Con la música a esta parte



Quintín Quintana investiga las raíces culturales de la música americana en general, y rioplatense en particular. Durante largos años viajó y escribió, caminando los rincones del continente, siguiendo la pista del origen, evolución y desarrollo de numerosos instrumentos musicales que dan vida a la exuberante realidad sonora de las Américas. Adicionalmente participó en foros y congresos, realizó documentales, coordinó talleres, organizó un museo itinerante y participativo de instrumentos autóctonos, e hizo cientos de presentaciones didácticas en escuelas y centros culturales. En un extraordinario galpón del barrio de Boedo, ha coordinado, durante alrededor de diez años, el proyecto Dos Orillas, volcado a indagar y divulgar las raíces afro-rioplatenses, articulado al Centro Investigación y Difusión de Instrumentos y Música de América (CIDDIMA).
El propio recorrido de sus inquietudes es un viaje por la riqueza del continente y sus principales componentes culturales.


De lo originario a lo zambo
Los primeros pasos de su viaje se desdibujan en los albores de su propia historia: “En mi vida siempre estuvo el tema de lo originario, de las sabidurías ancestrales de América —cuenta Quintín–. Yo surgí en un ambiente donde se le daba mucha importancia a la música, al arte, la historia, las raíces, la identidad, la cultura popular… y me moví dentro de eso. A los seis años, mi viejo, el Horacio Quintana, ya me despertaba a cualquier hora, porque mi pieza era la sala de ensayo de una banda de sikuris y wankaras. O sea que yo no puedo decir cuándo empezó mi investigación. Ya hay algo emocional mezclado ahí. Sobre todo con respecto a las culturas originarias. Más tarde, mi búsqueda fue una contestación a eso, un decir: ‘¿Y qué tengo que ver yo con las culturas originarias de los Andes?... Sí, muy originario, pero ahí no estaba planteado el problema de siempre: lo originario de acá, del lugar donde nací y viví hasta ahora, que es éste, el Río de la Plata. Y como vi que de charrúas y pampas no quedaba nada, entonces dije: ‘Lo que viene después de eso, en nuestra evolución cultural, es lo afro (bantú), es el traslado de esclavos a estas tierras’. Así fue que pasé del componente indígena a lo afro. Y comencé a investigar los tambores y demás instrumentos y sabidurías. En eso estuve alrededor de una década: armamos comparsas, salimos a la calle, recreamos la historia con proyectos como Kalakan Güé junto a Ángel Acosta; Cara de negro, con Juan Pablo Greco; o El milongazo, con Eduardo Avena. Después surgió Dos Orillas y fue abierto el galpón, donde se organizaron talleres, cursos y seminarios. Allí también pudimos plasmar el CIDDIMA, para que hubiera distintas voces. A la par de todo eso, construimos instrumentos y armamos la exposición itinerante Sonidos de Nuestra Tierra, con la que recorrimos, sobre todo, Capital y Gran Buenos Aires.




En todo ese tiempo hubo sucesos destacados, pero después de haber laburado y recorrido tanto, después de todo lo que aprendí y conocí, hoy me identifico más con el atributo zambo de América, porque es lo que mejor nos resume. Creo que para indagar en nuestra propia raíz e identidad, en vez de trabajar una sola diáspora, es mejor hablar de la síntesis de todas ellas, porque la gran riqueza cultural de nuestro continente radica en la compleja diversidad de sus componentes.


Hace un montón de años que le estoy dando vuelta a ese tema de lo zambo, la mezcla de lo indígena con lo africano y lo andaluz. Hay un instrumento que particularmente me emociona en mi interior, y que es la marimba. Los sikus y los tambores son como iconos, representan a los originarios y a los afros, respectivamente. Pero en el caso de la marimba, a diferencia de estos otros, no se puede determinar si vino con los esclavos de África o si ya era de los mayas. Entonces sería casi como el único instrumento de América que no permite determinar a ciencia cierta si es tan africano o tan americano, lo cual lo hace zambo por excelencia, en sí mismo, porque al no poder plantear ni uno ni otro como seguro e irrefutable, es de los dos. Yo no tengo duda, en lo intuitivo, de que tiene ambos orígenes. Entonces, con la marimba ahí, claro, ¿cómo no iba a llegara a tomar conciencia de lo zambo?
Todos somos zambos. Zambo es lo que más somos todos nosotros: América entera es zamba. Es algo que está sucediendo hace 500 años."



¿Y en qué consiste esa síntesis? ¿Qué hay detrás de ese componente que es tan fuerte como para canalizar todo lo que hiciste antes en este presente zambo donde se afirman tus pasos de ahora?

El componente zambo consiste en valorar por igual la sabiduría de las culturas ancestrales africanas traídas como esclavas; la de los pueblos originarios que estaban acá; y la del componente andaluz, sobre todo, traído también como esclavos de Europa, principalmente del sur de España.
La palabra zambo no es un término que a mí me alegre. Es una denominación que nos quedó como resultado del "cuadro de castas" hecho por los funcionarios de los virreinatos, aquellos señores que canonizaron y jerarquizaron las mezclas entre los distintos componentes que habitaban las Américas. Y en ese cuadro, zambo es el fondo del tarro, es la mezcla de todo lo marginal: el mestizo, con el negro, con el pardo, con el indio, con el mulato, con el andaluz. Y en esta condición marginal, si te ponés a indagar, ya era zambo aquel ser andaluz en el sentido de que era la mezcla de todo lo que se encontraba al margen del sistema. Ese componente del sur de Europa, que ya tenía contacto con todo el norte de África, con las culturas islámicas y musulmanas y gitanas, y que eran los perseguidos de aquel entonces, los marginados, los rebeldes, los convictos, los disidentes, los cimarrones del momento en aquel lugar. Eso es lo que Colón trae en los sótanos de sus barcos, son esos marineros andaluces que traen las décimas, que traen las jaranas, el fandango, la tarima, el son… toda la riqueza por la cual hoy se está ensalzando la identidad de América… el forró, el vallenato, el son jarocho, el joropo, son cubano, la chacarera, etc…
Es tanto lo que abarca esta palabra, que llega un punto en que zambo es la no definición, es la imposibilidad de definir, y es, en definitiva, la palabra que resumiría la identidad de lo que hoy somos todos nosotros, porque no podemos determinar el grado de africanidad o indigenidad que tenemos. Todo está metido ahí, sucediendo, en la calle.



Y más específicamente… acá en el Río de la Plata ¿cuáles son las principales características culturales que dieron origen a lo zambo?

Bueno, el Río de la Plata sólo es la puerta de salida de una gran región que no es ese espacio acotado del estuario, ni las dos urbes que se agrupan en torno a él. La región rioplatense, mejor dicho, se trata de un territorio, una gran extensión natural-cultural que desborda las fronteras nacionales y abarca esa inmensa red de corrientes fluviales que bajan desde el este de Bolivia, todo Paraguay, el centro-sur de Brasil, y atraviesan el Litoral argentino y Uruguay. En toda esta región, las raíces de lo zambo están expresadas principalmente por guaraníes, bantúes y gaúchos. Cambá es el nombre que los guaraníes le dieron a los congos traídos en los barcos esclavistas. De los idiomas bantúes casi no quedó nada en la región rioplatense, salvo en Brasil, donde los bantúes están en los candombes organizados en aldeas, pero lo bantú se esfumó tanto, con San Baltasar, con Artigas, que terminó por nombrarse como cambá a esa persona que a la vez ya era una mezcla por ahí de criollo con negro. Era el indio guaraní denominando a esa cosa extraña que venía dándose en sus alrededores, negros africanos y criollos, gaúchos, andaluces, fandangueros que se empezaron a mezclar y el indio todavía se mantenía en muchos casos reservados en aldeas en el medio del monte, y de a poco eso se fue diluyendo también. Hoy mismo todo es una gran mezcla, aún no denominada por la gente como zambo, pero que sin duda lo es. Cambá sería el nombre más cercano para denominar a lo zambo en nuestra región rioplatense. No quiero decir que sea el justo ni el que deba quedar. Pero es la mezcla de lo bantú, guaraní, y andaluz-gaúcho.



¿Y cuáles son los rasgos más fuertes en cuanto a las sabidurías de estos grupos?

Las raíces de lo zambo, tanto en sus componentes africanos bantúes como guaraníes americanos, están vinculadas a la vida nómada y comunitaria, a la caza y recolección, a los espacios y las actividades compartidas, a la organización matriarcal donde la abuela concentra los principales saberes, a la organización clánica, al animismo, a los rituales que garantizan el respeto por el monte y aseguran un equilibrio con el entorno natural inmediato, a las prácticas cotidianas de subsistencia que consisten en vivir al día… todos valores y prácticas con los cuales yo me identifico profundamente.



En los últimos años hubo un rescate de las raíces afro y comenzó a reivindicarse el candombe como parte de nuestra cultura. ¿Cómo viviste vos todo ese proceso?

Lo que yo planteo, en definitiva, es preguntarse por qué se hace lo que se hace: yo quién soy, de dónde vengo, por qué hago lo que hago. En torno a este proceso que vos mencionás, yo vi que comenzaron a ofrecerse una cantidad de cursos de percusión, enseñanza de tanta cantidad de "ritmos" por tanta cantidad de dinero… y en definitiva esa es la continuación directa de los valores legados por la conquista, vinculados con las nociones que Europa nos acostumbró a pensar y que le interesó consolidar a lo largo de su expansión. Lo que percibí en toda esta supuesta recuperación de los tambores fue otra variante de cómo esta estructura llamada "el sistema" devora las cosas, pasa todo por la máquina de picar carne y después te lo muestra como algo amable, como algo lindo de consumir. En todo este marco de algarabía, es curioso el modo en que hoy el tambor es un producto más de consumo, cuando se supone que toda esa gente que se posiciona en una cultura contra el consumo, una contracultura, también está siendo parte de aquello que condena, no sólo en la práctica, a través de lo que hace y cómo lo hace, sino también cómo lo denomina. Por ejemplo, uno va por la calle y ve carteles que te invitan a talleres de percusión, y en el candombe, ni en ninguna otra cultura ligada a la naturaleza, existe la idea de "percusión", porque es un concepto, un modo totalmente eurocentrista de pensar las expresiones culturales y artísticas, un modo paternalista, desenfocado de la verdadera esencia, del porqué, desde dónde se hacen las cosas en los continentes dominados, en todos los lugares donde las culturas han vivido milenariamente en contacto con su ambiente natural, y poseedoras de una sabiduría vinculada a la tradición oral, a la ronda, al honrar la vida, la lluvia y la tierra. Cuando verdaderamente eso sucede, jamás nadie en todo el planeta, cuando sopla un siku, o percute un tambor, no piensa en el soplar ni percutir, no se fija en el hecho mecánico externo, en la acción, no está pensando en términos de cantidades, ni de ritmos, ni en tocar fuerte o rápido, no está pensando que hace un ritmo, tampoco en el virtuosismo de su ejecución. Los tipos están sintiéndose parte de una totalidad. Seguramente existan culturas que ni siquiera tengan la definición de música, porque en su contexto la música es algo tan natural como respirar, que no se les ocurre definirla ni andar clasificándola. Lo que está sucediendo ahí es en todo caso un pedido de lluvia o una voluntad de comunicarse con la existencia infinita de la que son muy concientes, o para comunicarse con la otra aldea, para decirle: “Che, ojo… que el río va a desbordar”. Entonces agarra el tambor y hace todo eso que hace. Nosotros hoy podemos decodificar eso, por un lado, como un hecho artístico y, por el otro lado, cultural, pero la gente, lejos de querer entender de dónde viene eso genuinamente, por qué las culturas del Congo, los bantúes y todas esas culturas milenarias tocan eso que tocan, y qué significa y de dónde viene, por qué crearon ese tipo de tambores, por qué es esos tambores y no otros, etc… lejos de eso, banalizan el hecho, se fijan en la cantidad de golpes y de eso se tratan las clases de mucha gente que pretende enseñar eso como una cuestión de cantidad de notas, y no de calidad de vida. No sé a cuántos les interesa en realidad aprender el hecho del toque de ese tambor, o conocer realmente las culturas de donde viene.

¿Vos planteabas estas cuestionas mientras eras estudiante?

Claro. Yo intenté estudiar en el conservatorio y pasé por distintos institutos de etnomusicología, pero, en definitiva, allí encontré todo un sistema de clasificación que no hace más que reproducir los prejuicios existentes, y que Europa se encargó muy bien de difundir a medida que iba conquistando el mundo.
Hoy en día, yo no quiero saber nada con la musicología, con ese mundo de estar al tanto de cosas, de contenidos y clasificaciones. No me interesan las disciplinas ni las otras “cienciologías”, ni los análisis vinculados al atesoramiento de conocimientos, que para mí ya nada valen por sí mismos. Lo que quiero decir es que hoy todo me pasa más por el lado de lo que viví y lo que vivo cotidianamente, y me sirve para entender o percibir mejor lo que me pasa. Tampoco me interesa el discurso de la víctima: “Pobres nosotros los negros, pobres nosotros los indios, que sufrimos el oprobio de la conquista”. No. Tanto el negro como el indio, e inmediatamente después el zambo, no fueron actores pasivos en el teatro de la historia americana sino que fueron importantes protagonistas en la edificación de las tradiciones con las que hoy vivimos y nos identificamos. Ellos fueron totalmente capaces de crear cultura y resistir en un contexto por completo desfavorable, y tienen mucho más que decir todavía. La cuestión es qué tanto queremos asumirnos como parte de todo esto. ¿Vamos a seguir mirando hacia Europa para no pensarnos? ¿Vamos a seguir esperando que nos envíen palabras para nombrarnos a nosotros mismos? ¿O vamos a descubrirnos, realmente, de una vez por todas?









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