El poblamiento de América

Cómo llegaron
Se ha discutido mucho y se sigue discutiendo, acerca del origen y la ruta que transitaron los primeros grupos humanos que llegaron al continente americano. Aunque existen diversas teorías, la más conocida y aceptada en la actualidad afirma que provinieron de Asia, cuando un conjunto de glaciaciones transformó la superficie terrestre durante un lapso de 60.000 años. En ese entonces, descendió el nivel de las aguas y los hielos se extendieron hacia los trópicos. El estrecho de Bering se convirtió en un sólido corredor glaciar de unos 80 kilómetros de extensión, facilitando así el tránsito a pie de un continente a otro, desde el oriente siberiano hasta el área noroccidental de Norteamérica.
Las sociedades llegadas en este período estaban integradas por cazadores recolectores que exploraban territorios y se desplazaban continuamente en busca de los recursos que les aseguraran la subsistencia.
Las grandes dificultades de subsistencia que se presentan en las áreas más septentrionales de Alaska permiten suponer la existencia de otras corrientes migratorias provenientes del este asiático por vía marítima, mediante rudimentarias embarcaciones que realizaban escalas insulares durante el trayecto. Teorías adicionales postulan este tipo de arribo por parte de grupos provenientes de Oceanía, aunque su número no habría sido importante.

Cuándo llegaron
Existen también numerosas polémicas sobre la fecha en que estos grupos comenzaron a incursionar en América, y los estudios no han logrado establecer un consenso al respecto, pero una gran cantidad de investigadores sostiene que los primeros pobladores llegaron hace aproximadamente 40.000 años. Otros investigadores extienden esta fecha a 50 y hasta 60.000 años atrás, mientras que otros la reducen a 30 y hasta 20.000 años. De cualquier modo, el verdadero descubrimiento de América fue protagonizado por el arribo de estos primeros pobladores, ocurrido muchísimos siglos antes de que los europeos avistaran las islas del mar Caribe.

Sus rasgos
A partir de las diversas características físicas de las numerosas etnias indígenas que poblaron el continente, se supone que estas oleadas migratorias abarcaron un prolongado espacio temporal y fueron protagonizadas por grupos del género Homo sapiens sapiens provenientes de diferentes regiones del continente asiático, principalmente de las estepas centrales y de la región más nororiental de Siberia. Al parecer, los pueblos que ingresaron más tardíamente fueron de origen mongoloide, cuyos rasgos principales son el pelo liso y negro, ojos oscuros y oblicuos, piel amarillenta, nariz chata y cara redonda. Estas características se asemejan a las que exhiben los esquimales actuales, quienes se llaman a sí mismos inuit y viven en las regiones árticas de América, en Groenlandia y Siberia. Algunos antropólogos afirman que cuanto más temprano salieron de Asia, menos origen mongol tuvieron, y a ello se debería la presencia de rasgos tan dispares entre las distintas comunidades americanas. Otros investigadores, en cambio, sostienen que los hombres provenientes de Asia eran de características bastante homogéneas y que luego fueron desarrollando rasgos diferentes como adaptación al medioambiente en que vivieron.

La dispersión
La dispersión del hombre por el continente fue muy lenta. El traslado hacia el sur estuvo determinado por el ascenso y descenso de los glaciares, la adaptación a los nuevos escenarios naturales y el acceso a los recursos. En el actual territorio mexicano los primeros vestigios humanos datan de hace unos 35.000 años. El hombre habría llegado al actual Perú hacia el 20.000 a.C.; y de acuerdo a los registros hallados, parece que arribó al extremo sur de la Patagonia hace alrededor de 13.000 años.

Primeros tiempos
Durante los primeros milenios en América, los hombres buscaban refugio en las cavernas o levantaban campamentos estacionales. Ya conocían el fuego, y lo utilizaban como fuente de calor y para cocer la carne. Pescaban y cazaban animales menores, y recolectaban frutos y raíces que obtenían del medio en que habitaban. Si bien aprovechaban la madera y el hueso, la mayoría de las herramientas que utilizaban eran de piedra. Fabricaban cuchillos, puntas bifaciales, lascas, raederas, punzones, machacadores y raspadores, que ayudaban a desenvolverse en la vida cotidiana. Los grupos estaban conformados por un reducido número de individuos que oscilaba entre los 20 y los 40 integrantes, pero la abundancia de animales con carne comestible, la escasa competencia con otros grupos humanos y la gran amplitud del terreno facilitaron la multiplicación de estos primeros pobladores. Cuando el alimento escaseaba y la población crecía, los grupos emprendían una nueva marcha en busca de ámbitos más favorables.
En el actual territorio norteamericano se han encontrado puntas de lanza cuya antigüedad se aproxima a los 12.000 años. Están hechas de pedernal, una piedra bastante resistente a partir de la cual se pueden obtener hojas líticas de mucho filo, y su hallazgo permite suponer que el desarrollo de este tipo de arma posibilitó mejorar las técnicas de caza para atrapar animales mayores como mamuts, mastodontes, bueyes, bisontes, osos y antílopes que poblaban los antiguos rincones de América del Norte.
La utilización de puntas de lanza se dispersó rápidamente entre las comunidades americanas, lo que permitió asegurar el alimento y posibilitó el crecimiento de la población.

El fin de la glaciación
Hacia el año 8.000 a.C., los glaciares comenzaron a retroceder y el nivel de las aguas volvió a subir. A partir del séptimo milenio antes de Cristo, el clima del territorio norteamericano se volvió más árido y caluroso; y hacia el 5.000 a.C., el paisaje cambió completamente. Los grandes animales terminaron por extinguirse y las comunidades pasaron a alimentarse con la cacería de venados y camélidos, complementando su dieta con la recolección de frutos y otros alimentos vegetales. Estos cambios se hicieron sentir profundamente en el oeste de Estados Unidos y México, donde sus pobladores debieron buscar nuevos modos de subsistir. Comenzaron entonces a atrapar pequeños animales del desierto y a utilizar y almacenar semillas. Así comenzó el tránsito hacia el período agrícola, acompañado de una estabilización climática similar a la que impera en la actualidad.

Agricultura
América Central es la región donde la agricultura parece haber registrado los primeros indicios de su desarrollo. Se presume que hacia el 4.000 a.C. ya existían técnicas incipientes de cultivo, y se han encontrado pruebas que revelan que hacia el año 3.000 a.C. ya se cosechaban distintas clases de maíz.
Las comunidades intercambiaron conocimientos y las prácticas agrícolas se fueron propagando rápidamente hacia el sur, entre las poblaciones que habitaban principalmente los fértiles valles de la región andina.
El desarrollo de la agricultura representó el inicio de una etapa decisiva en la que distintas sociedades americanas comenzaron a producir su propio alimento en lugares establecidos, sin necesidad de trasladarse permanentemente en busca de nuevos ámbitos que proveyeran el sustento. De este modo, las poblaciones pudieron asegurar el mantenimiento de una población cada vez mayor y dedicar más tiempo al desarrollo de otro tipo de actividades. Entre el 3.000 y el 2.000 a.C., fueron proliferando aldeas que multiplicaron los productos cultivables y perfeccionaron las técnicas agrícolas en toda la franja andina entre México y Perú. Estas sociedades desarrollaron simultáneamente prácticas vinculadas a la alfarería, los ritos de fertilidad y el culto a los muertos.
Hacia el año 1.000 a.C. ya existía en estas regiones una cultura sedentaria a partir de la cual se desarrollarían sociedades más complejas.

Sociedades agrícolas y sociedades nómades
El desarrollo de la agricultura determinó una notable diferenciación cultural. Los pueblos agrícolas acumularon excedentes y pudieron sostener el crecimiento de otros grupos desvinculados de la actividad agraria. Surgió así la división del trabajo, es decir la especialización de tareas llevadas a cabo a tiempo completo. Las actividades militares, religiosas, mercantiles, artesanales y de servicios especializados se fueron jerarquizando sobre las otras, y gradualmente fue apareciendo la estratificación social. Surgieron sectores que detentaron mayor poder y que lograron imponer su voluntad sobre otros grupos, exigiendo tributos en especie y trabajo. Esta organización permitió a largo plazo la construcción de ciudades y templos ceremoniales, que a su vez hicieron posible el surgimiento del Estado.

Por otra parte, las sociedades nómades se desplazaban continuamente en busca del sustento que pudiera proveerles espontáneamente la naturaleza en el entorno inmediato. Se alimentaban de los animales que cazaban y de los frutos, semillas y raíces que recogían. Este modo de vida trashumante les permitió desarrollar un gran conocimiento de las cualidades medicinales y alimentarias de diversas plantas. También aprovecharon los huesos de los animales capturados para confeccionar herramientas y armas para la caza. En estas sociedades no existió una marcada estratificación ni hubo jerarquías diferenciadas. La división del trabajo era muy elemental.
Estos grupos no podían crecer demasiado porque sus prácticas predatorias necesitaban de una gran extensión de territorio con abundantes recursos para abastecer adecuadamente a una sociedad de cuarenta o cincuenta individuos. Dichas condiciones imponían un límite demográfico a las sociedades cazadoras recolectoras. Adicionalmente, su constante necesidad de desplazamiento impedía el desarrollo y la elaboración de objetos cerámicos, a causa de la dificultad que representaba trasladarlos.

Las sociedades cazadoras recolectoras y las sociedades agrícolas no guardan entre sí una frontera cultural estricta. Los grupos seminómadas combinaron rasgos de ambas sociedades, ya que practicaron campamentos estacionales y se desplazaron de acuerdo a los ciclos naturales y la migración de los animales. La mayoría de estos pueblos utilizaron el método de la roza para cultivar el terreno y alternaron la agricultura con actividades vinculadas a la caza, la pesca y la recolección. Muchos de ellos confeccionaron cerámicas notables.


El problema de la civilización
A menudo encontramos que la historia reduce la América precolombina a los grandes centros de poder imperial, encontrando índices de inteligencia solamente allí donde había un Estado poderoso, y considerando como pueblos civilizados únicamente a aquellos que contaban con una organización estratificada de las actividades productivas y una estructura vertical de poder.
El concepto de civilización es un término que ha despertado numerosas polémicas, ya que ha dado lugar a teorías racistas que consideran inferiores y menosprecian a sociedades que practicaban pautas culturales distintas a las occidentales.
El término fue utilizado en Europa a partir del siglo XVIII, cuando el Viejo Continente atravesaba una época de confianza ilimitada en el progreso, la razón y la ciencia. El desarrollo que experimentaba la cultura occidental hacía suponer a sus integrantes que la historia humana consistía en una evolución que se iniciaba en un estado de barbarismo y salvajismo, y culminaba en el pensamiento alcanzado por la sociedad europea, la cual se consideraba a sí misma como el grado superior de organización social en la escala evolutiva de la historia humana. Desde este punto de vista, Europa era “la Civilización” por excelencia, y para que las demás sociedades se consideraran civilizadas debían asimilar las pautas culturales predominantes en Occidente.
En la actualidad el término se aplica para denominar a las sociedades que han desarrollado una gran complejidad estructural, y han alcanzado una profunda estratificación social a causa de las múltiples actividades y el nivel económico de sus individuos.
A nuestro juicio, estas concepciones consideran civilizadas a todas aquellas sociedades cuyo desarrollo y evolución han permitido generar estratos superiores que viven del trabajo generado por sectores sociales más vulnerables y desfavorecidos. Por todo esto es importante conocer la noción que la antropología tiene al respecto, en la cual cada pueblo tiene su propia civilización, y en la que no existen “altas” y “bajas” culturas. La complejidad de una sociedad o la magnitud de sus edificios no son indicios de mayor inteligencia. Es imposible utilizar los mismos parámetros de análisis al estudiar las culturas agrícolas y las sociedades nómadas, porque las prácticas y saberes que cada grupo desarrolla son respuestas al entorno en que viven. Cada cultura debe ser comprendida desde adentro porque tiene una historia única que está conformada por un conjunto de pautas, valores y tradiciones que constituyen una realidad en sí misma.


Mesoamérica
Con este nombre se reconoce a la región integrada por la zona central de México, el istmo de Tehuantepec, la península de Yucatán; Guatemala, Belice, El Salvador y la costa pacífica de Honduras, Nicaragua y Costa Rica. En esta región se desarrolló un conjunto de sociedades agrícolas que, aunque no conformaron una sola unidad étnica, compartieron características comunes y estaban muy influenciadas entre sí.
A partir del 1300 a.C. Mesoamérica fue escenario de un desarrollo cultural que implicó el surgimiento de sociedades más complejas y estratificadas. La cultura olmeca es la primera que evidenció un desarrollo estructural diferenciado, como resultado de un proceso al que contribuyeron diversos pueblos mesoamericanos. Esta sociedad, de origen aún incierto, habitó la costa del golfo de México y el valle del mismo nombre, y sus patrones culturales ejercieron una notable influencia sobre las sociedades que se desarrollaron posteriormente en la región. Los olmecas inventaron la escritura, el calendario y la numeración vigesimal; constituyeron la primera sociedad americana que registró una organización estatal y una planificación urbana en torno a importantes centros ceremoniales como La Venta, San Lorenzo y Tres Zapotes.
Realizaron una particular obra escultórica de carácter monumental mediante la cual plasmaron enormes cabezas humanas, y también elaboraron notables figurillas de jade. En sus representaciones aparece la figura del hombre-jaguar, de enorme trascendencia religiosa en numerosas sociedades precolombinas.
Es probable que la decadencia olmeca haya estado vinculada con conflictos políticos entre las élites de los principales centros de poder. Hacia el 300 a.C. esta cultura fue absorbida por otros pueblos.
Hacia el 200 a.C. comienza en Mesoamérica el período clásico, reconocido con este nombre porque en esta etapa la arquitectura, las artes, la ciencia, el urbanismo y la organización social alcanzaron un alto grado de desarrollo. Esta fase también está caracterizada por la dominante presencia de Teotihuacan, y las continuas guerras entre los numerosos pueblos de la región.
A partir del 200 a.C. (periodo clásico temprano) comienza la fase expansiva de Teotihuacan, la “ciudad de los dioses”, situada en el altiplano central, la cual llegó a ser una de las principales ciudades de toda la región, con un gran desarrollo arquitectónico, cosmogónico, astronómico, religioso y una profunda estratificación social. El máximo apogeo fue alcanzado entre el 300 y el 600 d.C. Su raigambre económica era fuertemente agrícola, pero su gran dominio descansaba sobre el control de distintas rutas de intercambio y diversas fuentes de recursos. Durante esta etapa se consolidó el proceso de urbanización comenzado en el periodo preclásico. Los centros urbanos eran conglomerados de poblaciones multiétnicas, provenientes de múltiples rincones geográficos. Otras ciudades importantes de esta época, que también eran aliadas, fueron Monte Albán, Tikal y Calakmul. Los teotihuacanos integraron al panteón mesoamericano las deidades agrícolas de Quetzalcóatl y Tláloc.
La decadencia de Teotihuacan está vinculada al surgimiento de ciudades-Estado ubicadas al sur del área central del valle, que cobraron mayor importancia y concentraron mayor poder como resultado de haber ganado el dominio de las rutas de comercio y el acceso a las fuentes de recursos. Hacia el siglo VIII, el desplazamiento de pueblos provenientes del norte terminó por destruir la ciudad. Comenzaba así un periodo marcado por la fragmentación política y la descentralización estatal.
Paralelo al desarrollo de Teotihuacan, y en alianza con esta ciudad, prosperó la cultura maya en la región de Yucatán, Guatemala y sur de México, la cual alcanzó su mayor auge hacia el siglo VII y desarrolló con gran destreza la arquitectura, la alfarería y la astronomía. Esta sociedad edificó importantes centros urbanos y ceremoniales, al mando de una clase sacerdotal y militar que controlaba las rutas de intercambio y el proceso productivo, y que concentraba los recursos provenientes del trabajo de la población subordinada. Los tributos consistían en especie y mano de obra, y eran canalizados hacia la construcción de imponentes monumentos y obras públicas. Los principales centros fueron, entre otros, Petén, Tikal, Copán y Palenque.
Durante muchos años se creyó que esta sociedad se caracterizaba por un gran pacifismo y una profunda contemplación religiosa, pero las investigaciones más recientes han revelado que se trataba de un conjunto de pequeños cacicazgos sumamente guerreros, muchas veces enfrentados entre sí.
A partir de la decadencia de Teotihuacan, comenzó también la prolongada decadencia maya. Hacia el siglo IX muchas ciudades fueron abandonadas, al parecer como consecuencia de revueltas populares y el derrocamiento de las elites políticas, debilitadas por la gran sequía que en ese entonces azotó a Centroamérica. Durante el siglo X, la expansión tolteca alcanzó el área de Yucatán y la cultura maya experimentó un nuevo florecimiento. En este periodo tomaron vigor algunas ciudades de Yucatán, como Chichén Itzá, Mazapán, Uxmal, Izamal, Cava y Mutul. Las tre primeras formaron una alianza, pero hacia fines del siglo Mazapán impuso una larga autoridad hasta mediados del siglo XV. A partir de entonces las ciudades recuperaron su independencia y se extendió la rivalidad entre los grupos.

Hacia el año 900 comienza en Mesoamérica el periodo posclásico, una etapa de inestabilidad política, caracterizada por el militarismo y el desplazamiento de pueblos provenientes del norte, que a su llegada al valle central provocaron el reacomodamiento de las sociedades que ancestralmente habitaban la región. Las clases dominantes sacerdotales y militares fueron desplazadas por diferentes grupos guerreros que entretejían alianzas y luchaban por expandirse.
Luego de la decadencia de Teotihuacan, los pueblos chichimecas comenzaron a desplazarse hacia el sur atacando las ciudades del valle. Se trataba de grupos cazadores recolectores que habían dominado durante siglos las áridas zonas del norte mexicano, y que comenzaron a trasladarse a causa de un brusco cambio de clima que puso en riesgo su supervivencia. Ejercieron una lenta pero constante presión hasta ocupar gran parte del valle, y hacia el año 960 los grupos toltecas-chichimecas se instalaron en Tula, ubicada al noroeste de Teotihuacan. Allí desplazaron el culto del pacífico Quetzalcóatl e impusieron el de Tezcatlipoca, el dios guerrero. De este modo trastocaron el sentido religioso de la ciudad e iniciaron un vasto dominio territorial, que se extendió hasta principios del siglo XIII.
Cuenta la leyenda que cuando Quetzalcóatl se marchó hacia el este, en dirección hacia donde sale el Sol, prometió volver en una fecha que en el calendario europeo corresponde al año 1519, el año en que llegó Cortés. Esta coincidencia enarbola una de los misterios más asombrosos de la historia.
Los últimos grupos en llegar al valle fueron los mexicas, luego de una larga peregrinación desde el norte. Hacia el siglo XIV arribaron al valle de México y se asentaron en la ribera del lago Texcoco, amparados por los tepanecas. En 1325 fundaron Tenochtitlán, y un siglo después, con un eficiente poder militar, se aliaron a Texcoco y Tlacopán (más tarde conocida como Tacuba) para declarar la guerra a la confederación tepaneca. Con la victoria de la Triple Alianza comenzó un periodo expansivo mexica que alcanzó a dominar gran parte de Mesoamérica y logró centralizar los tributos de numerosas poblaciones de la región, mediante una visión místico-guerrera que asumía una conciencia histórica y se adjudicaba el compromiso de mantener la existencia del universo mediante la práctica de los sacrificios humanos. Entre las áreas que lograron resistir el avance mexica están los señoríos de Tlaxcala (nahua), Meztitlán (otomí), Teotitlán del Camino (cuicateco), Tututepec (mixteco), Tehuantepec (zapoteca), la región maya y el Occidente (dominado por los tarascos).
La sociedad azteca erigió un Estado militarizado con una sólida burocracia, organizado sobre pautas teocráticas. Estaba conformado por una confederación de ciudades-estado que reconocían la autoridad de Tenochtitlán. E panteón azteca comprendía tres dioses fundamentales: Huitzilopochtli, Quetzalcóatl y Tezcaltlípoca. La sociedad, fuertemente estratificada, estaba encumbrada por una nobleza conformada por guerreros y sacerdotes. Controlaron amplias rutas de comercio, establecieron puntos mercantiles y erigieron la ciudad más grande del continente: Tenochtitlán, la capital del imperio, que llegó a superar en número de habitantes incluso a muchas ciudades europeas de la época.
En 1521, la historia de Mesoamérica se trastocó para siempre. El Estado mexica fue conquistado por las tropas españolas de Hernán Cortés y sus aliados tlaxcaltecas y zempoaltecas. Las divisiones y conflictos internos en el seno del Imperio azteca facilitaron la entrada de los conquistadores. Muchos pueblos se aliaron con los españoles para derrotar la hegemonía azteca. Larga y tenaz fue la resistencia de los numerosos pueblos indígenas, pero Mesoamérica terminó de caer en 1697, cuando la ciudad de Tayasal, último reducto maya, fue tomada a sangre y fuego por los españoles.


Las Antillas
La región insular de las Antillas fue habitada por los arahuacos, quienes llegaron desde Venezuela, pasando por isla Trinidad, en largas y lentas migraciones marítimas. Los vestigios arqueológicos más antiguos corresponden al periodo 5000-1000 a.C. y se han hallado en la isla de Cubagua, frente a la costa venezolana.
Durante el primer milenio antes de Cristo, estos grupos de lengua arahuaca se establecieron aguas abajo del río Orinoco hasta el delta, y a partir del siglo I comenzaron a entrar en Puerto Rico. Luego se propagaron hacia las islas, donde expulsaron a los ancestrales grupos siboneyes, quienes pescaban con canoas frente las costas y recogían alimentos en los manglares. Sólo quedaron algunos grupos en el extremo occidental de Cuba y el sudoeste de Haití.
Los arahuacos construyeron grandes poblados y conformaron grupos estratificados liderados por caudillos que se distinguían con productos suntuarios y estaban rodeados por un séquito que los servía. La sociedad vivía de los recursos marinos, a los que accedía a bordo de diversos tipos de balsas y canoas. Sus integrantes practicaron una agricultura rudimentaria a base de mandioca, cazaron, ejercieron el intercambio con otras poblaciones, desarrollaron una cerámica funcional y desplegaron ritos funerarios. Aunque provinieron de Sudamérica, también recibieron influencias de las sociedades mesoamericanas. La cultura arahuaca que alcanzó mayor complejidad fue la que actualmente se conoce como taína, que se desenvolvió en La Española, Puerto Rico y Cuba; y alcanzó un gran desarrollo en las tierras altas de Santo Domingo, región que se convertiría más tarde en la principal colonia española.
En el período tardío, los grupos insulares de la cultura arahuaca se vieron amenazados, aunque nunca desplazados, por los caribes de las Pequeñas Antillas, una sociedad menos compleja que también procedía del noreste sudamericano y que trascendió por su carácter belicoso y sus prácticas antropofágicas (caníbales). Se agrupaban en clanes donde predominaba la exogamia y era frecuente la poligamia. Organizaban permanentes incursiones y estaban liderados por poderosos caudillos. Cultivaban maíz, yuca, frijoles y frutas tropicales, especialmente en las Guayanas y las Antillas. La pesca era una importante actividad que completaba el sustento. Los caribes eran expertos constructores de canoas.
A pesar de los enfrentamientos, compartieron mutuas influencias con los grupos arahuacos y se conocieron matrimonios mixtos. A partir del siglo XVI los españoles redujeron rápidamente a los taínos y arahuacos, pero encontraron gran resistencia en las sociedades caribes.


Costa Rica y Panamá
El actual territorio de Costa Rica evidencia un poblamiento a partir del año 10.000 a.C. y registra un cierto desarrollo hacia los comienzos de la era cristiana. Esta zona corresponde a una región intermedia entre las culturas mesoamericanas y sudamericanas. Fue una gran área de paso y comercio, y un importante punto de congruencia de distintas tradiciones culturales. Ello explica la gran diversidad existente en un espacio territorial tan pequeño.
La región estuvo habitada por un conjunto de sociedades que alcanzaron gran estratificación y una considerable división del trabajo, organizadas en cacicazgos que se encontraban en permanente competencia entre sí, y que en sus actividades productivas y en sus vínculos con las regiones aledañas recibieron importantes influencias de otros grupos culturales. Los cacicazgos que lograron mayor poder e influencia sobre otros alcanzaron grado de señorío, como lo ejemplifica el señorío de Guarco. Al interior de cada sociedad, los sectores más poderosos e influyentes fueron los militares y los religiosos.
Utilizaron rutas terrestres y de navegación. Se agruparon en grandes poblados, construyeron símbolos de rango y practicaron la agricultura, la cual complementaron mediante la pesca, la caza y la recolección de hierbas y frutos.
En Costa Rica existen tres regiones arqueológicas principales bastante diferenciadas: la Gran Nicoya, situada al oeste; la parte central del país; y la zona del Gran Chiriquí, ubicada al suroeste y vinculada con la región panameña del mismo nombre.
Por su parte, la ocupación de Panamá fue muy similar a la de Costa Rica. Los primeros grupos humanos llegaron entre el 11.000 y el 10.000 a.C. Hasta el tercer milenio a.C. practicaron la caza, la pesca y la recolección, y a partir de entonces se desarrolla una agricultura formativa. Entre el 1.500 y el 300. a.C. la agricultura se consolida y más tarde se hace extensiva. En el período tardío también se desarrollaron cacicazgos con su propia organización política y militar, y con una elite sacerdotal que estructuraba un gobierno teocrático. Al igual que en Costa Rica, en Panamá también existen tres zonas arqueológicas, que comparten rasgos comunes con las zonas adyacentes. La zona occidental se relaciona con el del Diquís, región donde se desarrolló la cultura homónima; y la zona oriental se conecta con la regional colombiana del golfo de Urabá. En la zona central se asentaron las culturas Coclé (800-1300 d.C.) y Veraguas (700-1530 d.C.), las cuales produjeron unos estilos artísticos muy singulares que plasmaron sobre todo en la orfebrería, influidas seguramente por las sociedades colombianas.


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SUDAMÉRICA

Los primeros habitantes
El poblamiento de América del Sur presenta numerosos debates. La teoría más aceptada sostiene que los primeros grupos arribaron al subcontinente a través del tapón del Darién, al norte de Colombia, hacia el año 8.000 a.C., y que se trataba de sociedades cazadoras-recolectoras nómadas, descendientes de aquellos porfiados peregrinos de origen mongoloide que habían llegado de Asia. Otros especialistas han cuestionado la posibilidad de que esta corriente migratoria haya sido la única que pobló el territorio sudamericano. Hallazgos recientes sugieren que esta parte de América no estaba despoblada cuando arribaron aquellos grupos mongoloides, y que otras corrientes migratorias provenientes de Australia y Melanesia se habrían anticipado a su llegada. En los descubrimientos arqueológicos de Piedra Furada (Brasil) se han encontrado vestigios humanos que datan del 11.000 a.C., y los hallazgos de Monteverde (Chile) han revelado una presencia humana cuya antigüedad ronda los 15.000 años. Los esqueletos y elementos líticos descubiertos en estos sitios están asociados a grupos negroides melanésicos (los de Brasil) y australianos (los de Chile), que habrían cruzado el oceánico Pacífico para convertirse quizás en los primeros pobladores de Sudamérica. Según el antropólogo Tom Dillehay, los integrantes de estas primeras poblaciones deberían ser llamados paleomericanos.
Para profundizar la incertidumbre, en el sitio de Monteverde habría evidencias humanas que superan los 30.000 años de antigüedad. De todos modos, aunque el origen del hombre americano sigue planteando más dudas que respuestas, la gran mayoría de los sitios descubiertos en Sudamérica revelan similares rangos de variaciones que oscilan entre los 8.000 y los 12.000 años a.C.

Los Andes
Los valles andinos y algunas zonas costeras aledañas fueron el escenario donde se desarrollaron las culturas más complejas de América del Sur. Las primeras evidencias aparecen en Ecuador, donde se han encontrado los vestigios más antiguos de actividades alfareras, textiles y metalúrgicas. Los yacimientos más antiguos corresponden a la cultura de Las Vegas, en la península de Santa Elena, el cual se remonta al 10.000 a.C., y el yacimiento de El Inga, cercano a Quito, que data de unos 10.000 u 11.000 años de antigüedad. En el sitio de Valdivia se ha reportado una cerámica del año 3.200 a.C.

La región ecuatoriana parece haber constituido un importante punto de convergencia cultural y existen asombrosas similitudes entre ciertos objetos y rasgos de Mesoamérica, lo cual permite suponer un intenso intercambio entre los pueblos de ambas zonas. Los investigadores sostienen que la franja costera del océano Pacífico representó un corredor que comunicó a numerosas sociedades americanas, cuyos miembros se trasladaban en balsas y barcazas para intercambiar diversos productos.
Según los indicios, hacia el séptimo milenio antes de Cristo algunos pueblos comenzaron a complementar la caza con actividades como la pesca y el cultivo de plantas; y en los Andes centrales se han encontrado vestigios de colonias de pescadores que se habrían desarrollado entre el 3.500 y el 2.500 a.C. A partir de esta última fecha hay evidencias de asentamientos permanentes que practicaban la agricultura en gran parte del corredor andino, tanto en la costa como en las tierras altas, con la subsiguiente complejidad social y productiva. Para esta época, el intercambio de productos entre ambas zonas ya era una actividad de vital importancia, y en diversos sitios de la costa y las tierras altas se han encontrado numerosos yacimientos precerámicos con arquitectura monumental. En algunos poblados se han hallado montículos de forma circular y poca altura que seguramente han servido como centros rituales. Hacia el 2.000 la actividad constructora parece extenderse y aparecen las actividades textiles, y al poco tiempo toma impulso la alfarería. Para esta época había una gran dispersión de importantes asentamientos en todas las zonas de los Andes y la costa del Pacífico. Ya existía una acentuada estratificación social, grandes caudillajes, un desarrollado trabajo corporativo, una economía en expansión, técnicas de riego, rituales religiosos, influencias recíprocas y vastas redes de intercambio.

Alrededor del año 1.000 a.C. una vigorosa cultura conocida como Chavín comenzó a concentrar poder y extenderse por la región central y septentrional del Perú. Se difundió a través de cerámicas, textiles y esculturas. El principal centro ceremonial fue el de Chavín de Huántar (de allí el nombre), en la ladera oriental de los Andes, el cual albergó a una poderosa elite sacerdotal.
Durante mucho tiempo se creyó que fue a partir de este lugar desde donde comenzó ejercer su vasta influencia, pero investigaciones más recientes revelaron que el sitio recibió influencias externas. Se han hallado centros ceremoniales muy anteriores con rasgos arquitectónicos similares.
El culto Chavín giraba en torno a un hombre-jaguar, una divinidad con rasgos humanos y felinos que no sólo estuvo presente en Perú sino también en la sociedad mesoamericana de los olmecas, curiosamente hacia la misma época.
Al parecer, el surgimiento de esta divinidad, símbolo de fuerza y poder sobrenaturales, convocó el interés de las aldeas sedentarias que se encontraban dispersas en la región, las cuales ya habían alcanzado un tamaño considerable. El culto se extendió entre las poblaciones, y los representantes del hombre-jaguar fueron adquiriendo mayor poder. Las personas acudían a los centros ceremoniales en busca de consejo y ayuda divina, y a cambio dejaban ofrendas y tributos.
Hacia el año 500 a.C. la gran influencia de Chavín perdió popularidad y su poder comenzó a mermar. Sus manifestaciones artísticas y técnicas disminuyeron y otras sociedades ocuparon su lugar.

A partir del debilitamiento de la cultura Chavín se evidencia un fortalecimiento de culturas regionales. Este período es reconocido como primer período intermedio.
La cultura Paracas se desarrolló en la costa sur entre el 700 y el 200 a.C. Trascendió por su refinada cerámica y sus soberbios tejidos, los cuales han permitido conocer los principales rasgos de este pueblo. A partir de múltiples representaciones de batallas y cabezas-trofeo, se ha podido deducir su carácter belicoso y combatiente.
Los Paracas practicaron importantes ritos funerarios, y erigieron fastuosas necrópolis donde agruparon los cuerpos momificados de los miembros más importantes de la sociedad.
Se trató de una sociedad compleja, con división en las actividades y en el trabajo. Al parecer, vivieron de la pesca y la horticultura. Los motivos cerámicos muestran la repetición del jaguar u otros felinos, junto con la serpiente. Las primeras fases de Paracas revelan una fuerte influencia de Chavín y en su periodo tardío se fusionó gradualmente con la cultura Nazca, cuyo centro se encontraba 160 kilómetros hacia el sur. Esta última sociedad se desarrolló entre el 370 a.C. y el 450 d.C., y la transición entre ambas culturas se expresó en un traspaso de los textiles a la cerámica como el medio más importante para representar un tema de relevancia. Las cabezas-trofeo siguieron teniendo un particular protagonismo. La sociedad Nazca erigió grandes asentamientos, construyó necrópolis y complejos acueductos, y edificó centros ceremoniales, pero su obra más trascendente fue la configuración de las monumentales líneas de Nazca que dibujaron en el suelo del territorio. Se trata de figuras y formas geométricas de tamaño gigante, realizadas con una precisión tan exacta que el sitio donde se encuentran constituye actualmente uno de los yacimientos arqueológicos más atractivos del planeta.
A partir del siglo V a.C., en la costa norte peruana se unieron numerosos señoríos y conformaron la cultura Salinar, la cual se extendió hasta fines del siglo I d.C. En este período se extendieron los sistemas de riego y se construyeron algunas urbes y centros ceremoniales. Estas obras fueron continuadas por la cultura Gallinazo, que absorbió a Salinar y terminó siendo desplazada por la sociedad Moche hacia el siglo III d.C.
La cultura mochica se desarrolló entre los siglos I y VII. Fue una sociedad sumamente guerrera y expansiva, con una importante elite sacerdotal y militar que extendió su dominio a varios valles vecinos. Erigió enormes centros ceremoniales, entre los que sobresalen la Huaca del Sol y la Huaca de la Luna, y construyó extraordinarias obras de irrigación para aumentar el área agrícola de la región. Contó con hábiles artesanos orfebres y finos tejedores. La cerámica fue superlativa. La actividad alfarera fue intensa y plasmó en sus piezas todos los detalles de su vida cotidiana. Es probable que su decadencia haya estado vinculada con la expansión huari.
Otras sociedades que se desarrollaron durante este periodo fueron Pucará, en la sierra sur; Lima, en la costa central; y Recuay, en la sierra central. El centro ceremonial Pachacamac, correspondiente a la cultura Ichma y situado al sur del territorio limeño, comenzó a ejercer una importante influencia.

Hacia el 700 d.C., comienza el llamado horizonte medio, cuando el centro ceremonial de Tiahuanaco, ubicado en las proximidades del lago Titicaca, cerca de la actual frontera entre Bolivia y Perú, comenzó a centralizar poder y a expandirse por toda la región andina y costera. La unificación de territorios se llevó a cabo por influencia cultural y mediante la conquista militar.
Según lo revelan las representaciones plasmadas en las cerámicas y esculturas, la principal divinidad tihuanacota fue Viracocha o Dios de las Varas. Esta sociedad basó su economía en la ganadería de camélidos, industrializó la producción de charqui y desarrolló una vasta red de intercambio. La clase guerrera constituía el principal estrato social y los artesanos conformaban la clase media.
Hacia el 700 d.C., muy cerca de la actual población peruana de Ayacucho, al norte de Cuzco, el centro urbano Huari comenzó a desarrollar una vasta influencia entre las poblaciones del centro y sur de Perú. Al igual que Tiahuanacu, su actividad principal era el intercambio, y sobre esta economía erigió un Estado comerciante, militar y religioso.
El reino Huari recibió fuertes influencias de la cultura costeña Nazca y también de la sociedad serrana Huarpa; y hasta existen hipótesis que afirman que su origen fue producto de la fusión entre ambos pueblos.
Lo cierto es que al expandirse, Tiahuanaco y Huari integraron sus actividades y fundieron sus religiones, y mediante esta unión consolidaron un vasto poder imperial que se extendería hasta Ecuador, por el norte; y hasta Bolvia y Chile, por el sur, pactando relaciones de reciprocidad con las poblaciones subordinadas. Esta poderosa fusión prosperó sobre la base del comercio de textiles, cerámicas y piedras preciosas; y el desarrollo de la agricultura y la ganadería.
El imperio alcanzó su máximo poderío hacia el siglo X d.C., y dos siglos más tarde experimentó una profunda decadencia. Se desconoce a ciencia cierta las causas de su debilitamiento, pero entre sus posibles causas figuran la sublevación de pueblos subyugados, el surgimiento de guerras internas por rivalidades y la invasión de otros pueblos.
Con la disolución de Tiahuanaco – Huari las sociedades regionales cobran mayor vigor e independencia. Comienza así el denominado segundo período intermedio, que se extiende entre el año 1200 y el 1465 y da lugar al surgimiento de nuevos y poderosos reinos.
Una de las sociedades más representativas de este período fue el reino Chimú, que prosperó en los valles costeños del norte peruano y llegó a transformarse en un poderoso imperio de 1.000 kilómetros de extensión, cuya capital fue la ciudad de Chan Chan. Las complejas obras hidráulicas que realizaron les permitieron hacer cultivable una superficie mucho mayor a la actual. Construyeron centros ceremoniales trabajando el adobe con gran maestría, y sus artesanos orfebres realizaron las más destacadas piezas de la región. En el siglo XV, el imperio cayó bajo dominio incaico.
Otra sociedad característica de esta etapa fue el reino de Chincha, que se desarrolló entre el año 900 y el 1435 en el antiguo territorio Nazca. Sus integrantes fueron grandes comerciantes y contaron con una gran flota de balsas, con la cual recorrían el corredor del Pacífico hasta la región de Chile, por el sur, y hasta Colombia, por el norte, donde los productos seguían viaje hacia zonas más lejanas.
Los productos que exportaban eran chuño, charqui de llama, lanas, cobre, pescado salado, calabaza, maíz y huacos. Y los artículos que llegaban eran: mullu o concha colorada (spondylus), esmeraldas y otras piedras preciosas.
Estas redes de intercambio aportaron a los gobernantes de Chincha una gran fastuosidad, poder e influencia. El reino también fue absorbido por el imperio de los incas, el cual respetó el prestigio de sus reyes.
Alrededor del 1.200, los incas comenzaron a hacerse fuertes en el valle del Cuzco. El territorio estaba habitado por un conglomerado de pueblos que luchaban entre sí por expandirse y ganar el dominio de la región. Una serie de victorias les permitió consolidarse en el valle y, luego de vencer a los belicosos chancas de la sierra central peruana, comenzaron a expandirse en un raid imparable de triunfos en el cual lograron unificar a todas las poblaciones de la región andina, desde el sur de Colombia hasta la zona central de Chile y el norte argentino. Conformaron el imperio más extenso de la historia del continente. Subordinaron poderosos reinos, como los de Chincha y Chimú, de Perú; el Cañari, de Ecuador, y los reinos cacanos (diaguitas) del norte argentino.

Los incas aglutinaron los múltiples conocimientos de las sociedades precedentes, y de este modo constituyeron la consumación del desarrollo cultural andino. Construyeron un Estado monárquico, teocrático, militarizado y centralista, con una compleja burocracia y una organización estricta. Desarrollaron complejos sistemas agrícolas, practicaron la ganadería extensiva, erigieron soberbias construcciones monumentales y utilizaron una densa red de caminos. Adoraron al Sol como divinidad principal y a Viracocha como dios secundario. Hicieron del Cuzco una ciudad sagrada, capital del Tahuantinsuyu, que albergaba a las más poderosas elites del imperio.
El dominio incaico sólo duró 95 años. En 1532, Pizarro desembarcó en el norte peruano al mando de un ejército minúsculo, pero supo aprovechar las tensiones y rivalidades existentes. Logró secuestrar al máximo gobernante, y tras acumular un inmenso tesoro por su rescate, lo asesinó de todos modos y ocupó su lugar.


Amazonas
La cuenca amazónica fue una zona donde convergieron numerosos pueblos. Los principales grupos lingüísticos son: el arahuaco, el caribe, el ges y el tupí-guaraní.
Los pueblos arahuacos se dispersaron por gran parte de la Amazonía, principalmente por la región norte. También poblaron la cuenca del Orinoco, las Antillas y el norte de Colombia y Venezuela. Se cree que los arahuacos que poblaron las Antillas se desarrollaron en un principio en el curso inferior del río Amazonas, y luego se diseminaron en abanico hacia el alto Amazonas y el Orinoco, para luego pasar a las islas.
Los caribe fueron otro importante grupo que se dispersó por la parte norte de la cuenca y se distribuyó de manera similar a la de los pueblos arahuacos.
La zona central de la Amazonía, en los actuales territorios selváticos de Brasil y Paraguay, fue poblada por grupos tupí-guaraníes. Los primeros se originaron en el Paraná y emigraron hacia el norte y noroeste durante los siglos XV y XVI. Su riqueza cultural y lingüística se extendió por toda esta zona, y sobrevive en los guaraníes actuales del Paraguay.
Los pueblos ges ocuparon la zona sur del Brasil central (en la actualidad se discute la uniformidad cultural de estos grupos).

Alrededor del 6.000 a.C. algunos pueblos cazadores ya habitaban las regiones aledañas al río, mucho más favorables para la supervivencia que los territorios internos de la selva. Con el tiempo se dispersaron y fueron conformando un complejo patrón de desarrollos culturales regionales, integrado por un conglomerado de sociedades semi-nómadas que subsistían de una combinación de caza, pesca, recolección y agricultura. En ocasiones, la unión de numerosos grupos dio lugar a la conformación de federaciones.
La mandioca fue el producto agrícola elemental. El método de cultivo que utilizaron fue la roza, que consistía en quemar la vegetación existente sobre el suelo y preparar la tierra para la siembra. Este método no es muy efectivo para el desarrollo agrícola, ya que sólo permite cultivar la tierra por unos pocos años. De todos modos, el nivel de desarrollo de las técnicas agrícolas fue muy variado. Algunos grupos vivieron prácticamente de la caza y la recolección, mientras que otros pueblos desarrollaron un sistema agrícola semi-intensivo. Las sociedades mojos y baurés, pertenecientes al grupo lingüístico-cultural arahuaco que ocupó el oriente boliviano y el Mato Grosso, utilizaron un sistema de drenaje entre campos elevados de cultivos con el propósito de aprovechar las inundaciones producidas por las lluvias y evitar los daños provocados por el exceso de agua.

Los pueblos amazónicos supieron aprovechar con inteligencia los recursos que el medio les proveía. Levantaron viviendas de madera, y construyeron balsas y canoas para movilizarse por las corrientes fluviales. Confeccionaron redes para pescar, hamacas para dormir, alforjas con hojas de palma, prendas de algodón pintado, mantos de plumas e instrumentos musicales como tambores y flautas. Fabricaron armas y herramientas de hueso y madera; deformaban cráneos y practicaban enterramientos suntuosos. También desarrollaron una cerámica asombrosa. Las piezas más antiguas varían entre el 2.000 y el 3.000 a.C.
La organización política giraba en torno a las aldeas. Cada comunidad estaba liderada por un cacique, que a su vez respondía a un jefe superior que controlaba un territorio mayor. Los caciques planificaban y organizaban los programas de siembra y cosecha, de acuerdo a las crecidas del río. La división del trabajo era elemental y se regía por sexos: los hombres cazaban y preparaban el terreno para el cultivo (tala y quema de árboles); mientras que las mujeres recolectaban, plantaban y cosechaban.
Las principales divinidades estaban vinculadas a las actividades agrícolas y a los fenómenos naturales que podían alterar el régimen de crecidas fluviales. El chamán cumplía una importante función: era el mediador entre los miembros de la sociedad y las divinidades. Interpretaba las fuerzas de la naturaleza y comunicaba su voluntad.
Los ríos tenían un carácter sagrado. No sólo brindaban los recursos necesarios para la subsistencia, sino que también constituían un excelente medio de comunicación.

Los pueblos que habitaron la zona del alto Amazonas, próxima a los Andes, recibieron importantes influencias de las sociedades que habitaron los valles ubicados al otro lado de la cordillera, sobre todo en las tareas agrícolas y en los estilos alfareros. En esta zona, la mandioca comenzó a cultivarse entre el 7.000 y el 5.000 a.C.
De todos modos, las influencias parecieron ser recíprocas. Algunos investigadores sugieren que la cultura Chavín podría tener orígenes selváticos.


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NOROESTE ARGENTINO

Desarrollo cultural
El hombre llegó al NOA hace aproximadamente 20.000 años. Las primeras sociedades estaban conformadas por grupos nómades de cazadores recolectores que paulatinamente aprendieron a domesticar plantas y animales. A partir del año 1000 a.C. comenzó a desarrollarse el período formativo, en el cual aparecieron la agricultura incipiente, el pastoreo y el dominio de algunas tecnologías rudimentarias. Comienza el camino hacia la sedentarización. A este período corresponden las culturas Condorhuasi (200 a.C-350 d.C., Catamarca), Tafí (300 a.C-800 d.C., Tucumán), Ciénaga (0-600 d.C., Catamarca, Salta, San Juan y La Rioja), Alamito (300 d.C.-600 d.C., Catamarca), Candelaria (250 d.C.-750 d.C., Salta y Tucumán), Las Mercedes (400 d.C.-700 d.C., Santiago del Estero) y San Francisco (0-500 d.C., Jujuy, Salta y Tucumán).
Hacia el 200 a.C. apareció la alfarería y entre el 650 y el 850 d.C. se desarrollaron las culturas Aguada (650-850 d.C., Catamarca) y Sunchituyoc (700-900 d.C., Santiago del Estero), correspondientes al período medio.
El período tardío comenzó alrededor del 850 d.C, en el cual surgieron Hualfin (850-1450, Catamarca), San José (900-1200 d.C.), Belén (1000 d.C.-1450 d.C., Catamarca), Santa María (1000 d.C.-1450 d.C., Catamarca), Humahuaca (850-1480 d.C., Jujuy), Sanagasta (1200, 1480, La Rioja, San Juan) y Averías (1200 d.C.-1600 d.C.). Hacia el siglo X, algunos de estos pueblos recibieron marcadas influencias de la cultura Tiahuanaco de Bolivia.
Entre el año 1000 y el 1450 se produjo un período de marcado desarrollo regional en el cual sobresalieron las culturas Santa María y Belén. En esta etapa, la cerámica adquiere características policromas, se intensifica el trabajo textil y metalúrgico, se fortalecen las construcciones, y la sociedad y el sistema religioso se hacen más complejos.

Dominio inca
El territorio fue conquistado y absorbido por los incas alrededor del 1480, año en que el imperio alcanzó su etapa de mayor expansión. El dominio significó la sujeción sociopolítica y religiosa de los pueblos y dejó su impronta en la construcción de caminos y centros de aprovisionamiento (llamados tambos). El imperio aplicó tributos sobre las poblaciones locales e introdujo su idioma, sus técnicas y sus maneras de trabajar la piedra para la construcción. La región formó parte del Collasuyu, una de las cuatro provincias en que se dividía el imperio, aunque sus límites fueron algo imprecisos. El predominio incaico duró poco más de 50 años, ya que en 1533 se produjo los conquistadores españoles entraron en Perú y se adueñaron de la estructura imperial existente en el Tahuantinsuyu.

Cacanos (diaguitas)
Cuando en el siglo XVI llegaron los españoles, los valles y las quebradas de Salta, Catamarca, Tucumán, La Rioja y norte de San Juan estaban habitados por numerosos pueblos agricultores que compartían diversos rasgos culturales y hablaban un idioma en común llamado cacán. Denominados también diaguitas, conformaban un conglomerado de parcialidades entre las que se contaban los abaucanes, aimogastas, amaichas, ambargastas, calchaquíes, capayanes, chicoanas, chilis, famatinas, guandacoles, hualfines, luracataos, olongastas, pulares, tolombones, quilmes, tafis, tinogastas, tucumanaos, yocaviles, etc.
Estos pueblos supieron adaptarse con gran destreza a un medio ambiente hostil donde dominaban fuertes vientos, grandes sequías, soles ardientes y enormes alturas. Lograron una gran cohesión interna que los llevó a integrar una confederación de reinos, es decir que no había una autoridad única sino que cada reino respondía a la autoridad de un jefe o cacique. Para posibilitar la agricultura, construyeron andenes y terrazas de cultivo en las montañas, y realizaron verdaderas obras maestras de ingeniería hidráulica para canalizar el agua e irrigar los campos. También practicaron la caza en menor escala y recolectaban algarroba y chañar. Fueron criadores de llamas, animales que utilizaron como transporte de carga y del cual aprovecharon su lana para los tejidos, su carne y su leche como alimento, y sus huesos y cuero para fabricar utensilios y herramientas.
Como la mayoría de las poblaciones andinas, vestían manta y camiseta, llamada uncu, la cual sobrepasaba las rodillas en los hombres y llegaba al tobillo en las mujeres. Ponchos, mantas y cinturones también eran comunes, elaboradas con lana de vicuña o llama y teñidos con vivos colores decorados con figuras geométricos. Calzaban sandalias de cuero llamadas "husutas" (ojotas). Se cubrían la cabeza con un gorro que también tapaba las orejas y la nuca, y se adornaban con alfileres, brazaletes, collares, pectorales y vinchas confeccionados con hueso, madera, metal y plumas.
Vivían en poblados muy bien trazados y organizados, trabajaron los metales y fueron excelentes alfareros: fabricaban vasijas, jarros y platos que decoraban con habilidad. También moldeaban hábilmente la piedra y la madera
La lucha por el territorio y los recursos los llevó a levantar sólidas fortificaciones, denominadas pucará, con las cuales defendieron y custodiaron sus dominios. Fueron grandes guerreros. Combatían utilizando arcos, flechas, mazas de piedra y boleadoras. Ejercieron una tenaz y prolongada resistencia a la entrada del conquistador. La guerra contra los españoles se convirtió en un fenómeno integral en el que participo la comunidad entera.

Las viviendas eran cuadradas. Estaban construidas en piedra y tenían techo de paja.
En cuanto a la organización social, cada comunidad estaba dirigida por un jefe que ejercía el mando político y militar. Si bien el cargo era hereditario, quien lo asumía debía demostrar cualidades para ejercerlo. Mientras los jefes eran polígamos, el resto de la población practicaba la mono. En cada pueblo había un sacerdote o chamán, quien se encargaba de la salud y las ceremonias religiosas.
Los cacanos intercambiaban sus productos con otras sociedades mediante una extensa ruta comercial, utilizando como transporte numerosas manadas de llamas.
El maíz era la base de su alimentación, aunque también se alimentaban con papa, zapallo, porotos y quinoa.
Sus divinidades eran la Pachamama, el Sol y algunos fenómenos naturales particulares, como el trueno o el relámpago. Practicaban rituales propiciatorios de la fertilidad de los campos y ejercían culto a los muertos.

Omaguacas
Habitaron la quebrada de Humahuaca, ubicada en la actual provincia de Jujuy, donde conformaron un conjunto de parcialidades entre las que se cuentan los casabinbos, chuyes, jujuy, maimará, ocloya, puquilé, purmamarcas, tilcara, tilianes, tumbaya, uquías, yalas, yavis. Eran sociedades agrícolas que tuvieron gran afinidad con los grupos diaguitas, aunque no compartían el idioma. Al igual que estos pueblos, construyeron complejos sistemas de riego y complementaban su economía con la caza y la recolección en menor escala. Consumían carne de ñandú y guanaco, y recogían algarroba.
Los omaguacas estaban dirigidos por un cacique llamado guaca, quien ejercía el mando político, militar y religioso, y residía en Humahuaca. La estratégica ubicación de estos grupos les permitió desarrollar un notable intercambio y comunicación tanto con las comunidades andinas como con las diversas culturas distribuidas en el Noroeste Argentino.
Al igual que los diaguitas, fueron grandes guerreros y se destacaron por la construcción de fortificaciones militares. Dieron un prolongado combate a las fuerzas del invasor.
Construyeron sus viviendas con piedra, sin ventanas y con techos de barro y paja a una sola agua. Las casas se agrupaban comúnmente en poblados conformados por cientos de casas rectangulares.
Trabajaron la cerámica pero no fueron grandes alfareros. También trabajaron metales como el cobre, el estaño, la plata y el oro, y conocieron las artesanías del tejido y la cestería.

Apatamas
Se distribuyeron por la Puna, entre el noroeste de la provincia de Jujuy y el noroeste de Catamarca. Recibieron influencias culturales de sus vecinos diaguitas, omaguacas y otras sociedades del Altiplano. Fueron hábiles agricultores que cosechaban maíz, papa y quinoa, alimentos que almacenaban en habitáculos que hacían en las paredes rocosas de los cerros. Domesticaron la llama, y la utilizaron del mismo modo que los otros pueblos de la región: como alimento transporte y abrigo. También explotaron salinas, donde extraían bloques de sal que luego trocaban por diversos productos, especialmente maíz.
Levantaron sus viviendas de forma rectangular, con piedras y barro, y techo de paja, con una entrada ubicada en la parte superior, a la que se accedía mediante escalas de madera.
Aunque pobres en la confección de cerámica, supieron desarrollar un destacado trabajo artesanal en la madera y la calabaza.

Chiriguanos
Pueblo de origen brasílido, de la rama tupí guaraní, que arribó al Chaco Salteño hacia 1500. Su nombre se debe a un calificativo despectivo que le dieran los quechuas u aymaras, con quienes mantuvieron prolongados enfrentamientos.
Este grupo, de estructura social más simple que la de los agricultores andinos, se impuso a los chané y se superpuso a los pueblos previamente establecidos en el actual Noroeste Argentino.
De los chané tomaron, el trabajo de la cestería, la cerámica; mientras que de los guaraníes adoptaron el idioma, el sistema de creencias y la organización social, así como también las prácticas de caza, pesca y guerra. De los guaraníes adoptaron la alternativa de practicar una agricultura itinerante
Cosecharon maíz, frijoles, yuca, porotos, calabazas, mandioca dulce, sorgo, melones y algunas frutas. La influencia guaraní
Cada comunidad era gobernada por un jefe que respondía a otro más poderoso, el cual detentaba un poder casi absoluto y dominaba a todas las aldeas.
Existía una división social de trabajo de acuerdo al sexo y la edad. Los hombres eran los encargados de cazar y pescar, y se dedicaban a confeccionar elementos textiles o de cestería. Las niñas y muchachas también realizan cestas, mientras que trabajo típicamente femenino es entre los chiriguano el de la cerámica.
La religión estaba muy vinculada a la que profesaban los tupí guaraní. La autoridad sacerdotal más importante era el payé o médico. Practicaron culto a los muertos mediante el entierro de cadáveres dentro de grandes urnas.
En un principio, construyeron sus viviendas de forma circular con techos cónicos, dentro de las cuales entraban hasta cien personas. Más tarde, hacia fines del siglo XVIII, las casas pasan a ser más pequeñas y de forma rectangular, con techo a dos aguas. Estas viviendas se disponían en torno a una plaza.
Los chiriguanos fueron indómitos guerreros y resultaron prácticamente irreductibles por los españoles, aunque las misiones católicas ejercieron bastante influencia sobre su cultura.

Lule vilelas
Fue un grupo de cazadores recolectores de gran movilidad. Pertenecen al grupo lingüístico macropanoano, resultante de la convergencia de pueblos pámpidos y amazónidos. Históricamente, Los lules ocuparon la región del Chaco, desde donde tomaron contacto con pueblos agrícolas de Santiago del Estero y Tucumán, como los tonocotés, con quienes se enfrentaron. Fueron desplazados por los matacos y se replegaron hacia el noroeste de Santiago del Estero, el norte de Tucumán y el sur de Salta. En la guerra utilizaban arco, flechas, macanas y dardos arrojadizos. Habitualmente andaban desnudos, aunque solían adornarse con plumas de ñandúes.
Practicaron un sistema de creencias chamánico.
Los vilelas fueron vecinos de los lules y estaban culturalmente emparentados, pero se diferenciaban de ellos en que eran más pacíficos y habían adquirido hábitos sedentarios. Practicaban una agricultura incipiente y criaban animales.

Tonocotés
Al igual que los lule vilelas, compartían un común ancestro amazónico, pero se diferenciaron a causa de que recibieron una fuerte influencia de las culturas andinas del oeste. Fue una sociedad agricultora que habitó los llanos cercanos a la actual ciudad de Santiago del Estero, entre los ríos Dulce y Salado. Cultivaban maíz, zapallo y porotos en terrenos anegadizos próximos a los ríos; y complementaban la agricultura con la caza de animales silvestres, la pesca y la recolección de algarroba, chañar, frutos de tunas y miel silvestre. También criaban llamas y ñandúes.
Construyeron sus viviendas de manera circular, con ramas y barro, las cuales estaban agrupadas en aldeas rodeadas con empalizadas, para protegerse del ataque de los lules y otras tribus del monte chaqueño.
Desarrollaron el tejido en telar, la cestería y una metalurgia primitiva y se destacaron en la alfarería, mediante la elaboración de grandes urnas funerarias y pucos, con motivos muy elaborados.
Los hombres vestían un delantal corto con mantas decoradas para cubrir el torso. Las mujeres usaban el mismo diseño pero con tela de llama o guanaco o fibra de caraguatá.
Como armas usaban un arco de gran tamaño —tipo amazónico—, flechas y macana. Las puntas de las flechas por lo general tenían veneno.
Practicaron una religión chamánica. Los clanes poseían sacerdotes que hacían de intermediarios ante la divinidad. Se adoraba a un ser llamado Cachanig depositaban ofrendas en lugares que consideraban oráculos. Como la mayoría de las culturas indígenas, respetaban profundamente el nacimiento, la vida y la muerte.
Enterraban a sus muertos y guardaban sus huesos en cántaros de barro.
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LA CUENCA DEL RÍO DE LA PLATA

La cuenca del Río de la Plata es un extenso conjunto hidrográfico cuyas aguas desembocan en el océano Atlántico a través del Río de la Plata. Es uno de los mayores reservorios de agua dulce del mundo y uno de los sistemas fluviales más extensos del planeta. Constituye la segunda cuenca más importante del continente americano, luego de la cuenca amazónica.
Las extensas praderas y áreas boscosas que rodean sus márgenes forman una densa cobertura vegetal que constituye un agente de suma trascendencia mundial para la renovación de oxígeno existente en la atmósfera.
Alberga a una población que supera los 100 millones de habitantes y abarca una superficie aproximada de 3.100.000 km², la cual se distribuye en territorios de cinco países: parte de Brasil (sur y centro-sur) y Bolivia (sur y este), la totalidad de Paraguay, y gran parte de Uruguay y Argentina. Los ríos que la componen se encuentran entre los más extensos del globo y forman cuatro subcuencas principales: las del propio Río de la Plata, la del río Uruguay (1600 km), la del río Paraná (4352 km), y la del río Paraguay (2459 km), este último con importantes tributarios andinos, como el Bermejo y el Pilcomayo.
El Río de la Plata no es un río propiamente dicho. Es el nombre propio que recibe el estuario donde se mezclan las corrientes dulces de los ríos Paraná y Uruguay, y las aguas saladas del océano Atlántico. El estuario forma un brazo de mar que separa los países de Argentina y Uruguay. En su parte más dilatada tiene unos 230 km. de ancho, y disminuye hacia el interior del continente, a lo largo de unos 274 km, hasta el delta del río Paraná.

Poblamiento
La llegada del hombre al territorio que compone la cuenca del Río de la Plata data de unos 13.000 años atrás. La zona fue escenario de convergencia de numerosas sociedades cazadoras recolectoras que practicaron la agricultura de manera estacional y realizaron importantes migraciones internas, que determinaron la superposición de grupos y la subordinación de unos sobre otros, con la consecuente vida asociativa, intercambio cultural e influencias recíprocas resultantes del proceso de convivencia. No se tiene un conocimiento muy pormenorizado de las sociedades más antiguas. Sólo han podido obtenerse algunas precisiones a partir de ciertos hallazgos arqueológicos. Es mucho más detallado y profundo el conocimiento que tenemos acerca de los grupos más tardíos que poblaron la cuenca rioplatense, que bien podrían concebirse como el resultado de la extensa evolución social y cultural existente en la región.

Los grupos pobladores
Los pueblos que habitaron la cuenca pueden agruparse en cinco troncos lingüísticos: los arahuacos, los gés, los tupí-guaraníes, los macro panoano y los ecuatoriales.
Los pueblos de lengua arahuaco son originarios del este de Brasil y desde allí se dispersaron hacia diversos puntos América. Hace alrededor de 2.500 años, los subgrupos guanás (terena) se establecieron en los actuales territorios de Bolivia, Argentina y Brasil. Ocuparon el sector occidental del Gran Chaco, parte de las provincias de Salta y Jujuy y la región brasilera de Mato Grosso do Sul.
Por otra parte, los grupos del tronco lingüístico macro gê ocuparon la parte norte de la cuenca rioplatense. Los kaingang fueron los más numerosos, quienes se asentaron en torno al río Uruguay y el Alto Paraná. Otros grupos gê fueron los xokleng (norte del río Uruguay, Santa Catarina, Brasil), chiquitanos (Santa Cruz, oriente boliviano, sobre la margen occidental del río Paraguay), guatós (margen oriental río Paraguay, Mato Grosso do Sul, centro-sur de Brasil) y bororoan (en torno al río Cuiabá afluente del Paraguay, Mato Grosso, Brasil).
Los grupos zamucoanos (chamacoco y ayoreo), pertenecientes al tronco ecuatorial, se asentaron en el norte Paraguay, sobre la margen occidental del río homónimo.
Hace más de dos mil años, diversos cambios climáticos empujaron a numerosos pueblos amazónicos hacia el sur y provocaron desplazamientos masivos hacia la región de la cuenca del Plata. Para ese entonces, los tupí-guaraní, que habían conformado sociedades relativamente complejas, lograron imponerse sobre pueblos de organización más simple. Hacia el siglo XVI, los tupí predominaban en el litoral atlántico brasilero, desde la desembocadura del Amazonas hasta la Isla de Santa Catalina. Hacia el sur, las distintas parcialidades guaraníes se diseminaron por la cuenca rioplatense, en torno a los ríos Paraná, Uruguay y Paraguay. En vísperas a la llegada de los conquistadores españoles, la actual región de Asunción estaba ocupada por los carios, más al norte se encontraban los itatines, en el este boliviano estaban los chiriguanos, que se impusieron sobre los chané. En el Alto Paraná vivían los guayrá y tayaoba, y desde el río Uruguay hacia el Atlántico habitaban los tope.
El quinto grupo lingüístico que pobló la cuenca rioplatense fue el macro panoano, resultante de la convergencia de pueblos pámpidos y amazónidos, que se dispersaron por la región central y meridional de la cuenca. Este grupo lingüístico engloba a cuatro importantes subgrupos: el Mataco (conformado por los pueblos wichí, chorote, chulupí), el Guaycurú (pilagá, toba, mocoví y maká), el Charruano (charrúa, chaná, güenoa), el Maskoyano (angaite, guana, sanapa), y el Lule Vilela (tonocotes, lules, vilelas).
Los matacos se distribuyeron principalmente en torno a los ríos Pilcomayo, Bermejo y Teuco. Los guaycurúes poblaron las regiones orientales de los ríos Bermejo y Pilcomayo, y las zonas occidentales del Paraná. Los charruanos habitaron el litoral del río Uruguay. Poblaron principalmente la Banda Oriental, pero también ocuparon zonas de Entre Ríos y el sur de Corrientes. Los mascoy habitaron el Chaco paraguayo.
Por último, la llanura pampeana de la actual provincia de Buenos Aires fue poblada por los querandíes, los cuales no parecen pertenecer a ningún grupo mencionado anteriormente sino que se representarían un desprendimiento de las sociedades tehuelches más septentrionales.

Los Guaná
Estos pueblos, también denominados chané o terena, pertenecían al tronco lingüístico arahuaco. Conformaron sociedades estratificadas y eran predominantemente agricultores itinerantes. Practicaban una agricultura basada en la técnica de corte y quema; y sobre esta base económica se organizaron socialmente, crecieron en número y se transformaron en grupos guerreros. Dichas características les habrían permitido imponerse a los grupos cazadores recolectores que habitaban anteriormente la región del Chaco. Luego fueron subordinados por los guaraníes.
En la actualidad suman 16.000 en la zona de Mato Grosso do Sul.

Los kaingang
Los antiguos kaingang pertenecían al tronco lingüístico gê. Se distribuyeron en torno al río Paraná, en su parte oriental. Fueron primordialmente cazadores, pescadores y recolectores. Desarrollaron una agricultura muy básica; y su organización era bastante simple y más horizontal que la de los guaraníes. Fueron desplazados por la llegada de estos últimos grupos, y mediante intercambios e influencias desarrollaron un tipo de cerámica relativamente rústica.
En la actualidad son aproximadamente 26.000 y se agrupan en los estados de São Paulo, Paraná, Santa Catarina y Rio Grande do Sul

Xokleng
Estos grupos pertenecen al tronco lingüístico macro gê. Eran cazadores recolectores, razón por la cual no tenían campamentos fijos. Se distribuyeron en el actual estado brasilero de Santa Catarina, al sur del río Iguazú. Dividían su tiempo en verano e invierno. Pasaban el invierno en el planalto y transcurrían el verano en campamentos estacionales donde desarrollaban sus ceremonias. Los grupos variaban entre 50 y 300 personas.
(Actualmente suman menos de 1000 en el estado de Santa Catarina, fuera de la cuenca rioplatense, en el valle formado por los ríos Itajaí y Hercilio).

Chiquitanos
Pertenecen al grupo macro gê y se distribuyeron principalmente por el oriente boliviano, al oeste del río Paraguay. El pueblo chiquitano es de formación tardía. Surgió a partir de la convergencia de varios pueblos indígenas que se aglutinaron en la región durante las misiones jesuíticas a partir del siglo XVI. Los pueblos que conformaron esta sociedad eran muy diversos. Algunos grupos eran muy estratificados, mientras otros se organizaron sin demasiadas jerarquías.
En la actualidad su número ronda las 20.000 personas,

Guatós
Poblaron el oriente del río Paraguay, en la frontera existente entre Brasil y Bolivia. Pertenecen al tronco lingüístico macro gê.
Hábiles canoeros, se desplazaron por los pantanales del Mato Grosso. A diferencia de otros pueblos que se agruparon en grandes aldeas, los guatós se organizaron tradicionalmente en familias nucleares autónomas, como una forma de adaptación al ritmo de las aguas de los pantanales y para optimizar su movilidad en este ámbito ecológico. Fueron cazadores recolectores y también practicaron la agricultura. Además confeccionaron coloridos tejidos.
Durante muchos años fueron considerados extintos por el gobierno de Brasil, hasta que en la década de 1980, luego de una ardua lucha por la recuperación de su cultura, el Estado les reconoció sus tierras como área indígena tradicional.
En la actualidad son aproximadamente 500 personas.

Bororo
Pertenecen al tronco lingüístico macro gê. Se distribuyeron en torno al río Cuiabá y San Lorenzo, en la parte más septentrional de la cuenca rioplatense. Alcanzaron el este boliviano y ocuparon los actuales estados brasileros de Mato Grosso, Mato Grosso do
Sul y Goiás. Es una sociedad de cazadores recolectores. La unidad política es la aldea, y sus asentamientos consisten en una disposición circular de viviendas en torno a un patio central donde se realizan las ceremonias. Sus principales ritos giran en torno al fallecimiento de un bororo. Es una sociedad que hace de la muerte un momento de reafirmación de la vida.
Actualmente son 1.000 personas. Viven en el estado de Mato Grosso.

Chamacocos
Integran el grupo lingüístico zamucoano, perteneciente al tronco ecuatorial. Se denominan a sí mismos Ishir. Poblaron el norte de Paraguay, en torno al río homónimo.
Sus actividades económicas tradicionales fueron la caza, la pesca y la recolección, y practicaron además la agricultura. Cosecharon el algarrobo, que utilizaban para hacer harina, y cultivaron diversos tipos de porotos silvestres, especies de palmas, tunas y túberos silvestres. El género determinaba la estratificación social y la división del trabajo. Las ceremonias estaban vinculadas a los pasajes de un período vital a otro. Confeccionaron una cerámica puramente utilitaria.
Actualmente suman alrededor de 1.500 individuos.

Ayoreos
Al igual que los chamacocos, integran el grupo lingüístico zamucoano, perteneciente al tronco ecuatorial. Se distribuyeron en torno al río Paraguay, al sur del actual departamento boliviano de Santa Cruz y al norte de Paraguay. Los grupos tradicionales fueron cazadores recolectores selvícolas, los cuales organizaban campamentos estacionales de acuerdo a los ciclos naturales. A causa de su constante traslados, las viviendas eran fácilmente desmontables. Cada grupo era liderado por un cacique elegido por su fuerza y valentía. Como muchos pueblos que reunieron estas características, la vida cotidiana estaba regida fuertemente por pautas mágico religiosas, y el chamán cumplía una función decisiva al interior de la comunidad. Aún existen pueblos que conservan estas tradiciones.
Durante la conquista fueron muy temidos por los blancos, a causa de su bravura en el combate, pero finalmente fueron subordinados y agrupados en misiones salesianas, donde fueron empujados a cambiar sus hábitos y a desarrollar la chacra de subsistencia.
Actualmente alcanzan el número de 3.000.

Guaraníes
Pertenecen al tronco lingüístico tupí guaraní. Provinieron de la Amazonía y arribaron a la zona central de la cuenca del Plata hace aproximadamente 2.500 años. Pese a ser uno de los últimos grupos indígenas que pobló el actual suelo argentino, lograron diseminarse por un vasto territorio y ejercer una profunda influencia sobre los demás pueblos. Cuando los españoles llegaron a Sudamérica, hacia principios del siglo XVI, los guaraníes ya se habían diseminado por casi toda la cuenca del Plata, y continuaban migrando y dispersándose por la región. Sus mismas creencias los impulsaban a desplazarse, ya que buscaban el mitológico lugar de La Tierra sin Mal, una especie de paraíso.
Poblaron los ambientes selváticos cálidos y templados, en torno a los cursos de agua, pero no se distribuyeron de un modo regular y sus territorios estuvieron intercalados con zonas habitadas por otros grupos étnicos. Habitaron gran parte de Paraguay; y la Mesopotamia y el nordeste argentino, el oriente boliviano y el sur de Brasil.
Con los kaingang mantuvieron fluidas relaciones y un activo intercambio. En cambio, mantuvieron un abierto enfrentamiento con los grupos charruanos más meridionales, aunque no así con los que habitaron el sur de Corrientes y el norte de Entre Ríos.
Practicaron la horticultura mediante la técnica de roza, apropiada para los suelos pobres de las regiones selváticas. Consistía en derribar los árboles próximos a sus aldeas, los quemaban y luego cultivaban el campo despejado. Cultivaron principalmente mandioca y maíz, y también cosecharon algodón, batata, calabazas, porotos, tabaco y algunos condimentos. Dichas actividades eran complementadas por la caza y la pesca.
Se agrupaban en aldeas que ubicaban preferentemente sobre lomadas. Los asentamientos, formados por cerca de cien personas, duraban entre cinco y diez años, aunque hubo casos que duraron hasta cincuenta años. Cada aldea tenía una organización autónoma, pero aquellas que estaban próximas solían estar vinculadas por medio del trueque y para la organización de ataques y defensas. Las aldeas se agrupaban en tribus y estaban dirigidas políticamente por un cacique y un consejo de ancianos. La autoridad religiosa recaía en los chamanes. Los caciques representaban la autoridad principal en tiempos de guerra, y moderaban los asuntos existentes al interior de la comunidad. Los chamanes ejercían las prácticas religiosas. Custodiaban los mitos y protegían la salud de las personas. Cada comunidad tenía un cacique y un chamán.
Los guaraníes confeccionaron tejidos, cerámicas y cestería con gran estilo, y trabajaron finamente la madera finamente.
Creían en la vida después de la muerte. Realizaban suntuosos enterramientos porque creían que ello facilitaría el viaje de los difuntos al más allá.
Actualmente existen diversos grupos dispersos en distintos puntos de la cuenca rioplatense, como Misiones y Paraguay. De todos modos, en el nordeste argentino y en el sur de Brasil aún subsiste una fuerte impronta guaraní en la cultura popular y en los rasgos físicos de la población. Numerosas creencias mítico-religiosas conviven sincréticamente con el cristianismo, y otras prácticas cotidianas se mantienen mezcladas con la cultura moderna. Asimismo, la lengua guaraní no sólo predomina en numerosas comunidades rurales de Paraguay y el Nordeste argentino, sino que también está arraigada en todos los estratos sociales y se mantiene viva en la toponimia del lugar.

Matacos
Pertenecen al tronco lingüístico macro-panoano e incluyen a los pueblos wichí, chorote, chulupí, mataguayo y vejoce, los cuales comparten semejanzas culturales. Tienen un origen pámpido con importantes influencias de las sociedades amazónidas. La palabra mataco no es una denominación propia del idioma hablado por estas sociedades. Al parecer, la palabra proviene del quechua y se trata de una denominación despectiva que alude a una especie de animal parecido al armadillo.
Practicaron una vida seminómada, desarrollando actividades comunitarias. En su origen fueron cazadores, pescadores y recolectores; y realizaron, en menor escala, tareas agrícolas. Habitaron la región del Chaco, en las actuales provincias argentinas de Chaco, Salta y Formosa; parte del sur boliviano y el este paraguayo.
Al igual que otras sociedades de estas características, desarrollaron su vida cotidiana en torno a los ríos de la región, en este caso Bermejo y Pilcomayo. La gran mayoría de sus mitos y prácticas culturales están vinculados a las corrientes fluviales, ya que ellas aportaban los recursos necesarios para la subsistencia.
Los matacos han vivido en completa armonía con la naturaleza, y han adquirido una plena conciencia acerca de su cuidado y protección. Desarrollaron un sistema de creencias de carácter chamánico o animista.
La religión regula las actividades predatorias. El dios que protege a los seres vivos defiende la naturaleza y castiga a todos aquellos que no respeten sus reglas. No se debe cazar o pescar de más, ni está permitido desperdiciar lo obtenido. Tampoco se debe jugar con lo recolectado y hay que devolver la cabeza de los peces al río.
Las sociedades estaban conformadas por comunidades vinculadas por parentesco. Cada una de ellas estaba gobernada por un consejo comunitario masculino, bajo el asesoramiento de un jefe anciano. Un conjunto de comunidades formaba una parcialidad.
El contacto ancestral con los pueblos ándidos aportó a los matacos ciertos conocimientos y prácticas culturales, como la posesión de territorios por parte de grupos determinados por parentesco, la monogamia o una agricultura incipiente que utilizaron para desarrollar una vida relativamente sedentaria.
Hacia el siglo XVI ya habían adquirido una vida casi por completo sedentaria.
Actualmente suman alrededor de 35.000 y habitan principalmente el este de Tarija, en Bolivia, en el Chaco Salteño, en el oeste de Chaco y Formosa, y en el noroeste de Santiago del Estero.

Guaycurúes
Pertenecen al tronco lingüístico macro panoano e incluyen a los pueblos abipones, mbayaes, payaguaes, mocovíes, tobas y pilagás; todos de origen patagónido. Luego de recorrer durante largos años las mesetas del sur, se dirigieron hacia el norte, a alrededor del 6.000 y el 5.000 a.C. se asentaron en la región del Gran Chaco.
Habitaron gran parte de Chaco y Formosa, en torno a los ríos Bermejo y Pilcomayo; y el norte de Santa Fe, sobre la margen occidental del Paraná. Los abipones poblaron las riberas septentrionales del curso inferior del río Bermejo. Los mocovíes se distribuyeron en la actual provincia de Santiago del Estero. Los tobas ocuparon casi toda la provincia de Formosa y parte del Chaco Paraguayo
Se trata de sociedades cazadoras recolectoras, cuyas comunidades se organizaban en grupos integrados por alrededor de cien personas. Cada grupo estaba gobernado por un cacique que se destacaba como orador y guerrero, asesorado por un consejo de ancianos. Pero el poder de este cacique no era absoluto ni permanente. Su cargo sólo era válido en situaciones de guerra.
La mayor parte de los guaycurúes era monogámica, aunque los caciques ejercieron la poligamia. Sus creencias eran de carácter animista, es decir que adoraban animales u objetos habitados por espíritus. Al igual que tantas otras sociedades similares, el chamán era un integrante de suma importancia para la comunidad. También practicaron un profundo respeto por los muertos.
Cada tribu tenía determinado un territorio donde podía ejercer la caza, y los límites debían ser respetados rigurosamente.
Los guaycurúes fueron pueblos sumamente guerreros. A la llegada del español aprendieron a manejar el caballo con destreza, lo que les permitió ganar movilidad en el combate. Ejercieron una larga y tenaz resistencia al conquistador.
De estos grupos actualmente sobreviven los pueblos mocovíes, tobas y pilagaes, los cuales se distribuyen en las provincias de Chaco y Formosa.

Charruanos
Pertenecen al tronco lingüístico macro panoano e incluyen a los pueblos charrúa, chaná, güenoa, minuanes, yaros y bohanes. Poblaron los territorios aledaños al Río de la Plata y el río Uruguay, las zonas meridionales de la Mesopotamia argentina y las regiones costeras del Paraná medio. Ancestralmente ocuparon el centro este de la provincia de Entre Ríos y la campaña de zona brasilera de Río Grande do Sul.
Son de origen pámpido y poseen rasgos físicos muy semejantes a los grupos het o pampas, y a los tehuelches o patagones. Más tardíamente recibieron influencias de grupos guaraníes, provenientes de la región amazónica.
Cada comunidad estaba dirigida por un cacique que pertenecía a una especie de linaje, pero su autoridad no era absoluta ni permanente, y debía ser corroborada permanentemente por la sociedad.
Eran cazadores, pescadores y recolectores, pero a la llegada de los españoles aprendieron a manejar hábilmente los caballos y desarrollaron un complejo ecuestre que les permitió ganar movilidad y desarrollar actividades ganaderas.
Elaboraron sencillas vasijas de barro. Como viviendas utilizaron simples paravientos construidos con ramas y cueros. En cuanto a la religión, eran animistas. Creían que los hechos inexplicables conformaban motivo de adoración.
Los grupos charruanos ejercieron una obstinada resistencia ante el avance del conquistador. En manos de estos pueblos murió Juan Díaz de Solís, el primer español que arribó al Río de la Plata. Más tarde formaron parte de las huestes de José Gervasio Artigas, el caudillo oriental que luchó incansablemente por la independencia del Uruguay y contra los centralistas de Buenos Aires.

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REGIÓN PAMPEANA

Las grandes llanuras de Buenos Aires, La Pampa, Córdoba, Santa Fe y San Luis fueron ocupadas por sanavirones, comechingones y querandíes. Mientras que las primeras dos sociedades fueron sedentarias, los querandíes se mantuvieron nómadas hasta la llega de los españoles.

La llegada del hombre al territorio pampeano data de alrededor de 10.000 años atrás. No se tiene un conocimiento muy pormenorizado de las sociedades más antiguas. Sólo han podido obtenerse algunas precisiones a partir de ciertos hallazgos arqueológicos. Es mucho más detallado y profundo el conocimiento que tenemos acerca de los grupos más tardíos.

Comechingones
Como sucede con otras tantas sociedades indígenas que habitaron nuestro territorio, el nombre que trascendió para denominar a este grupo corresponde a una deformación de una palabra utilizada por otros grupos, en este caso los sanavirones.
En realidad, los llamados comechingones conformaron una sociedad compuesta por múltiples parcialidades que se dividían en dos grupos principales: los hênîa, tal como ellos se llamaban, que se distribuían en las Sierras de Córdoba; y los kâmîare, que poblaban el sector meridional de las Sierras Pampeanas, principalmente en lo que es hoy el noroeste de San Luis.
Entre las principales etnias hênîa se encontraban los aluleta, caminigas, chine, guachas o gualas, macaclita, mogas, naure y sitón. Y entre los kâmîare estaban los saleta, los nogolma y los michilingüe.
Son de origen huárpido, aunque a lo largo de su desarrollo han recibido influencias de grupos ándidos, pámpidos y amazónicos, como consecuencia de habitar un territorio intermedio entre todas estas sociedades. Existen indicios para suponer que estos grupos tendrían su etnogénesis hacia el año 4.600 a.C. en la sociedad ongamira, y que se habrían consolidado como una cultura propia a partir del 500 d.C.
Practicaron una economía mixta basada en la agricultura y la caza-recolección. Entre los cultivos que trabajaban se encuentran el maíz, el poroto, la papa, la quinoa y el zapallo. Criaban llamas y especies gallináceas, y cazaban guanacos, ciervos y liebres. Recolectaban los frutos de la algarroba y el chañar, molle y piquillín.
Tuvieron un evidente influjo de los pueblos andinos, ya que desarrollaron la industria textil con lana de auquénidos, y produjeron cestería, metalurgia y alfarería. También fabricaron estatuillas con fines rituales.
Habitaron casas colectivas levantadas con piedra y paja. Las construían hundidas en el suelo hasta la mitad, para soportar mejor las frías temperaturas del invierno meridional.
Realizaron pictografías rupestres y petroglifos de gran abstracción, los cuales hoy se pueden apreciar en la zona de Cerro Colorado, Candonga y Ongamira, en el centro norte de Córdoba.
Rendían culto a la luna y poseían diversos santuarios, donde se congregaban para realizar ceremonias.
Se puede hacer una plaqueta que cuente que el cantito cordobés es herencia de estos grupos.

Sanavirones
Ocuparon el norte de Córdoba y el sur de Santiago del Estero, entre el río Suquía o Primero y el río Salado, donde comenzaba la región del los tonocotés. Hacia el oeste se extendieron hasta la sierra de Sumampa y hacia el oeste llegaron hasta los actuales límites entre las provincias de Santiago del Estero y Santa Fe.
Fue una sociedad de orígenes amazónidos que a su legada logró dominar a los grupos huárpidos originales.
Algunos investigadores afirman que los sanavirones serían una parcialidad diferenciada de la sociedad tonocote, y que se habrían desprendido como consecuencia del crecimiento demográfico o a causa de una sequía.
Cada comunidad respondía a la autoridad de un jefe, cuyo cargo era hereditario.
Practicaron la agricultura con sistemas de cultivo que evidencian el influjo recibido por las sociedades andinas. Los principales cultivos fueron el maíz y los porotos. Complementaban su dieta con la pesca, la recolección de algarroba y chañar, la caza de avestruces y la cría de llamas.
Elaboraron cerámicas con técnicas sencillas y conocieron el hilado y el tejido. Cubrían su cuerpo con prendas tejidas en lana de llamas y teñidas de vistosos colores. Fabricaron armas como la macana, la maza y la boleadora. También utilizaron arcos y flechas, para las cuales confeccionaron afiladas puntas de labradas en piedra y hueso.
Levantaron grandes casas construidas con paredes de adobe y techo de palos, ramas y paja. Las aberturas eran cubiertas con cueros o puertas de caña. En cada vivienda entraban varias familias. Las casas se agrupaban en poblaciones rodeadas de empalizadas y cardones.
Antiguas crónicas describen que los sanavirones realizaban ceremonias festivas vinculadas con el nacimiento y que existían ritos de iniciación relacionados con comienzo de la adolescencia. No se conoce el modo en que enterraban a sus muertos, aunque se supone que lo hacían en urnas funerarias.

Querandíes
Son conocidos como querandíes los pueblos que se desplazaban por el centro norte de Buenos Aires, el centro sur de Santa Fe, el centro norte de La Pampa, y el sur de Córdoba y San Luis.
Se llamaban a sí mismos het. La palabra querandí es de origen guaraní y puede traducirse como “los de la grasa”, debido a que comían mucha grasa de pescado. Por su parte, los mapuches (o araucanos) los denominaron puelches, "gente del este"; y los españoles llamaron pampas a todos los indígenas de la región.
Al parecer, esta sociedad se desprendió del grupo más septentrional de los tehuelches (o patagones) y, como tanto otros pueblos de la cuenca rioplatense, recibieron una importante influencia de la cultura guaraní.
Fueron cazadores recolectores y practicaron una trashumancia estacional, es decir que eran seminómadas. Se trasladaban permanentemente en busca de su alimento, aunque cada grupo se movilizaba a partir de un campamento base del cual partía y regresaba periódicamente. Mediante el trueque con pueblos agricultores, obtenían maíz y ropa de algodón a cambio de cuero.
No poseían grandes diferenciaciones sociales. Se agrupaban bajo el mando de un cacique, y cada comunidad se organizaba en torno a los vínculos de parentesco. Cada parcialidad tenía un territorio específico de caza y recolección, que estaba demarcado ancestralmente. Si los límites no eran respetados podía llegar a desearse una guerra.
Cazaban perdices, venados, codornices, ñandúes, ciervos, liebres, nutrias y guanacos. También pescaban y recogían frutos, raíces y semillas silvestres.
Creían en un gran dios al que llamaban Soychu, quien tenía un contendiente o espíritu del mal denominado Gualichu. La cosmovisión del pueblo het estaba elaborada a partir de un complejo sistema de mitos y creencias que era representado mediante ritos específicos. Cada aldea tenía su shamán, que cumplía roles de profeta, hechicero, adivino, consejero y médico, y además tenía el poder de comunicarse con las divinidades.

Vivían en cuevas o toldos hechos de cuero y troncos, fáciles de construir y transportar debido a su condición trashumante.
Para la caza y para la guerra utilizaban la flecha, el dardo, la bola perdida, la piedra de honda, la lanza y boleadoras. En ocasiones atacaban con flechas incendiarias.
Los elementos de cerámica poseen una labor rústica y están apenas decorados con motivos geométricos incisos, especialmente en los bordes de ollas y otros recipientes.
Los hombres vestían un abrigo de cuero, similar al quillango. También usaban pieles. Las mujeres usaban una falda de cuero que las cubría hasta las rodillas.


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CUYO

Si bien la región cuyana estuvo habitada parcialmente por otras comunidades como los olongastas (duaguitas), los comechingones y los querandíes, fue la sociedad huarpe la que ocupó la mayor parte del territorio.

Primeros hombres
Las evidencias arqueológicas revelan que los primeros grupos humanos que arribaron a la región de Cuyo lo hicieron entre el 8900 y el 8300 a.C. y se asentaron en la zona precordillerana. Los primeros grupos eran de características nómades y practicaban la caza y la recolección, pero a lo largo del tiempo fueron atravesando diferentes períodos de desarrollo cultural.

Período precerámico
Es la etapa más antigua. Su comienzo es difícil de establecer, pero se caracteriza por la existencia de grupos nómades de cazadores recolectores que eventualmente practicaban una agricultura incipiente. La agricultura temprana comenzó a implantarse hacia el 3700 a.C., aunque no todos los grupos pudieron aplicarla debido a la calidad del terreno y las dificultades de riego, y siguieron dedicándose intensamente a la caza y recolección, como es el caso del grupo puelche, que habitaba al sur del río Atuel.

Período agroalfarero
Surge entre el 800 y el 300 a.C. A partir de esta etapa es más característica la actividad agrícola, compuesta principalmente de maíz, zapallo y porotos, aunque la caza y la recolección siguen practicándose como actividades complementarias. Los grupos de este período practicaban cultos y entierros ceremoniales, dominaban la cestería y confeccionaban una alfarería rústica.
Hay evidencias de intercambio de productos con sociedades que habitaban del otro lado de los Andes.

Período tardío o protohistóricoDurante esta fase los grupos nativos se encontraron con el expansivo imperio incaico, el cual había ingresado al actual territorio argentino a partir de 1480 para integrar estas regiones a sus dominios. Su influencia ha quedado atestiguada por la construcción de caminos, tambos (albergues de refugio y abastecimiento) y santuarios de altura en San Juan y Mendoza, donde el imperio ejerció un dominio laxo y de coexistencia pacífica.
Con la caída de Atahualpa (último soberano) en 1533, el dominio incaico desapareció súbitamente luego de 60 años de permanencia en la región.
Cuando los españoles llegaron a Cuyo, hallaron un conglomerado de sociedades que compartían características culturales.

Huarpes
La región de Cuyo debe su nombre a los huarpes, que en su idioma significa “arenal”. Esta sociedad ocupó las tres provincias de la región, y llegó incuso a habitar el norte de Neuquén.
Existían cinco grupos principales, divididos de acuerdo a la ubicación y diferenciación lingüística. Los allentiak poblaron la provincia de San Juan, los milkayak y los chikiyam se distribuyeron por el norte y el sur de Mendoza respectivamente, mientras que los huanacache ocuparon el noreste de Mendoza y San Luis. En el centro y norte de la actual provincia de Neuquén, habitó un grupo huarpe cuyos integrantes fueron llamados “pehuenches” (gente del pehuén) por los mapuches, y que hacia el siglo XVIII fue profundamente aculturado por esta sociedad, es decir que recibieron influencias tan profundas por parte de los mapuches, que acabaron sufriendo un proceso de transformación cultural.

Los pehuenches —de los cuales se especula que se llamaban a sí mismos penken—, avanzaron hacia el noreste ubicándose en zonas que hoy corresponden a la mayor parte del territorio de la provincia de La Pampa y el sur de las provincias de Córdoba y San Luis, donde se asociaron con otros grupos y para formar finalmente la etnia de los ranqueles.

La organización familiar era patriarcal y monogámica. Los grupos eran liderados por un cacique, quien podía ejercer la poligamia y cuyo cargo hereditario. Los huarpes recibieron influencias de los pueblos andinos. Practicaron una agricultura rudimentaria del maíz y la papa, aunque construyeron efectivos sistemas de riego. Complementaban su alimento con la caza y la recolección. Con la algarroba fabricaban bebidas autóctonas.
Usaron la llama como animal de transporte, construían sus viviendas con piedra, barro y paja, conocieron la alfarería y las técnicas del hilado y la cestería. Los huanacaches se distinguieron por confeccionar cestas tejidas tan impermeables que podían transportar agua en ellas. También fabricaban embarcaciones con las que navegaban por las hoy casi extinguidas lagunas de Guanacache.
Creían en una divinidad principal denominada Hunuc Huar, a la que otorgaban ofrendas, y también adoraban a diversos elementos naturales, como el sol, la luna, los ríos y los luceros. Creían en la vida después de la muerte y respetaban a los difuntos. Las comunidades disponían de un sacerdote o chamán que curaba las enfermedades también adoraron al sol, la luna, los ríos y los luceros.


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PATAGONIA

Todas las culturas indígenas que se desarrollaron en suelo patagónico han sido pueblos cazadores recolectores. La Isla Grande de Tierra del Fuego fue habitada por los haush, los yaganes y los selk’nam, y el sector continental dio refugio a los tehuelches. El pueblo mapuche fue el grupo que se incorporó a la Patagonia argentina más tardíamente, dando origen al proceso de araucanización.

Los más antiguos
La región patagónica se encuentra habitada al menos desde hace 12.000 años. Las culturas más antiguas que se reconocen son la Neuquense, en el norte, y la Toldense, en el sur. Sus integrantes eran cazadores recolectores, trabajaron herramientas líticas muy simples y habitaban en cavernas. Hacia el 7000 a.C. aparecieron dos nuevas culturas que comenzaron a trabajar la piedra más elaboradamente: Protosanmatiense en el norte y el Riogallense en el sur.
Entre el 5500 y el 2500 a.C. el clima patagónico fue el más óptimo para la ocupación humana y es probable que esta época haya constituido el apogeo del arte pictórico parietal, cargado de simbolismos. De esta época data el desarrollo de la cultura Casapedrense, que dejó diversas pinturas rupestres.

Tehuelches
Su nombre deriva de la voz mapuche chewelche, que significa “gente bravía”, a causa de la feroz resistencia que opusieron al avance mapuche. Los europeos, por su parte, los llamaron patagones.
Los tehuelches se desarrollaron en la Patagonia aproximadamente desde el año 4.500 a.C. y se distribuyeron entre Chubut y el estrecho de Magallanes.
Conformaban una sociedad nómade cuyos integrantes eran cazadores recolectores que se movilizaban por territorios acordados entre las distintas parcialidades. Vivían en agrupaciones que no sobrepasaban los cien integrantes, vinculados por lazos de parentesco. Practicaban campamentos estacionales, llamados aiken por ellos mismos y tolderías por los españoles y criollos.
La autoridad no estaba muy desarrollada. En cuanto a sus ideas religiosas, tenían respeto por el sol y la luna y creían en la existencia de un dios civilizador llamado Elal. Como vestimenta utilizaban pieles de guanaco. Mediante el trueque recibieron influencias de las culturas del norte, de características sedentarias y con gran desarrollo de la alfarería. En el norte patagónico adoptaron la cerámica, pero nunca se confeccionó en el sur. Luego llegaron las hachas de piedra pulida y por último el metal. En el último período, los tehuelches comenzaron a sepultar a sus muertos bajo acumulaciones de piedra. En cuanto al arte, dejaron diversos pictogramas grabados sobre las rocas, de profundo simbolismo. Desde el río Chubut hacia el norte vivían los tehuelches septentrionales (guenakën) y desde el río Chubut hasta el estrecho de Magallanes habitaban los tehuelches meridionales (aonikenk). Luego de la llegada de los españoles adoptaron el caballo y practicaron el comercio.

Selk’nam u onasLa actual Isla Grande de Tierra del Fuego estuvo habitada por los selk’nam desde hace 8.000 años, cuando la isla estaba unida al continente a causa del crecimiento de los glaciares. De acuerdo a las similitudes físicas y lingüísticas existentes, es muy probable que los selk’nam hayan formado parte de los grupos tehuelches meridionales.
Esta sociedad de cazadores recolectores —llamada onas por los yámanas, es decir “hombres del norte”— se agrupaba en clanes o parentelas que no sobrepasaban los cincuenta integrantes y que compartían un territorio de caza específico, el cual no debían sobrepasar para mantener una convivencia pacífica con los demás grupos.
La división del trabajo era elemental: el hombre cazaba y confeccionaba las armas y las herramientas (en piedra, hueso o madera); mientras que la mujer realizaba labores domésticas, cuidaba los niños y transportaba e instalaba la vivienda. Los grupos empleaban señales de humo para comunicarse. Se juntaban en verano, cuando la comida abundaba; y se separaban en invierno, cuando el alimento disminuía. Si una ballena encallaba en la costa se congregaban varios grupos para consumirla durante largos días.
No existían autoridades, pero los ancianos y los shamanes despertaban un gran respeto a causa de su sabiduría y sus conocimientos. Vivían tras los pasos de las manadas de guanacos, y también se alimentaban de aves, zorros, coruros, mariscos y lobos marinos. Como armas usaban arco y flecha, honda y arpón. Utilizaban pieles de animales para vestirse y armar tiendas que les servían de refugio, sostenidas con troncos y ramas.
La sociedad selk’nam contaba con un profundo mundo espiritual. Practicaba ceremonias de iniciación tendientes a preservar el orden social y poseía mitos cargados de profundo simbolismo.

Haush o manekenk
Se supone que los haush, autodenominados mánekenk, fueron los primeros pobladores que arribaron a la región y que habrían llegado hace unos 10.000 años. Pero cuando incursionaron los selk’nam entraron en conflicto y los haush fueron desplazados hacia el sudeste de la isla, un territorio aislado y hostil, de tierras pobres, clima húmedo, con numerosas ciénagas y matorrales. Primeramente se creyó que ambos grupos estaban emparentados entre sí, pero las diferencias lingüísticas, mitológicas y de alimentación existente revelaron que tenían orígenes distintos. De todos modos, practicaron rituales de iniciación masculina al igual que los selk’nam, se vistieron con pieles como ellos y también utilizaron similares herramientas.
Vivían en grupos conformados por dos o tres familias. Y se refugiaban en sencillas viviendas hechas de ramas y cubiertas por de musgo y cueros. Para desplazarse por el agua fabricaron canoas con un solo tronco, más simples que las de los yámana.
Fueron cazadores recolectores, que se movilizaron la isla preferentemente por las costas, donde tenían acceso a su base de sustentación: la foca. Tenáin una dieta hipercalórica, a causa del tiempo adverso que domina la zona. También se alimentaban de pingüinos, lobos marinos, crustáceos, mariscos, hongos y algas. En tierra eran hábiles cazadores de guanacos, para lo que utilizaban el arco pequeño y la flecha.
Deambulaban buscando sitios donde establecerse periódicamente, hasta que la escasez de recursos determinara una nueva partida. Reducidos en número, fueron los rpiemros en desaparecer tras la llegada de conquistadores y colonizadores.

Yámanas o yaganes
El archipiélago fueguino también estuvo habitado por los yámanas, que en su propio idioma se traduce como “hombre”. Ellos se autodenominaban yaganes, voz que deriva de la palabra yaga, tal como llamaban al canal actualmente denominado Murray, donde solían congregarse.
Aún no se conoce con exactitud el origen de esta sociedad ni la génesis de su migración. Mientras algunos investigadores suponen que son descendientes de las corrientes migratorias que poblaron el continente desde el norte, otros estudiosos afirman que habrían ingresado por el sur. De todos modos, los yaganes estarían vinculados a los primeros cazadores recolectores que habitaron la región fueguina hace ya 13.000 años, y tras una larga adaptación al medio conformaron una cultura diferenciada a partir del 4.000 a.C.
Conformaron grupos nómades que se movilizaban por los canales y las costas sudoccidentales de Tierra del Fuego, principalmente del actual lado chileno, donde interactuaban con los grupos alacalufes o kawésqar.
La vida de estos grupos estaba profundamente vinculada al mar. Se movilizaban en canoas hechas de troncos, cazaban lobos marinos, nutrias y aves, y recolectaban mariscos, hongos y bayas. Para atrapar las presas utilizaban arpón y lanzas con puntas de hueso. También manejaban la honda con increíble destreza. Se agrupaban en comunidades pequeñas y contaban con shamanes, al igual que tantas otras sociedades de nuestro territorio.
Creían en una divinidad llamada Watauiwineiwa que estaba presente en todas partes y se manifestaba en cada cosa. También creían en los Yoalox, a los que se les atribuía la enseñanza del uso y fabricación de las armas y herramientas; y en Curpij, responsable del viento, la lluvia y la nieve.
Sus viviendas eran de forma cupular o cónica, construidas sobre una base de varas de madera enterradas en el suelo y unidas en su parte superior con tiras de cuero. Luego se cubría este armazón con cueros de lobo marino, ramas y cortezas, dejando un orificio en la parte superior de la vivienda que permitiese la salida del humo de la fogata encendida en su interior. Se vestían con cueros de lobo marino o nutria sobre sus hombros, atados en el cuello y en la cintura, utilizando, además, otro cuero que cubría sus genitales.
Los yaganes realizaban intercambios con los grupos terrestres, de los cuales recibieron gran influencia.

Mapuches
A partir del siglo XVII los llamados araucanos comenzaron a cruzar al actual territorio argentino desde el otro lado de la cordillera. En realidad, esta sociedad estaba conformada sencillamente por los mapuches que habitaban lo que hoy es Chile, y es importante subrayar que ellos son anteriores a las fronteras. Lo que hoy se considera como la entrada a nuestro país, para ellos sólo se trató de un traslado geográfico que durante cientos de años se realizó libremente.
Al parecer, el nombre araucano derivaría de la voz quechua awqa, que suele traducirse como “indómito” o “rebelde”. Así habrían llamado los incas a los mapuches del actual suelo chileno ante la imposibilidad de someterlos. De todos modos, los mapuches no aceptan la palabra.
Mapuche corresponde al nombre que se daba y que se da a sí mismo este pueblo. Significa “gente de la tierra”, y revela la profunda identidad del hombre con el territorio.
Las comunidades mapuches se desplegaron por las provincias de Buenos Aires, La Pampa, Neuquén, Río Negro, y Chubut (hasta el río homónimo). Y en un proceso de fusión cultural, llamado “araucanización”, absorbieron a gran parte de las comunidades tehuelches y expandieron su idioma —mapuzungún— por toda la región. El resultado de este proceso fue la formación de nuevos grupos, según el territorio que ocupaban y las características étnicas de las poblaciones preexistentes. Hacia el siglo XIX, los pehuenches y los ranculches nacieron como resultado de estos procesos transculturales.
Sus principales actividades de subsistencia fueron la caza, la pesca, la recolección y el tráfico de ganado. A fines del siglo XVIII, los mapuches controlaban los arreos de ganado que, partiendo de la pampa húmeda, trasladaban por los pasos neuquinos, para comerciar en Chile.
Los mapuches alcanzaron un notable conocimiento científico, astronómico, filosófico, artístico y espiritual. Se destacaron como orfebres y en la talabartería y el tejido. Emplearon la madera para la confección de elementos de uso cotidiano.
Su organización social está centrada en la familia y la relación existente entre ellas. Las familias podían ser polígamas y los matrimonios eran exogámicos, es decir que el cónyugue debía pertenecer a otra tribu. Las familias se agrupaban en torno a un antepasado común, conformado una comunidad denominada lof, la cual estaba dirigida por un lonco ("cabeza" en mapuzungun). En tiempos de guerra se unían en grupos más amplios denominados rehues, formados por varios lofs, y dirigidos por un jefe militar llamado toqui.
Las creencias del pueblo mapuche se basan principalmente en el culto a los espíritus, los antepasados y a las fuerzas de la naturaleza.
Nguenechén constituye una de sus principales divinidades, a quien cada año ofrecen una rogativa denominada Nguillatún. Creen en la vida después de la muerte, razón por la cual colocan alimentos, bebidas y otros objetos en la fosa de los difuntos. Cuentan con una mitología muy rica y diversa, que se transmite oralmente de generación a generación.
A la llegada del español, adoptaron el caballo, lo que agilizó profundamente su movilización y sus desplazamientos. Defendieron su territorio por más de 300 años mediante una tenaz y dura resistencia al conquistador.
Los mapuches representan en la actualidad una de las comunidades indígenas con mayor presencia en nuestro territorio.

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La llegada de los españoles
Hacia el siglo XV, la disputa entre España y Portugal por el dominio de las colonias, los recursos y las rutas de comercio, acrecentó el número de expediciones al Nuevo Continente. Durante las primeras décadas se realizaron distintas exploraciones que encontraron una tenaz resistencia por parte de las naciones indígenas. Los expedicionarios llegaban con pocas naves y alrededor de 150 hombres. En 1516, Juan Díaz de Solís se adentró hasta la isla Martín García y diez años más tarde, Sebastián Gaboto fundó el fuerte Sancti Spiritu en la desembocadura del río Carcarañá sobre el Paraná, en la actual provincia de Santa Fe. Desde allí envió diversas expediciones que recorrieron los ríos Bermejo y Paraguay, hasta la boca del Pilcomayo. Finalmente, los grupos guaraníes meridionales destruyeron el fuerte y los españoles debieron regresar a Europa.
Luego comenzó la etapa colonizadora. En 1536 Pedro de Mendoza llegó al mando de 14 naves y 2000 hombres. Fundó por primera vez la ciudad de Buenos Aires y en un principio logró entablar buenas relaciones con los indígenas querandíes, pero éstos reaccionaron más tarde ante los abusos y los malos tratos. Declararon la guerra a los europeos y organizaron una resistencia total en la que terminaron quemando la ciudad.
Años después, luego de numerosos combates con las naciones indígenas, los europeos lograron asentarse en la región de Asunción, primero bajo el mando de Juan de Ayolas, y más tarde gobernados por Domingo Martínez de Irala. Allí pactaron alianzas con algunas parcialidades guaraníes, dando comienzo a un extenso proceso de mestizaje. Organizaron expediciones en busca de riquezas por el río Paraguay y la región del Chaco, donde se toparon con la tenaz resistencia de las naciones indígenas.
España enviaba armas y refuerzos, y los colonizadores lograron fortalecerse, no sin dificultades. Con el transcurso del tiempo, los asentamientos colonizadores se multiplicaron y surgieron las ciudades. Así nacieron Santa Fe (1573), Buenos Aires (1580, segunda fundación) y Corrientes (1588). Hacia fines del siglo XVI, los europeos se repartieron las tierras con la gente adentro, mediante un sistema llamado encomienda, consistente en el reparto de territorios que eran trabajados por indígenas, a cambio de una supuesta protección por parte de los colonizadores. Este sistema dio lugar a numerosos abusos y explotaciones, y sirvió como herramienta para el enriquecimiento de los propietarios.
Ya entrado el siglo XVII las misiones jesuíticas se instalaron en la región del Alto Paraná, el Alto Uruguay y el Paraguay. Agruparon a las comunidades en numerosas reducciones, donde les impartieron la doctrina evangélica y organizaron las tareas productivas.

Los esclavos

El comercio esclavista se introdujo en el Río de la Plata con la misma llegada del colonizador, pero la actividad se disparó durante el siglo XVII, cuando la explotación y los abusos perpetrados por los colonizadores diezmaron la población indígena y fue necesario introducir mano de obra esclava para sostener el crecimiento de la economía colonial. Fue así que la venta de seres humanos arrancados de África se transformó en un lucrativo negocio en beneficio de las elites blancas
Durante los primeros años, el tráfico estuvo a cargo de comerciantes y compañías de Portugal, Francia e Inglaterra. Sólo a fines del siglo XVIII fue llevado a cabo por los propios españoles.
El origen de los esclavos varía de acuerdo a la época y la compañía que ejerció el monopolio, pero las principales zonas de aprovisionamiento correspondieron a Sudán, Guinea, Congo, Angola, Mozambique y Madagascar. De todos modos, aún se desconoce el origen de muchos miles, y otros tantos ni siquiera fueron traídos de África, sino que llegaron primero a Brasil y luego fueron trasladados a los territorios de la cuenca rioplatense.
Los ingenios, las minas y las plantaciones demandaban cada vez más mano de obra, y junto al tráfico legal fue creciendo el contrabando. El Río de la Plata se transformó en una boca de entrada del comercio ilegal de esclavos, y la actividad enriqueció las arcas de numerosos funcionarios.
Luego de atravesar el océano en barcos donde viajaban hacinados, los esclavos llegaban a Colonia y Buenos Aires, donde eran marcados, vendidos y distribuidos. Muchos quedaban en la ciudad, donde realizaron principalmente tareas domésticas y comerciales, pero un gran porcentaje era trasladado a distintos puntos del interior del territorio, donde desempeñaron las más diversas actividades en beneficio de sus propietarios.
La población afrodescendiente no fue un actor pasivo de la historia rioplatense. Ha sido capaz de crear cultura en estado de sometimiento y ha logrado instrumentar una resistencia cotidiana desarrollando prácticas sociales que le permitieron fortalecer su propia identidad.
Durante el siglo XIX, la erradicación de la esclavitud fue larga y penosa. Una vez alcanzada la libertad, la población negra conformó uno de los sectores más vulnerables de la sociedad. Engrosó las filas de los ejércitos nacionales en numerosas batallas, ocupó los puestos de trabajo más duros y vivió en los barrios más precarios.
Pese a todo, su herencia aún se mantiene viva en la esencia de nuestras sociedades. Vive en la música y en el vocabulario, en los juegos y en la literatura.

El proceso de mestizajeLa convergencia de estos tres grupos étnicos —indígenas, blancos y negros— desató un proceso de mestizaje que acabó por conformar una población multiétnica y otorgó una nueva fisonomía a la demografía continental. Los peninsulares y criollos instauraron un régimen de castas, dentro del cual ocupaban la cima de la pirámide social y tenían acceso a los principales privilegios, mientras los demás grupos, resultantes de los diversos mestizajes, eran considerados símbolos de atraso e impureza. El racismo se consolidó como herramienta del poder.

Los principales grupos resultantes de este proceso de mestizaje fueron los siguientes:

Español peninsular - española peninsular: criollo
Criollo - criollo: criollo
Español - india: mestizo
Español - negra: mulato
Negro - india: zambo
Mestizo - india: cholo
Mestizo - española: castizo
Mulato - española: morisco
Español - morisca: albino
Negro - zamba: zambo prieto

Pese a que las elites han pretendido instaurar el imaginario de que nuestras sociedades son esencialmente blancas y de rasgos europeos, la conformación de la población rioplatense es notoriamente distinta. Muchas provincias argentinas llegaron a tener más de la mitad de población negra, y la herencia de aquella presencia salta a la vista. La abundante población indígena existente en estas tierras hace sentir su presencia en la composición étnica de los ciudadanos. En Argentina, por ejemplo, el 56 % posee un antepasado indígena.
Los grupos mestizos hoy representan una importante presencia en toda la cuenca del Plata. Se han sobrepuesto a siglos de esa discriminación y han sido capaces de crear nuevos y sólidos componentes culturales en los diversos rincones de nuestro continente. La diversidad étnica quizás se haya negado en el discurso dominante, pero es una realidad concreta y visible para todo aquel que se atreva a mirar profundamente el territorio.