El soplo creador

El hombre se acerca lentamente al gigantesco horno de fundición. Lleva en sus manos una larga lanza de hierro y, a través de una pequeña abertura, la hunde cautelosamente en el núcleo incandescente. Allí dentro hay 1200 grados. Sometido a este calor, casi ningún material conservaría su forma original. Con gran precisión, el obrero maniobra su garrocha y en pocos segundos logra extraer con la punta de su herramienta el embrión ardiente de una estrella, una asombrosa esfera candente que comienza a desentrañar el misterio ante nosotros. Es el vidrio en su estado más primitivo, cuando aún es un líquido informe, al rojo vivo.
Así comienza la historia de miles y miles de vasos y copas, jarras y floreros, envases y botellas que irán a dar a innumerables hogares, para alojar en su cáliz el agua que beberemos, el vino con que brindaremos, o las flores que animarán los rincones de los episodios más sencillos de nuestra vida diaria.

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Viajar hacia el origen
Es asombroso viajar hacia el origen de las cosas y ver cómo detrás de las preguntas más comunes suelen desplegarse mundos sorprendentes. ¿De dónde sale este plato, aquél cuchillo, ese tenedor? ¿Quién confeccionó el mantel, cómo se fabricó la mesa, dónde se cosechó el arroz? ¿Qué itinerario realizó este vaso para llegar hasta mis manos? ¿Dónde se fundió el vidrio? ¿Qué manos lo trabajaron? ¿Qué hombres y mujeres dedicaron las horas y los días para que podamos usar esto que a simple vista sólo parecen cosas tontas?

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Es curioso cómo esa prolija colección de actos cotidianos que es la rutina, va devorando nuestra capacidad de asombro y descubrimiento, cómo nos va tendiendo un cerco tras el cual acabamos percibiendo las cosas que nos rodean únicamente por la función que tienen, por la utilidad que nos brindan. Pero rodeados por la eficacia del mundo técnico, perdemos el latido en nombre del funcionamiento. En esa cadena de instrumentalidades, donde una cosa refiere a la otra sólo para funcionar, algo se desproporciona en el medio, porque lo que ganamos en velocidad, lo perdemos en percepción. Por eso es necesario, de vez en cuando (aunque sea por travesura) viajar hacia el origen, que las preguntas nos arrebaten de las huestes del letargo, y nos corran el velo para ofrecernos el mundo como es, y no como nos lo sirven los sutilizadores del universo, aquellos profetas que a diario nos bajan el mundo como algo dado, como un orden revelado que consagra el consumo como valor supremo y sólo nos muestra productos aislados en las vidrieras de los negocios, negando a las personas que los han hecho posibles, invisibilizando sus manos y sus brazos, porque nada de eso importa; porque, en este orden, nuestro valor como individuos está socialmente determinado por el rol que jugamos dentro del consumo, porque la función más acabada que nos corresponde como ciudadanos neutrales y obedientes es comprar, es gastar, es adquirir bienes que nos posicionarán ante extraños y vecinos. Pero cuando nos rebelamos a ese destino pasivo y pretendemos conocer esos otros procesos de trabajo con los que estamos silenciosamente vinculados, nace la pregunta molesta, inoportuna, sediciosa, aquella que nos lleva a conocer no sólo de dónde vienen las cosas que compramos, sino también adónde van cada mañana esos cuántos amuchados en los bondis, apretados en los trenes, saliendo aún de noche de sus casas, con sus mochilas o bolsos de mano, caminando los barrios o pedaleando a la estación para cargar en el furgón la bicicleta. Esa curiosidad es, en definitiva, el hechizo que rompe el mundo estático que nos proponen, que quiebra esa línea recta que nos precede, y tiende el puente que conduce a descubrir al otro que está a nuestro lado, a conocer quién es, cómo vive, de qué trabaja y qué necesita.

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Animar a demorarse
Acá en las ciudades, donde todo está hecho, donde todo es traído de otra parte, donde todo es nombrado y explicado; acá en las ciudades, donde muchas veces el trabajo se concibe como estar varias horas sentado en una oficina frente al monitor de una computadora, es una experiencia multiplicadora visitar una fábrica, animar a demorarse para conversar con la gente que allí trabaja, ser testigo de cómo se elaboran las cosas que usamos, cómo nacen los objetos de su embrión originario y son transformados por las manos de los hombres en elementos que facilitarán la vida diaria de unos cuantos.
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En ese proceso de elaboración es donde el universo late, donde la realidad tiembla, donde las cosas nacen frágiles y se hacen consistentes, donde las manos de los hombres se hacen fuertes, se hacen útiles y creativas, allí donde las cosas aún no tienen nombre y rompen la autoridad dominadora de las palabras, allí donde nos dejamos mirar por esas corrientes de cuarzo, potasio, calcio y sodio que convergen en un mundo vivo que es esta fábrica de vidrio artesanal donde el soplo humano transforma una materia ardiente, viscosa y sin forma, en una copa que alguna remota noche será sostenida por otras manos para brindar por sucesos que trajeron alegría.

El Progreso
La localidad de Berazategui, ubicada en la zona sur del Gran Buenos Aires, es conocida como la capital del vidrio por las numerosas fábricas de este material que allí se concentran. La cooperativa El Progreso es una de las más antiguas de la zona y se distingue porque sus productos son elaborados artesanalmente, mediante la técnica de vidrio soplado. Allí nos recibió Raúl, uno de los trabajadores más antiguos de la fábrica, y se ofreció a llevarnos a conocer los rincones y la gente que trabaja en la parte más sustancial del proceso de elaboración de los productos.
Bordeamos el edificio a través de un patio interno y antes de entrar a la planta principal, pasamos por los galpones donde se almacena la materia prima. Entonces Raúl nos cuenta:

—Los principales componentes de la materia prima son cuarzo, carbonato de sodio y de calcio. Después tenés otros carbonatos y sulfatos, que le dan transparencia, le dan color, le dan dureza al vidrio… pero el principal componente es el cuarzo, que en la antigüedad era la arena. El cuarzo es un mineral que se extrae de la cantera y es transportada hasta acá. El cuarzo que nosotros usamos es de San Luis, pero carbonato de sodio es importado, porque es mejor que el nacional.
Para empezar a producir, se mezcla parte de esta materia prima y parte del vidrio que se rompe durante la fabricación. Se coloca todo en unos tachos, que son más o menos de mil kilos, y todo eso se introduce en el horno.

Pasamos entonces a la parte central de la fábrica, el sector donde se encuentra el enorme pero rústico horno de fundición, rodeado de unos chapones que dejan asomar las llamadas bocas de pesca, las aberturas por donde se extrae el vidrio fundido. Alrededor hay distintos grupos de trabajadores.

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— Éste es el primer proceso, donde se extrae el vidrio del horno y se lo moldea de acuerdo a la pieza que quiera obtenerse. En este sector se trabaja por plaza. Plaza significa que es un grupo conformado para fabricar un artículo determinado; por ejemplo, un vaso. Empieza uno sacando un poquito de vidrio al que se le llama colate. A ese vidrio, a ese colatito, se le sopla y se le agrega más vidrio. Luego se le pasa al soplador, quien lo pone en el molde y sale el vaso soplado. Luego, como este artículo se corta en caliente, directamente está el cortador, quien lo corta y luego ya el vaso queda terminado como para ir a la venta. Los que son cortados en frío son sometidos a otro proceso que cuesta un 20 % más caro.
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— Como podrás ver, acá hacemos todo artesanal. Acá se sopla con la caña, todo con boca. Acá no vas a ver nada automático, como por ejemplo podrías ver en Rigolleau, donde en un día puede sacar 10.000 trastos. Nosotros si llegamos a 500 en todo el día, es mucho.

La técnica de soplado es lo más fascinante del proceso, capaz de deslumbrar a cualquier testigo que contempla por vez primera ese acto mágico por excelencia, donde algo que antes no estaba allí, aparece de pronto luego de un movimiento secreto y preciso.

— Hay que largar un chorrito de aire y tapar la caña con el dedo. Entonces la diferencia de presión hace que el vidrio se infle solo. Si vos yo te doy una caña, y vos vas y sacás vidrio pero lo querés inflar soplando… te vas a matar soplando que no lo vas a poder inflar. Porque lo que tenés que hacer es largar un poquito de aire y tapar la boca de la caña. La diferencia de presión hace el resto.

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— La tecnología del vidrio se remonta a la época de los egipcios, de los fenicios. Ellos descubren el vidrio por el fuego en la arena. O sea, se dieron cuenta que al hacer fuego en la arena, se formaba como una materia viscosa. Y ahí empezaron a practicar, a estudiar… y dio como resultado el nacimiento del vidrio. Sucedió como con casi todas las cosas: fue descubierto por casualidad. Podemos decir que la tecnología del vidrio tiene como 5000 años, o más… Y nosotros estamos fabricando hoy, casi como fabricaban ellos, con la caña, el soplido, es lo mismo, la técnica es la misma.

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— La fabricación se divide en distintos sectores. Está la plaza de vasos, que fabrica distintos tipos de vasos, de distintos tamaños y características. Está la plaza de copas finas, donde está el que le hace el cáliz, el que le hace la pierna, y el que le hace el pie.
La cooperativa trabaja permanentemente, las 24 horas. Acá en fabricación hay cuatro turnos rotativos de seis horas cada uno. Ahora, en total, en la fábrica somos 200 más o menos. La parte de fabricación es el sector que mayor cantidad de trabajadores absorbe: alrededor de 150. El resto se distribuye en las otras secciones.

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— En la gente que entra a trabajar no existe ningún tipo de experiencia. Aprenden el oficio acá. Por lo general, es aconsejable que quienes ingresan sean jóvenes, para que vaya amoldando la muñeca. En este oficio, lo importante es la muñeca. Una persona que ya tiene cierta edad, ya es torpe con la muñeca. En cambio, cuando uno es joven desarrolla mejor las aptitudes. A los quince años, más o menos, es la edad ideal para que se empiece a aprender. Acá, con autorización de los padres, los menores pueden trabajar.

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— El horno no se apaga nunca. Es el corazón de todo esto. Si el corazón se detiene, esto se muere. No se puede apagar porque si el vidrio se enfría ahí adentro, se endurece y no hay cómo removerlo. Nosotros acá pasamos épocas duras. Una vez, los materiales refractarios estaban tan delgados, tan comidos, que se reventó el horno cuando la gente estaba trabajando. El vidrio se derramó, reventó el cemento, partió toda la losa y avanzó unos diez metros hasta que se enfrió y se solidificó. Fue un desastre. Y eso sucedió porque estábamos en la época mala y no teníamos plata para comprar materiales nuevos. No… si ya estábamos por poner el candado. Pero lo emparchamos como pudimos y seguimos.

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— Estas cintas transportadoras son las archas de retemple. Cuando están fabricando el vidrio, la pieza está a 800 grados más o menos. Después lo van templando, y van bajando la temperatura. El proceso de temple consiste en ir enfriando la pieza de a poquito, para que el producto vaya perdiendo temperatura paulatinamente y no se quiebre por el cambio abrupto.

— Los fundadores de la cooperativa eran gente que trabajaba en Rigolleau y se quedó sin trabajo. Entonces decidieron juntarse y probar en la casa de uno. Hicieron un horno chiquito y allí vieron que podía ser factible, y en Berazategui nace la cooperativa, cuando corría el año 1947. Pensar que eran diez socios. Nunca pensaron que podía llegar a ser esto.

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— El Progreso siempre funcionó como una cooperativa genuina de trabajo. Acá se realiza todo democráticamente. Hay asambleas, se elige presidente, se elige consejo de administración; cada socio, no importa el capital que tenga, tiene un voto; cualquier sanción que se le aplique a un socio, la puede apelar… o sea que es bien democrático. Y cada uno, así como tiene sus derechos, también tiene obligaciones. Se respetan las jerarquías. Por ejemplo, en cada sociedad organizada debe haber alguien capaz de ejercer el mando. Acá en este sector está el jefe de fabricación, están los capataces, están los oficiales, y así hasta el último escalón en la fabricación, que en este sector es el que lleva el archa, que es el que teóricamente es el que menos gana respecto de los otros, porque lamentablemente no todos podemos ganar lo mismo, porque algunos se inclinarían a hacer el trabajo más fácil. Por eso es que cada uno gana de acuerdo a las responsabilidades que asume. Y un oficial, por ejemplo, si llegó a ese rango es porque logró adquirir cierta experiencia que nosotros valoramos. Y eso hay que obtenerlo, merecerlo. La cooperativa subsiste porque la mayoría de los trabajadores tiene mente cooperativista, porque si no fuera así, esto ya se hubiera cerrado hace años. Pero mientras haya gente con mentalidad cooperativista que tire para adelante, esto va a subsistir.

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Cae la tarde en Berazategui. Finaliza el recorrido por la fábrica y nos quedamos otro rato con la gente de El Progreso, entre mates y bromas. Al rato nos despedimos, satisfechos por nuestra visita, contentos de haber atravesado nuevamente los anónimos muros que nos separaban de este mundo que merecía conocerse y ser contado.
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