Poesías

Fui útero y engendré pasiones.
Fui desierto y maté de sed.
Sé de tormentas
que devuelven la esperanza:
soy cuando me hundo.
No puedo germinar sin vendavales.
Y si fuera un clan de luces
y si fuera un vientre oscuro
hallaría mi episodio,
encontraría mi guarida.
Adicto al mar a pesar de los naufragios,
madrugada que aguarda su lucero,
fondo marino que espera al ahogado,
me hallo en lo que brota,
me prolongo en lo indecible.

No sé lo que soy
pero sé lo que no quiero.
Soy yo mismo
quien me aguardo
más allá del alba,
quien me invita a andar
sin conocerme.
Reconozco mi cuerpo
en esta bruma sin contornos.
Es mi mano la que extiende
este ser que desconozco.
Mi cuerpo se desdobla
en un signo de preguntas.
Entonces me digo:
Algo comienza.


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¿Qué oyes? ¿Qué persigues?
¿No ves la caída hacia el abismo?
Observa al niño desnudo.
Escucha su llanto.
Él también está solo y espera.
Y espera mucho más de lo que somos.
Inerte, sin luz ni brillo
en un extraño mundo sombrío
te has dormido.
Un murmullo lejano
te mantiene intranquilo.
Estás ansioso de estos huesos
pero déjanos morir sin tu sentencia.
Incapaz de tu vertiente
te has lanzado enfurecido
a beber de nuestra sangre.


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Hágame el favor de expulsarme
Dígame que soy un extraño entre sus huestes,
que no merezco sus honores.
¿Sabe?
Soy un náufrago aferrado a mi zozobra.
Tiemblo al ver la luz
que desde la costa me socorre.
No sé.
Quizás deba inventar una palabra
para nombrar a quien me sueña
más allá de las mareas.
¿Sabe?
Mejor apague la luz del faro.
Creo que nadaré hacia la tormenta.


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Yo espero al tiempo y le digo:
“Ven a destrozarme.
Descarga tu furia
contra mi cuerpo”.
Quisiera que estos peldaños
fuesen mi tránsito final.
Cuando muera,
me fugaré volando puentes.
Escaparé al desierto
para fundar allí
ciudades nuevas.
A mi entierro podrán asistir
informalmente.
Dentro del cajón
les dejaré un cartel
que diga: “Empiecen sin mí”.


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Hemos labrado el arco iris,
pero nos han negado los colores.
¿Por qué la desolación
se empeña tanto con nosotros?
Arde hundir las manos
en la sombra.
Pero debemos dragar la noche
hasta recuperar la luz del reino.


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Las palabras suicidas
trepan a tus labios
para arrojarse al vacío.
Saben que en tu voz
duerme el sicario
que traicionó al silencio.


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Ser este intento frustrado,
esta oscura indiferencia.
Ser esta pérdida irreparable,
este apesadumbrado desencuentro.
Ser un galanteo biológico,
una humedad anfibia.
Ser un cortejarse imbécil,
este cuerpo corrompible,
esta tumba para el alma.
Ser aquella soledad inicial
ya arrancada su tibieza,
ya ensuciada de esta forma.
Ser atrapado por la nada,
esta angustia miserable
este ignorar la condición humana.
Ser socio del olvido, máquina siniestra.
Ser esclavo del tiempo,
exterminio de existencia.
Ser un punto en el mapa, en la brújula.
Ser sólo superficie, finitud, gravedad.
Sólo materia, estúpida estadística.
Ser la mueca victoriosa de la parca,
estas palabras tontas,
este incómodo silencio.
Ser este absurdo de existencia,
esta contaminación.
Ser lo predecible de este mundo relativo.
Ser el peso de este abismo,
este dormitorio aplastante,
este aire irrespirable,
esta trampa, esta jaula,
este insulto al éter.
Ser sólo carne,
sólo orgasmos de músculos contraídos.
Ser esa ropa tirada en el piso.
ese reloj que da las dos.
Ser esta traición al corazón
que porfiadamente late.
Ser este despojo fugitivo de la magia,
este echar la poesía por la borda.
Ser cenizas del gran fuego sagrado.
Ser este asesinato de absoluto.
Ser este cruel desprecio,
la cobarde huida de un amor sincero.
Ser masa amorfa y pegajosa,
salpicada de orgasmos ajenos,
vacíos de amor.
Ser tu propia lejanía
y quedar exiliado para siempre.


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Me pregunto
si la cobardía
nos inyectará el olvido
cuando venga a buscarnos
el enemigo tiempo.

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No me preguntes
de qué modo
he de encontrarlo.
Sé que existe.
Pero apenas me inyecto
otra dosis de luz,
enseguida me alcanza
el eclipse de los rostros.


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En tu final
simplemente desaparecerás,
porque morir requiere
el doloroso mérito
de haber estado vivo antes.


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Yo, que jamás fui a misa ni creí en diplomas, pues la ciencia ha inventado muchas cosas pero aún no ha descubierto al hombre. Yo que confié más en los bomberos
que en los astronautas, más en las prostitutas que en las amas de casa, más en los poetas que en los profesores, más en las confusas pupilas que en los exactos relojes.
Yo, que vi a la muerte fundar templos en los sitios más decentes, que desconfié de las instituciones, y sospeché de himnos y banderas, de políticos que besan niños,
de líderes y profetas, de fórmulas redentoras, de héroes de salón.

Yo, que no aspiro a imponer teorías que lo expliquen todo ni a ganar debates en las grandes academias,
que no creo en eso de que el homo sapiens, que no aplaudo para que otro me entretenga, que no espero la verdad del periodista, ni profeso respeto a ningún tipo de uniforme.

Yo, que no creo que la ley me ampare ni el dinero me resguarde ni el horóscopo me sirva. Yo, que desconfié del valor utilitario del deber y la conciencia, del costo innecesario de la seguridad y la prudencia. Yo, que prefiero saberme mortal desde temprano, que me asumo un existente en riesgo, que prefiero la intemperie y me atraen las vidas que hay después de los fracasos, he encontrado más verdad en lo precario, más aristocracia en el desesperado más vigor en la fuerza de quien duda.

Yo me abrazo con el que enfrenta la pregunta y se hunde en el abismo que atesora.

















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