Imagine

Imagine que usted vive en el campo con su familia en una humilde casa rural. Imagine que está mirando el camino y ve acercarse a la distancia tres autos bastante nuevos, levantando tras su paso nubaredas de polvo sobre la ruta sin asfalto. Imagine que los autos tienen vidrios polarizados y se detienen ante la puerta de su casa.
Imagine que de los vehículos descienden varios hombres vestidos impecablemente, y que se trata del ejército privado de un tal Bertrán, un pistolero del siglo XXI que cree que la Constitución es cosa de maricones.
Imagine que algunos de estos hombres son corpulentos, usan anteojos oscuros y están armados; otros, encargados de hablar, se muestran malhumorados y dan un trato rudo.
Imagine que estos cuatreros le ordenan a usted, en la Argentina de los derechos humanos, en plena democracia y como quien no quiere la cosa, que tiene que desalojar ese mismo día la casa donde ha vivido siempre y se ha casado y ha tenido hijos y trabaja la tierra y tiene animales y paga sus impuestos desde hace años.
Imagine que estos hombres dicen que son jueces y abogados, propietarios del lugar y policías. Imagine que ninguno de estos hombres muestra identificación ni orden alguna de desalojo, ni llevan uniformes ni le han avisado nada con anterioridad acerca de este posible hecho.
¿Qué haría usted? Pues lo que cualquier ser humano digno: defendería lo suyo.
-Ustedes están locos. Ésta es nuestra casa. La casa donde vivimos siempre, donde nacieron y crecieron nuestros hijos. Nosotros pagamos impuestos y este lugar nos corresponde.
Imagine que estos mafiosos lo consideran a usted un usurpador. Lo acusan de no tener títulos de las tierras que habita, y que el lugar pertenece a un empresario suizo que las reclama.
Imagine que este suizo se llama Jacques Charriere, y que es un cavernícola que vive en una cueva-mansión, anda en 4x4 y usa perfume francés, y que durante los últimos tiempos se viene adueñando con su garrote, a pura policía y abogados, de las tierras de numerosos campesinos de la zona.
-Desalojen ahora mismo porque dentro de un rato viene la topadora a derribar todo.
Imagínese que su hijo de nueve años se envalentona e increpa al vocero de los mafiosos, y el maleante lo empuja diciendo que no se meta en asuntos de grandes.
Imagínese que usted manda a la mierda a todo el mundo y se encierra con su familia en el interior de su casa.
Imagínese que los mafiosos empiezan a golpear violentamente la puerta con un fierro, provocando un pavoroso ruido que lo aterroriza, mientras sus hijos tiemblan y lloran, se desesperan y gritan. Imagínese que el hierro de la puerta se retuerce ante los golpes implacables, y que usted, totalmente superado por la circunstancia, cede ante el avance de esas fuerzas temerarias.
Imagínese que usted sale nuevamente al encuentro de los matones.
-¿Y adónde quiere que me vaya con mis siete hijos?
-Eso a nosotros no nos importa. Saquen el hilachaje de adentro y mándense a mudar de acá.
Imagínese que empiezan a llegar más autos, patrulleros y vehículos municipales, y que al rato son 30 los policías que cubren el operativo.
Imagínese que el Estado, que en teoría está al servicio de la comunidad, arremete contra los débiles con una tropa de delincuentes para cumplir la voluntad de los poderosos.
Imagínese que usted asume como irremediable la situación que vive. Los mafiosos son inflexibles y están obcecados en proceder. Entonces usted decide rescatar de su casa lo poco que tiene.
Imagínese que cuando su pareja y sus hijos empiezan a sacar sus pertenencias, se larga a llover un aguacero interminable. Los muebles, la ropa y los recuerdos quedan desparramados a la intemperie, mojándose bajo la lluvia.
Y en medio de tanto desamparo y atropello, viene el supuesto dueño de las tierras y le pide que firme el desalojo. Imagínese que usted, pese a tanto maltrato e impunidad de los rufianes, aún conserva su humana dignidad y se niega a suscribir el humillante pedido.
Imagínese que lo amenazan, que lo apuran, que lo aprietan, pero usted no cede.
-Es mi casa y yo no firmo.
Imagine que a las pocas horas llega una inmensa topadora y usted no ha terminado de sacar sus cosas del interior de la vivienda. Imagine que trata de impedir ese acto de brutal soberbia, pero las denominadas fuerzas del orden lo retienen. Y ante el desconsolado llanto de su familia, bajo la lluvia más cruel de la historia, la inmensa maquinaria arremete contra la casa que usted ha construido con sus propias manos.
¿Puede usted imaginarse el dolor? ¿O sólo es algo que se experimenta en carne propia?
Imagine ver su casa demolida y hecha escombros. Todo su pasado hecho añicos en el barro. Imagine la impotencia, sus hijos empapados bajo el agua, los años de trabajo esfumados de un momento a otro.
Imagine que la topadora sigue destruyendo las plantas y los sembradíos, dos hectáreas de algodón, dos hectáreas de cebolla que pronto iban a ser cosechados. Los animales huyen y quedan dispersos, asustados. Y en poco tiempo, la tierra a la que usted ha dado vida junto a su familia, se transforma en un terreno yermo y baldío, arrasado por un mal incomprensible y absoluto.



Esto mismo vivieron Marta y Chichi Rivero, campesinos de la localidad de El Simbolar, Noroeste de Córdoba, el día 31 de marzo de 2006.
En la noche de ese mismo día, el terreno donde habían vivido era un lugar irreconocible. Los mercenarios se encargaron de borrar todos los vestigios de cualquier asentamiento humano.
Pero los campesinos no firmaron. La lucha recién comenzaba.