Semillas al viento

Isidro Casanova es una localidad ubicada en el centro oeste del Gran Buenos Aires. Sus 140.000 habitantes conforman el 12% de la población de La Matanza, el partido más poblado del conurbano bonaerense y uno de los más desiguales del país.

La localidad creció con la llegada de grandes oleadas de inmigrantes humildes, provenientes principalmente del campo europeo y las provincias del interior, atraídos por la enorme cantidad de fábricas que comenzaron a radicarse en el partido durante el período de industrialización que experimentó la Argentina hacia mediados del siglo XX.

Pero este proceso se desarrolló sin planificación alguna, con una acentuada irregularidad que acabó por conformar una ciudad azotada por la contaminación y la escasez de espacios verdes.



Durante las décadas posteriores, con la instauración de las dictaduras y su consecuencia directa, el neoliberalismo, La Matanza se sumió en un abismo de pobreza y marginalidad. Numerosas fábricas sufrieron un vaciamiento escandaloso y las plantas fueron ocupadas posteriormente por grandes compañías de supermercados. En el partido se multiplicaron las viviendas pobres de los sectores castigados por la desocupación y el desamparo, y adicionalmente el distrito fue refugio de muchos otros ciudadanos que no pudieron continuar viviendo en Capital y pasaron a engrosar la periferia y los barrios de emergencia.

En la actualidad, La Matanza revela uno de los índices más altos de pobreza del Gran Buenos Aires. Y si la gran parte de sus vecinos se encuentra olvidada y postergada, en precarias condiciones de salud, educación y vivienda, mucho más descuidada se encuentra la planificación urbana y la proyección de espacios verdes en la zona.



Pero como dijo el gran poeta Hölderlin, "donde abunda el peligro, crece lo que salva". Y es afortunadamente en el lugar en que más falta hacen donde nacen los emprendimientos humanos, de gente que se arremanga para construir un espacio capaz de apagar los fríos del alma. ¿De qué otro universo proviene la luz si no es de la noche?

Latitud Barrilete se acercó al predio del Complejo Integral 9 de Julio de Isidro Casanova, de tres cuartos de hectárea, donde un variado grupo conformado por estudiantes, docentes, profesionales y desempleados se juntó para construir un lugar físico y humano que se propone mejorar la calidad de vida de los vecinos.

La agrupación lleva el nombre de Semillas al Viento, y se propone la recuperación de un espacio verde para la construcción de un parque nativo y un centro de aprendizaje con una biblioteca.



Sus integrantes intentan generar y difundir conciencia acerca de la importancia de la naturaleza en nuestra cotidianeidad y el modo en que ella es capaz de transformar notablemente y elevar nuestra calidad de vida.
En el predio han plantado numerosas especies autóctonas de la región, como una forma de fortalecer la identidad del ser humano con la tierra que habita, y procuran esparcir entre los vecinos el cuidado y el conocimiento de los ejemplares locales que estaban allí antes de que el mismo hombre poblara la región. Mediante estas actividades, propagan la idea de que la naturaleza es anterior a nosotros, y que debemos cuidarla porque nosotros somos gracias a ella.



Semillas al Viento se origina a partir de la formación del Movimiento Ecológico de Isidro Casanova, una asociación civil sin fines de lucro con personería jurídica y entidad de bién público. No se trata de un emprendimiento únicamente ambiental, sino también social, porque apunta a trabajar comunitariamente para transformar la realidad a partir del barrio, con la gente y desde ella, sumando a los vecinos a través de cursos, talleres y actividades comunitarias, en un proyecto horizontal y participativo que intenta quebrar el cerco individualista que el sistema impone.



Pero la idea del proyecto es bastante más antigua y se remonta a 1995, cuando Rubén, uno de sus fundadores, intentó formar una asociación con amigos y familiares para salir de la acción individual y movilizar a los demás para hacer un trabajo conjunto. Ese primer grupo inició una prueba piloto barrial de reciclado de residuos e intentó aumentar la cantidad de espacios verdes. Organizó una forestación con escuelas, realizó bicicleteadas, gestionó ordenanzas municipales y de ley que contribuían con los objetivos buscados y reclamó la anticonstitucional entrega de un predio fiscal a una empresa privada.
Pero en estos primeros intentos Rubén no obtuvo la respuesta de la gente y el compromiso esperado, de modo que debió postergar el emprendimiento para más adelante.

En 1999 un grupo de jóvenes amigos comenzó a realizar actividades para chicos del barrio con el objetivo de otorgarles alternativas creativas y brindarles una niñez con esperanza. Las actividades tendían a la contención de los niños, darles afecto y abrirles un espacio de juego en pro de la cooperación y de no competencia. En ese entonces se realizaron talleres de arte, coro, teatro, huerta. Es aquí cuando aparece el nombre "Semillas al Viento".

Posteriormente se interrumpen las actividades por diversos motivos, entre los cuales se encontraba la necesidad de conseguir un espacio más abierto, en mayor contacto con la naturaleza.

Con el estallido de la crisis de 2001 Rubén participó de la asamblea popular en la plaza de la localidad y allí conoció gente con buenas ideas y con ganas de hacer cosas. Ariel, Carmen, Andrea, Juan José, Julio, José María...

Entre ellos decidieron dar nuevo aliento al proyecto.



Los miembros de Semillas al Viento son del barrio, y nadie más que ellos, como vecinos, saben acerca de las necesidades locales.
Ruben nos cuenta

—Nosotros sentimos que faltan espacios verdes. Es una sensación. Cuando salimos del barrio y vamos a otros lados, a otras ciudades, o mismo la Capital Federal... donde también hay más cemento pero también hay más espacios verdes, vemos que hay espacios abiertos más cuidados... y nosotros sentimos esa carencia.

—En un momento dado, a partir del año '96, yo empecé a hacer un relevamiento de la localidad en distintos aspectos, y uno de ellos abordaba la cuestión de los espacios verdes públicos por habitante. En Isidro Casanova había apenas 0,27 m² para cada habitante, cuando la Organización Mundial de la Salud recomienda entre 10 y 15 m² por habitante.
Como los números estaban muy por debajo de la norma, yo quería que haya más espacios públicos. Y entonces empecé a ver si lo podíamos hacer acá. También queríamos hacer una reserva, y la intención era trabajar en este espacio y construir todo eso que nos faltaba.

—Finalmente acá convergieron historias e ideas, que están imbricadas con nuestras ganas de hacer cosas para vivir mejor.



—Esta tierra tiene su historia. En un primer momento estuvieron los nativos. Después fue privado, más tarde fue expropiado por el gobierno provincial y luego de unos cuantos años se lo entregó a una asociación vecinal para que desarrolle actividades comunitarias: se trata de la asociación vecinal 9 de Julio. Y bueno... como se les complicaron las cosas que querían hacer, después fueron abriendo espacios a otras asociaciones, siempre que realizaran actividades comunitarias.

—Actualmente hay en el lugar una escuela media, un centro de jubilados, una cancha de bochas, una iglesia evangélica, una iglesia católica, un merendero, una cancha de fútbol. Y cuando nosotros caímos con la idea de hacer esto, nos dijeron que sí. Entonces hicimos un comodato y ahora lo renovamos por cuatro años más. Y acá estamos trabajando para que esto avance.



—Hoy estamos progresando con la reserva. Hemos plantado árboles nativos y los protegemos durante su crecimiento. Les sacamos los yuyos para que crezcan sanos. Y como el suelo es de relleno y no es el original que había en la llanura, nosotros tenemos que trabajar para ir mejorándolo. Ahora es muy arcilloso como consecuencia del modelo productivo, la industrialización, la contaminación, etc. Es un desastre. Entonces por un lado tenemos abonera con lombrices, y por otro lado los vecinos aportan restos orgánicos, otros dejan el caballo para que pasten y troten un poco. Y la bosta favorece para que el campo se fertilice. Con el tiempo queremos ir plantando más arbolitos para distribuirlos entre los vecinos. Ya repartimos algunas especies en ciertas escuelas. Y a veces cuando asistimos a algunos lugares llevamos algunos plantines. También intentamos hacer talleres de huerta con los chicos del barrio.

—No somos muchos, pero en la medida de nuestras posibilidades hacemos todo lo que podemos y vamos buscando la forma de construir lo que queremos. Si sumamos gente y participamos para compartir, crecer, construir y desarrollar un lugar donde nos sintamos cómodos y útiles, entonces estaremos empezando a cristalizar una sociedad mas sana.



Durante la semana juntan materia orgánica para abonar los campos donde crecen lás jóvenes especies que dan vida al predio.
Pasto cortado, hojas de árboles, restos vegetales crudos de la cocina, viruta sin químicos, tierra negra... bienvenidas caricias que purifican y sanean el suelo.
También reúnen todo tipo de materiales que puedan ayudar a mejorar el techo bajo el cual se congregan y planifican las actividades.



Lentamente, y con mucho esfuerzo, se encaminan a cumplir metas soñadas: construir una reserva natural urbana que recupere y proteja la biodiversidad de la región, sembrando especies y cuidando plantas autóctonas, recreando la naturaleza, los paisajes y los ecosistemas característicos.

El proyecto es vasto y apunta a representar distintos ecosistemas de la región pampeana: el monte seco (xerófilo), la pradera (pastizal pampeano), la selva marginal y ecosistemas acuáticos en dos estanques con un pequeño arroyo que los vincularía. Este planeamiento incluye también un espacio para juegos como un rincón fundamental del predio.

Otra gran propuesta es recuperar la autonomía productiva, mediante la creación de huertas orgánicas que sean capaces de brindar el propio sustento. Esta forma de producción constituiría una práctica de consumo cooperativo, de autoabastecimiento zonal, de trabajo y responsabilidad comunitaria, y podría enarbolarse como un tipo de economía alternativa, no de subsistencia, sino como proceso de autogestión y autoorganización que permita obtener una cantidad importante de los propios alimentos y algunas medicinas.

—En la organización productiva comunitaria, el poder es de todos —sostienen—. Sólo es necesaria la figura de coordinadores rotativos, e información de la temática a decidir y de los recursos disponibles. El poder no se toma ni se da, se logra entre nosotros, horizontalmente, al hacer, al compartir, al aprender de cada uno, transformando al mundo en una lenta evolución hacia la autonomía, mediante impactos sencillos y sistemáticos sobre los participantes y la comunidad.

El centro de aprendizaje coronaría gran parte de los esfuerzos. El proyecto de construcción del centro de vida y aprendizaje —que sería la sede del grupo y adquiriría el carácter de centro cultural— está basado en un diseño bioclimático que aprovecharía el sol y los vientos utilizando materiales de la región, tales como adobe, postes y paja. La energía eléctrica estará provista por molino eólico y paneles solares, optimizando su consumo.

—Esta manera de organizarnos demostraría cómo un cambio en el modo de diseñar, producir, consumir mercancías y generar energía mejoran nuestro ambiente y mejoran la calidad de vida.

—La intención es generar conciencia de que la cotidianeidad no tiene por qué ser una situación de conformidad ante lo que tenemos. La gran disyuntiva es esa. Porque romper el cerco de la conformidad es también difícil, porque a muchos quizás les da temor salir de su rutina. Porque se preguntan qué es lo otro, lo nuevo por hacer... "¿No me representará mucho esfuerzo? ¿Me traerá soledad o dolor? ¿Seré capaz de conseguir lo que quiero? ¿Me traerá frustración?" Y ante esta incertidumbre, muchas veces termina por imponerse ese triste refrán de que es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer.

—Por eso también es importante transmitirle valores importantes a los chicos, que atraviesan un momento decisisvo de la vida. Si ellos son testigos de realidades distintas, si absorben estas propuestas en la infancia, es más probable que estén más preparados para construir cosas distintas el día de mañana.



—Ante la falta de espacios verdes, es fácil que los pibes caigan en ese círculo de los recintos cerrados donde la gente acude a consumir, o que terminen realizando actividades pasivas que nada tienen que ver con el entorno natural. El Play Station, la ropa, la moda, el consumismo suicida... es normal que los chicos quieran lo que se les muestra. Y si vos le mostrás vidrieras, ellos van a queren eso. Porque son los valores que asumen. Hoy los chicos ven mucha televisión y no tienen potrero. Crecen más encerrados. Los niños que vienen acá creo que son privilegiados. Y es medio raro, porque en el barrio pueden estar vistos como "descuidados", pero tal vez tengan más oportunidad en el futuro o una mirada más amplia que los supuestos afortunados que quizás están un poquito mejor en la casa.



—Los chicos acá están cerca de los procesos naturales. Se dan cuenta de que si cuidan la tierra, si la mejoran, la riegan y la fertilizan, ella es capaz de dar vida. Vos vieras la cara de los chicos cuando crecían las calabazas. ¡Una alegría...! Y saben que pueden alimentarse de lo que brinda la tierra. Si de niños son concientes de eso, difícilmente después asimilen un comportamiento negativo. Para ellos el crecimiento de los cultivos se transforma en algo así como una ceremonia, y de este modo es más probable que aprendan a vivir en armonía con el medioambiente.

—Yo recuerdo que cuando era chico —cuenta Rubéniba con mis amigos a un terrenito en el que hacíamos una casuchita, con ladrillos, maderitas... incluso hubo noches en que íbamos con algunas velitas, con pan... Y yo me imagino que si hubiera habido algún adulto que coordinara en ese espacio algunas actividades para hacer cosas, construir, conservar... hubiera estado bárbaro. Yo no tuve esas cosas. Y es lo que ahora estamos tratando de brindar acá.

Carmen nos lleva a recorrer el predio y nos muestra las distintas especies de árboles que crecen en el lugar. Nos indica cuál es el timbó, cuál es el sauce criollo, cuál es el ombú, cuál es el algarrobo...

—Estamos poniendo más o menos un especimen de cada uno con la idea de que sean árboles padres o madres de un futuro vivero, para difundir la flora autóctona porque un relevamiento que hizo Ruben muestra que en la zona hay un 90 % de especies exóticas y es muy difícil encontrar especies nativas. Y la gente generalmente no reconoce a las especies autóctonas. Son muy pocos aquellos que saben cuáles son las especies locales y casi nadie reconoce la diferencia con las exóticas, acerca de sus propiedades y características. Las especies nativas han sido prácticamente suplantadas por todo lo que trajo el europeo. Ellos estaban acostumbrados al nogal, al pino, al eucalipto... a todas esas plantas que están adaptadas a otros ambientes y que al plantarlos en el entorno local lo modifica y lo destruye.

—Vos hacé memoria y fijate que todo lo que conocés son plantas exóticas. Y bueno... la idea de Rubén y de todo este proyecto es entonces difundir lo autóctono.






Semillas al Viento se inscribe en los pequeños-grandes emprendimientos barriales y comunitarios que surgieron en Argentina a partir de 2001 y que intentan transformar la realidad no a partir de acontecimientos espectaculares sino de actitudes concretas. Ellos son concientes de que las transformaciones más importantes son cambios superpuestos que se van sumando unos a otros en una incesante suma de pequeñas contribuciones. Saben que el trabajo cotidiano que desarrollan en el predio es una de esas pequeñas contribuciones.

—El espacio esta abierto para recibir, escuchar y compartir todas las ideas que puedan acompañar este viaje.


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La agrupación Semillas al Viento se reúne todos los sábados después de las 16 hs en el predio 9 de Julio, entrada por Don Segundo sombra y Cisneros, localidad de Isidro Casanova, partido de La Matanza.

Adicionalmente, el segundo domingo de cada mes se reúnen en la plaza de Isidro Casanova, a la sombra del ombú, donde realizan junto con los niños del barrio actividades tales como lectura de cuentos y pinturas con témperas.

Para mayor información, consultar el sitio http://www.semillasalviento.org.ar o escribir a semillasalviento@yahoo.com.ar






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