Nuevas prácticas sociales

Extracto de una entrevista que nos realizó Francesc Sánchez, de El Inconformista Digital (Barcelona, España)



La crisis [argentina] de 2002 no sólo fue una crisis económica sino también política. La gran consigna de lucha se canalizó en la frase “Que se vayan todos”, una expresión para nada metafórica que revelaba la indignación de un pueblo ante la corrompida y obsoleta representación política de nuestro país.

Durante la década de 1990 el Gobierno argentino mantuvo la paridad de uno a uno con el dólar norteamericano, abrió las fronteras a los productos extranjeros y privatizó todas las empresas nacionales. Vivimos diez años con una economía ficticia. Los funcionarios decían que Argentina se había insertado al Primer Mundo, pero en realidad se había echado a rodar una descomunal hemorragia de capitales hacia el exterior. Este proceso fue el propio inicio —aunque silencioso— de la crisis. Fue como una borrachera en la que circuló demasiado dinero como consecuencia de la dilapidación y el remate del país al capital extranjero. La población se dio cuenta tiempo después, cuando empezaron a llegar las facturas de los platos rotos. En 2001 la economía se derrumbó vertiginosamente y llegó la debacle.

La crisis económica causó desesperación en la gran mayoría de la población y golpeó a todo el país en su conjunto, pero sus efectos quizás se hayan sentido con más fuerza en el interior. Porque la década del noventa puso en marcha un proceso feroz de centralización y concentración de la riqueza que lanzó a Buenos Aires a compartir una supuesta cima primermundista con las más brillantes capitales de mundo, pero esta dinámica relegó brutalmente a todo el interior. Mientras Buenos Aires se mostraba como un paraíso de privilegios y con mucho brillo, y causaba admiración a quienes lo visitaban, el resto del país sufría un vertiginoso y vergonzoso atraso. A la vez que el dólar barato permitía a una minoría cambiar el auto y la casa, viajar a Europa y los Estados Unidos, cerraron miles de fábricas y empresas, la industria nacional se paralizó, millones de personas perdieron el trabajo, se murió el campo y se agrandó la brecha social.

Cuando estalló, la crisis inundó todos los rincones. Pero en el interior aparecieron casos extremos, como por ejemplo desnutrición infantil. Los chicos aparecían llorando en televisión diciendo que tenían hambre y no había qué comer.

Los nuevos gobiernos debieron lavarse la cara y reestructurar sus mecanismos de dominio adoptando máscaras populistas y progresistas, pero desde los barrios y las comunidades la gente se organizó de manera autónoma, descreyendo de los gobiernos como agentes de cambio. La gran crisis multiplicó el número de emprendimientos autogestionados porque la gran mayoría de la población descree de la capacidad de la política tradicional para transformar la realidad.

Los trabajadores tomaron las riendas de cientos de fábricas vaciadas por los patrones, se aceitaron los mecanismos de trueque y solidaridad, surgieron asambleas barriales, nacieron importantes cooperativas, se abrieron numerosos comedores escolares y se multiplicaron las agrupaciones piqueteras, que cobraron una importante presencia en los barrios del conurbano, desarrollando distintas actividades y cristalizando un sólido entramado de militancia social basada en la autonomía, la horizontalidad y la democracia directa.

En gran parte del país, el desempleo es generalmente paliado con planes de jefes y jefas de familia que consisten en la miserable entrega de cincuenta dólares mensuales y aceitan la maquinaria clientelar del Estado, porque son totalmente improductivos, mantienen en la marginalidad a innumerables familias y las hacen depender de las prebendas y favores del Estado.

En todo este marco, los proyectos autónomos e independientes que surgen en los barrios y las comunidades están atravesando un presente muy fértil. Y consideramos que estos emprendimientos autogestionados tienen mucho futuro por delante, porque están creando una nueva manera de hacer política desde el barrio, desde las comunidades, desde abajo, donde no hay burocracia ni autoridades que frenen los logros populares, ni líderes que puedan ser comprados por el poder de turno. Mucha gente confía y se identifica en estas nuevas propuestas de lucha, como un camino válido para ir reconstruyendo el entretejido social destruido por las dictaduras y el neoliberalismo. La gente considera legítimas estas propuestas, porque son horizontales y participativas, como una democracia directa que actúa sin intermediarios sobre el entorno inmediato.

En cuanto a la actitud del Estado, los funcionarios ven que hay una movida popular que surge desde la comunidad, que pasa por fuera de sus determinaciones y que desde abajo crece una reivindicación de los derechos, la salud, el trabajo, la producción… una lucha en la que no tienen influencia sus punteros políticos. Y eso al poder no le gusta nada. De hecho, empiezan a ver que hay cosas que les pasan por los costados. Y quizás una hormiga no molesta, pero dos, tres, cuatro... ya comienzan a hacer un camino.

¿Entonces qué va a pasar? El Estado va a querer absorber estas formas de lucha, para neutralizarlas y hacerlas indefensas, como hizo con las múltiples asambleas barriales que se organizaron en las esquinas del país a lo largo del 2002. Como hace con toda nueva propuesta que le disputa nuevos espacios. Y si no puede absorberlas, va a intentar destruirlas, porque el Estado —como cualquier enfermedad— sólo aspira a reproducirse a sí mismo y a monopolizar su dinámica de dominio. El Estado no admite ni conciente el crecimiento de propuestas por fuera de sus reglas de juego. Se vende como un organismo protector, pero si vos rechazás su supuesta protección, se encargará de soltar contra vos toda su jauría de chacales. Y es el Estado el que decide quién debe vivir y quién debe morir para construir el futuro que más le conviene a sus intereses políticos y clientelares. En cuanto puedan ir obteniendo logros y mantenerse autónomos de toda forma de poder que intente cooptarlos, la historia les dará un espacio protagónico a estos emprendimientos. Me parece que la lucha va a darse en ese marco.

La organización autónoma y los emprendimientos autogestionados que crecen desde el barrio y las comunidades tienen toda la viabilidad para convertirse en una experiencia masiva capaz de enfrentar los problemas que tú mencionas, porque quienes se nuclean y organizan en este tipo de lucha es la gente real, la que sufre las consecuencias de la falta de agua, la contaminación, la escasez de recursos, los cambios climáticos bruscos, las inundaciones, las muertes, el hambre, las enfermedades. Las cúpulas gubernamentales no están capacitadas para tomar determinaciones sobre estos asuntos porque viven en archipiélagos satelitales alejados de la realidad y las personas, en mundos saturados de impunidad y privilegios. Y en nombre de la representación política, la Constitución y la democracia, han creado un gigantesco barrio privado al que sólo ellos entran y desde el cual manejan al país como si se tratara de una empresa. ¿Y qué le importa a un empresario? Las ganancias. ¿Y en qué se miden las ganancias? En dinero. Son ellos los que se reparten al país con la gente adentro, se distribuyen los cargos, acomodan a todos sus amigos y parientes. Es un gremio mafioso cuyos miembros se cubren y protegen entre ellos. ¿Has visto a alguien preso por las atrocidades cometidas desde el poder? Las cárceles son el destino de las personas que ellos descartan. Y para lo que ellos son pérdidas y ganancias en dinero, para nosotros son vidas humanas que ya no están, amigos que se mueren, hermanos asesinados, hijos que se nos van, escuelas que se destruyen, empleos que desaparecen, recursos que se derrochan, poblaciones enteras condenadas al sufrimiento y el desamparo. Los funcionarios nunca van a sufrir las consecuencias de la falta de energía, la escasez de agua o las consecuencias de las guerras. Ellos todo lo compran con dinero y por eso lo destruyen todo sin conciencia.

Por el contrario, ¿quién va a conocer mejor el valor del agua que un campesino?, ¿quién valorará la tierra más que un agricultor?, ¿quién sabrá las necesidades de la gente del barrio más que el vecino del propio barrio?, ¿quién sabrá planificar emprendimientos de trabajo más que los propios trabajadores? La gente ha demostrado que puede manejar empresas, tomar decisiones productivas y gestionar recursos de una manera mucho más eficaz que algunos empresarios de cierto renombre y economistas importados de Harvard. Es el caso de numerosas empresas y fábricas recuperadas por los propios trabajadores, que han logrado reactivar plantas vaciadas por sus propietarios y han sabido poner en marcha una producción más acorde a las necesidades de los obreros, manejando además complejas maquinarias que supuestamente sólo podían ser operadas por sabihondos ingenieros.

La gente también ha demostrado —como en el caso del “No a la mina” de Esquel— que con el buen manejo de la información y difusión de lo que se debe saber, los propios vecinos pueden tomar determinaciones importantes y ser capaz de parar emprendimientos empresariales multimillonarios y genocidas que son apoyados por numerosos funcionarios pero que atentan contra la naturaleza y las futuras generaciones. No son los políticos quienes cambiarán las cosas, sino los seres humanos que están apegados a la vida y están concientes del valor de las cosas que realmente valen.

Si esta clase de emprendimientos logran establecer un sólido vínculo entre ellos, como ya está sucediendo en distintas partes del país, van a ser capaces de transformar la vieja política —monopólica y mafiosa— para instaurar un nuevo modo de acción y participación como un valido modo de influir sobre la realidad y cambiar la situación de millones de personas. Nosotros pensamos que este tipo de organizaciones autónomas pueden llegar a cobrar una importancia histórica. A medida que se vayan consolidando y ganando cuerpo, habida cuenta del deterioro de las instituciones democráticas, podrían llegar a concentrar un importante peso político, capaz de contrarrestar y controlar a los tres poderes constitucionales, y —por qué no— a ocupar su lugar. Desconozco el proceso mediante el cual todo esto pueda llegar a suceder, dado que sería un acontecimiento por completo novedoso que la propia gente deberá ensayar y desarrollar en un contexto determinado. Yo no estoy preparado para hacer ese tipo de predicciones. Pero es una organización social que se permite pensar a partir del actual estado de cosas.