron en los años siguientes. Algunos niños nacieron deformes, y quedaron infértiles los campos de labranza. Fueron quemadas varias cosechas y miles de animales debieron ser sacrificados. Deberá pasar un siglo para que la región pueda ser nuevamente habitada.
De este modo, Hoy no sólo sufrimos los efectos de las derrotas de todos nuestros antepasados, sino también los efectos de nuestras victorias.

— ¿Y cómo se ha organizado el ser humano para resistir estos embates?

— El ser humano no tenía la forma que hoy tiene. Fue mutando. El primero de nosotros no tenía sexo. Un dios lo engendraba. El sexo fue un atributo que se fue imponiendo al hombre a través de sucesivas derrotas. El Invencible hizo que el dios de los hombres mutara al ser humano para que se reproduzca sexuando. En un principio, nosotros, al nacer, estábamos formados de fuego sagrado, llevábamos la fuente de energía vital adentro. Éramos fuertes. También éramos negros, porque estábamos todo el tiempo al sol y nuestra piel estaba protegida de sus rayos. Cuando perdimos contacto con la naturaleza, y nos empezaron a disparar con frío, muchos de nosotros nos fuimos blanqueando, nos debilitamos y nos bajaron las defensas, entonces los Orozco tuvieron más oportunidades de clonarnos.
Cuando el enemigo pudo intervenir en nuestro proceso de formación y nacimiento, el verbo se hizo carne transitiva: nos fue insertado el sexo y perdimos nuestros atributos divinos. Sólo nos quedaron cinco sentidos de los cuarenta que teníamos. El enemigo aprovecha esta nueva propiedad del ser humano para confundirlo, para perturbarlo y aturdirlo. Desde que tenemos relaciones sexuales, el cuerpo se ha ido transformando en una cárcel, en una tumba para el alma. Son pocas las veces que nos permite comunicarnos con el otro. Cuando ocurre, recuperamos algunos de los sentidos perdidos. Pero el sexo es a menudo un terreno donde crece la mentira, la histeria, los traumas, las relaciones de dominio, el interés y las falsas apariencias. Persiguiéndolo nos perdemos a nosotros mismos en laberintos idiotas que no tienen sentido. Uno de los mayores símbolos de nuestra derrota es el surgimiento de este fenómeno de las modelos. En nuestra sociedad no se les llama así a quienes salvan vidas, dedican su tiempo a encender llamas solidarias o cruzan los campos para dar clase en perdidos pueblitos de frontera. Aquí, “modelos” son unos extensos cementerios de neuronas, unas taradas que han perdido todo, y reptan por la vida incitando al consumo, promoviendo la existencia de un mundo imposible, donde hay privilegios y mucho brillo.

— ¿Y antes de esa transformación cómo eran los seres humanos? ¿En qué se diferenciaban aquellos seres de las personas que viven en la actualidad?

— Antes de que nos corporicemos en dos sexos, vivíamos más y nos contactábamos con los muertos, quienes venían a visitarnos en días festivos. Las ceremonias duraban días enteros. Las hogueras brillaban por todos lados. Ahora perdimos esa conexión y no sabemos dónde van ni dónde están nuestros difuntos. Los Orozco mataron nuestros muertos. El único territorio en donde no pudieron hacerlo es en algunas regiones de Asia, donde la muerte siempre estuvo más fuertemente vinculada a la vida. Irak o Afganistán sufren los embates de las facciones clonadas porque aún persisten en juntarse con sus muertos.
Desde que vivimos menos, vivimos poco, entonces no llegamos a obtener la experiencia que necesitamos para comprender la vida. La sociedad rechaza la vejez por esa caricaturesca intención de no asumir el paso del tiempo, precisamente por lo banal que resulta la vida, el mercado nos atiborra de productos que disimulan el desmoronamiento corporal, la rancia vejez que anuncia la llegada de una muerte que viene a buscar la vida que no fue. Rendir culto a un cuerpo que encierra a un espíritu dormido, hete aquí el empobrecido afán de una criatura incapaz de asumir el vacío en que vive y la nada en la que se desvanecerá.
El ser que era ímpetu y vehemencia, ahora es susceptible de ser corrompido por una carne que lo aniquila. La debilidad humana es reciente, por eso nos vemos confundidos y desorientados cuando perdemos fuerzas. Cuando se van nuestras energías, encendemos el fuego sagrado con las ramas de tres árboles. Eso nos permite recuperar las fuerzas y sanar. Es una manera de proyectar temporalmente la fuerza de la naturaleza hacia nosotros, mientras la carne pueda retenerla.

— Hace un rato vos hablaste de la existencia de un dios. ¿Qué características y cualidades tiene ese dios?

— El dios de los hombres no es un dios terrícola. Es un dios universal y proviene de los mundos destruidos. Yo no tengo mucha relación con él, pero no lo descuido porque el tipo me da un poco de pena. A fin de cuentas, es un alcohólico que hizo el mundo en una mañana de resaca. No es malo. Él colabora en la resistencia terrícola, pero es tan vulnerable como nosotros. De todos modos, logramos organizarnos, tender emboscadas, aunque el enemigo ha cobrado una fuerza desmesurada y muchas veces desvirtúa nuestros planes.

— ¿Y cómo se da la lucha en el terreno cotidiano? ¿Qué forma tiene?

— Nosotros luchamos por la vida. Todos los que luchan por la vida intentan hacer girar la Tierra hacia el Sol verdadero, lejos de Mercurio y de Ram, que cada vez están más cerca.
El contacto directo con nuestros enemigos es raro, pero ellos tienen filtraciones y también cometen errores. Es así que podemos ir obteniendo información de ellos y conocer cómo se organizan. Ellos tienen jerarquías, y las han trasladado a nuestra propia forma de organización social a través de sus agentes clones. Antes, nuestra sociedad era horizontal, no existían imposiciones de rango y todas las funciones sociales se complementaban. La solidaridad era una necesidad básica para sobrevivir. Así fue que vivimos durante miles de años. Cuando empezamos a perder batallas, los clones ganaron fuerza y fueron separándose del resto de la plebe, creando a través del tiempo instituciones como el ejército y la policía, surgieron los burócratas, dictaron leyes que nos perjudicaron y erigieron al Estado como máximo ente de dominio. Mediante distintos mecanismos fueron imponiendo tributos y dividiendo a la sociedad en distintos estratos. Eso hizo que nos separemos. El egoísmo y la lucha por el poder nos distrajeron de los problemas más importantes.
El surgimiento de los países también responde a todo ese afán de poderío. La frontera es una sustancia de la que se alimentan algunos virus patógenos que niegan y temen la diversa unidad de nuestro mundo. Sólo les sirve a los militares, a los aduaneros, políticos y funcionarios, que son gérmenes de inescrupulosa laya y parásitos que viven proclamando un patriotismo en el que no creen pero que les da buenos dividendos cuando manipulan las artificiales divisiones humanas.
Los Orozco viven acá y en Mercurio. Son 100% depredadores. Desde su caída, Mercurio se ha transformado en una fuente de plagas desconocidas. Allá crían pestes aniquiladoras: virus, gérmenes y bacterias del mundo frío, de la noche y la muerte. Desde entonces, Mercurio se ha convertido en el planeta de la Bestia. También manejan la luz a su gusto y antojo. La cargan de oscuridad y nos disparan con ella. La luz de Ram viene con las plagas de Mercurio, lo que nos debilita y destruye. La luz artificial es mala porque nos hace comportar como bichos. La gente busca diversión donde hay luz y se agolpan como moscardones. Los que sobrevivieron a la masacre viven en éxtasis.
Los invasores también dominan la escuela. La escuela es la información de los que ganaron. Otras herramientas que están en su poder son el esoterismo y las ciencias ocultas.
Los primeros clones fueron dos zombis terrestres convertidos en mal bichos. Adoptaban distintas formas y al atacar tomaban forma humana. Es así que hay gente araña, gente hormiga, gente piojo y gente mosca. Ellos te miran y te vacían la cabeza, te hacen doler el cuerpo, hablan con tu boca, miran por tus ojos, tienen vida artificial, y eso nos perjudica a horrores.
Quienes resistimos somos los terrestres que hemos logrado crear mecanismos de defensa para no ser afectados por esta siniestra variedad de ataques. Somos los terrestres auténticos: creadores y solidarios, defendemos la vida y la naturaleza, y somos débiles porque tenemos errores.
Actualmente, nuestra sociedad está infiltrada por una gran cantidad de clones y es muy difícil hallar a terrestres auténticos agrupados. Pero hay excepciones. En el caso del hospital Borda, por ejemplo, son 100% humanos. El manicomio es la excusa para deshacerse de quienes tienen la fuerza de cambiar el mundo. Los encierran para hacerlos mierda.

— ¿Y cómo fueron esas experiencias que viviste luego de tus derrotas, cada vez que te encerraban en los hospitales neuropsiquiátricos?

— En mi caso, en cada combate perdido iba a parar al Borda o al Open Door. A los dieciocho años fue mi primera batalla perdida. En el Borda me pusieron el chip y me robaron una costilla, pero no puedo demostrarlo porque en los hospitales falsifican las radiografías. Allá te roban los huesos para remediar las debilidades de los clones. Cada vez que te internan, te sacan uno, puede ser una vértebra, una costilla, un carpo. Siempre empiezan por los más chicos. Fijate que a muchos obreros les falta un dedo. Así te van desmantelando y te debilitan. A algunos internos les sacan el calcáneo, el hueso del talón, y después no pueden caminar bien. No les queda más remedio que andar por la calle o en el tren pidiendo limosna, porque los clones son insensibles y les niegan el trabajo. Si mirás con atención, te vas a dar cuenta que generalmente son los pobres los que tienen el cuerpo destruido. Es porque son una amenaza para el dominio de los clones, y deben ser destruidos. En los estratos sociales más bajos es donde aún resiste la solidaridad de nuestros antepasados. Ellos comparten el pan, comen juntos, te prestan el paraguas, te dan la mitad de su mate cocido. En los programas de televisión y en los discursos oficiales se rasgan las vestiduras por ellos, pero en las sombras los aniquilan. Les envenenan el agua, les intoxican el aire, el suelo y la comida. Hay todo un plan para abatirlos. Ellos luchan con la dignidad: el arma más temida por los Orozco. La mayoría de los ricos llevan el cuerpo entero porque caminan con nuestros huesos. Una de las pocas personas con plata que está postrada es Stephen Hawkins, porque él descubrió el secreto de los Orozco. Como no pudieron clonarlo, lo paralizaron.
Cuando me internaban en el neuropsiquiátrico, me daban pastillas hasta aturdirme, quedaba empantanado y no podía pensar, todo me daba vueltas. Me daban electroshock y quedaba idiota, se me caía la baba y me pesaban los ojos, las venas se me inflaban como globos. Yo pensaba que ya no iba a aguantar, que me moriría. Me ayudó a resistir la fuerza que me daban algunos compañeros que también estaban internados. Una vez llegué en ruinas. Me dieron tanto que mi cuerpo temblaba, parecía que tenía truenos adentro mío, mi esqueleto quedó como una gelatina viscosa y estaba tan débil que pensé que me moría esa misma noche. Me tiraron sobre una cama como si fuera una media res contaminada e incomible, para que termine de morirme en ese cuarto oscuro y olvidado. Tuve mucho miedo, porque si me moría ya no podría volver a visitar a mis amigos en los días festivos. Por suerte tuve un compañero de habitación (de celda, diría), al que jamás había visto pero que en ese entonces me salvó la vida. Junté fuerzas para decirle con mis últimas palabras: “Rezá por mí, que no paso de esta noche” y me desvanecí entre horribles pesadillas. Desperté como a los dos días. El cuerpo me dolía como si hubiera librado yo solo una batalla decisiva contra cien hombres. Casi no podía moverme, pero estaba vivo. Tenía escalofríos y mis brazos no reaccionaban. Al costado mío, arrodillado junto a la cama, estaba mi compañero rezando. Cuando vio que despertaba, me tocó el hombro y me dijo: “Seguí durmiendo, amigo, que necesitás descanso”, y volví a desvanecerme. Creo que dormí un día más, y desperté algo mejor, más aliviado. Recorrí la habitación con la mirada y mi amigo seguía allí inclinado, rezando por mi salud. Me salvé por él. No por dios, que poco puede hacer por nosotros y ni se debe haber enterado de mi situación. Mi compañero mismo fue dios en esos momentos, el que me sostuvo en las tinieblas. Él tuvo esa misión, porque después de ayudarme a sobrevivir en esos días terribles, se lo llevaron y no volví a verlo. Sé que no lo clonaron, porque la clonación requiere la debilidad de la víctima y hasta una cierta complicidad de su inconsciente. Y mi amigo era muy fuerte: iba a dar pelea. Tengo el presentimiento de que lo vaciaron. En los hospitales psiquiátricos, a los más fuertes los hacen pasar como locos violentos y peligrosos, les hacen un diagnóstico que los caracteriza como serias amenazas sociales. Se aseguran que nadie los reclame y los terminan matando para vender los órganos. En mi caso, ya no sé cuántas cosas me sacaron. Debe ser por eso que en ocasiones me siento tan débil. A veces, por la noche, siento que algo se me revienta dentro, escucho voces, me castigan con mi propio cuerpo. No puedo dispararles. Tendrías que ver a los psiquiatras. Son matasanos, quieren disolvernos, nos hacen pelear entre nosotros. Son pocos los que te ayudan.

— ¿Hay algunas otras herramientas que usen los Orozco y que no hayas mencionado?

— El mecanismo de dominio del invasor se basa en el funcionamiento entretejido de computadoras muy poderosas, que son manejadas desde los astros. Las máquinas centrales están en EEUU o México, no sabemos exactamente. Quizás estén en los depósitos de los grandes laboratorios farmacológicos, porque siempre están custodiados y no van obreros. Ellas hacen funcionar el sistema, manejan el circuito del tránsito, las empresas, los aviones, los ministerios, manejan los periódicos, el precio del dólar, están en Internet, nos envían ondas por el teléfono, por la televisión y por la radio.
Las computadoras matrices son dos. Funcionan mediante una clave y tienen códigos para desactivarlas. Nuestro objetivo es detenerlas. Con cada victoria nuestra les arrebatamos un dígito de la clave. Yo sé algunos por deducción, pero eso no puedo contarlo: es confidencial. A veces, cuando puedo deducir la mayoría de los dígitos que conforman la clave, logro reducir el tránsito y la ciudad se pone más calma, sin tanto ruido. Pero nunca logré meter todos los dígitos. Hay que detenerlas. Este mundo no aguanta cinco siglos más de mal. Nuestra época es decisiva. Cuando el verde sea aniquilado, el mundo devendrá hermético, cerrado, metálico. Esa será nuestra derrota total.

— Y entonces... ¿cuál es nuestra situación actual? ¿Qué nos espera?

— Nuestra posición es infinitamente más débil que la de nuestro adversario, pero millones de años de resistencia hablan bien de nuestra especie. Existir y resistir en estos confines del mundo son para nosotros dos nombres de un mismo propósito. Y es esa resistencia —a pesar la desigualdad que sufro y a pesar de las mil derrotas en las que he caído— el único designio que me ha permitido justificar mi presencia en este mundo, porque siento que defiendo el valor de la vida, porque siento que me niego a entregar lo que tiene de mejor el ser humano. Aunque yo mismo sea una mierda. En todos esos tipos que la sociedad rechaza puede vivir lo más sagrado del hombre. Los llamados locos, prostitutas, asesinos y criminales pueden ser bastiones donde la humanidad resiste.
Los años pasan y cada vez estamos peor, pero no dejamos de lanzar nuestro rugido para defender lo que nos corresponde. Mi cuerpo está débil y me faltan huesos, mis órganos parecen un acordeón de tantos electroshocks que me dieron, pero la muerte me va a encontrar erguido, cortándole el paso. Resistir nos da la fuerza para unirnos, para crear, para entender al otro y solidarizarnos con él, para sentir que no estamos entregando la pequeña parte que nos toca defender, para saber que somos un pequeño nudo de la red que inmoviliza a la bestia que viene por nosotros. Pelear también nos permite dejar algo a los que vienen y rendirle tributo a los que han peleado. Yo mismo encontré algo por el legado de quienes vinieron antes. En cada batalla, nos arremeten con tanta fuerza que me siento nada, pienso que vamos a ser barridos de un instante a otro y que este sitio será finalmente destruido. Pero cuando me incorporo luego de cada lucha, con mi cuerpo exhausto pero aún con vida, el mundo vuelve a cautivarme con su infinita belleza, siento que vale la pena sangrar para llegar a ver otro crepúsculo y que no somos tan débiles a pesar de todo. Las heridas de otros hombres me reclaman, el canto de los míos me convoca, es el llamado de los nuestros, el gemido de mi tierra, el valor de sus canciones, de sus difuntos y sus fuegos. Somos pequeños y nuestra tarea parece interminable. Lo que hacemos nos parece poco, pero rechazar los embates nos mantiene con la esperanza de otro destino posible para nuestra especie y nuestro mundo. Ya no se trata de resistir para defender nuestra generación de guerreros. Se trata de resguardar nuestro planeta y de salvaguardar la vida. La lucha nos enseña que nuestra contingencia es mucho más que mucho cuando nos comprometemos con algo más grande que nosotros.