Indios no

Cuando los españoles arribaron al suelo americano fueron incapaces de entender la múltiple realidad del continente. Ellos sólo vieron indios, a quienes así llamaron por creer que habían llegado a tierras hindúes. Con el paso del tiempo el equívoco fue aclarado, pero los habitantes americanos siguieron siendo encubiertos tras la fachada de aquel vago nombre que jamás alcanzó a revelarnos la extraordinaria pluralidad de aquellos habitantes.
Decir indio nos quita la posibilidad de discernir la enorme riqueza de las comunidades, del mismo modo que estaríamos impedidos de apreciar la multiplicidad del bosque si fuéramos incapaces de distinguir alerces, coihues, lengas, cipreses y arrayanes.
Cada una de las sociedades que aquí existía —y que aún existe— se adaptó a su entorno de un modo particular. Si trabajó los metales, la cerámica o los tejidos, lo hizo a su estilo, de una manera específica. Aunque algunos grupos compartieran rasgos similares en la organización política y económica, o evidenciaran algunos parecidos en la estructura social, la religión o la arquitectura, cada etnia desarrolló sus destrezas y creencias conforme a sus respectivas particularidades, de acuerdo a su propio criterio cultural y a las necesidades que se presentaban en su contexto geográfico inmediato.
Más que indios, entonces, aquí había mapuches y guaraníes, querandíes y huarpes, wichís y guaycurúes que supieron identificarse con la tierra que habitaban y vivir en la naturaleza en completa armonía.