Las macetas

Mi amiga Julia, de Caseros (Buenos Aires), me contó que cuando era niña se mudó con sus padres hacia una zona céntrica, y en esa mudanza debieron sacrificar algo de superficie. Se trasladaron de una casa que tenía un gran fondo con jardín a un departamento en el que la tierra apenas sobrevivía en las macetas.
Las perras sufrieron tremendamente ese cambio. En el edificio no soportaban el encierro. Extrañaban correr sobre el césped, echarse al aire libre, jugar entre las plantas y caminar sobre el rocío de la hierba. Había días en que se las veía muy tristes recostadas sobre las baldosas del departamento, particularmente a una de ellas, que cuando estaba muy melancólica caminaba despacito hacia donde estaban las macetas y hundía la trompa en la poca tierra que allí había. Y así, oliendo, buscaba el aroma que le recordaba, aunque más no fuera por un instante, el antiguo jardín donde tan feliz había sido.

.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.