El racismo, herramienta del poder.

Todo proceso de conquista y dominación necesita de una legitimación moral que justifique la depredación y las matanzas. Al expandirse Europa en desmedro de otras culturas, los pueblos subyugados fueron rebajados a una cualidad inferior. El proceso de dominación se ejerció en nombre de la verdad y el progreso, y en contra de la barbarie y el atraso. Los pueblos de otros continentes estaban integrados por hombres y mujeres primitivos y salvajes, simplemente porque no vivían al modo occidental. Los indígenas de América fueron condenados por ser distintos. Sucumbieron por herejes, polígamos, incestuosos y paganos, es decir que murieron por practicar una cultura diferente.

Diversos argumentos sostuvieron que los pueblos negros o indígenas pertenecían a razas inferiores. Esta noción es absurda, porque desde el punto de vista biológico no existen razas humanas: toda la especie humana tiene la misma sangre y la misma información genética, y el aspecto externo del ser humano es simple y llanamente el producto de su adaptación al medio ambiente en que vive. El racismo y la deshumanización es la condición básica para esclavizar al otro, y el otro siempre es inferior. Nadie intenta diferenciarse de lo que es mejor.

El racismo es una necesidad que surge de quien domina, para infundir en el dominado la propia visión del dominador y establecer un imaginario que permita la desigualdad social.

La España que llegó a América estaba atravesando uno de los procesos de centralización más feroces de historia. A la castellanización forzada le siguió la imposición del catolicismo como doctrina única y verdad revelada. La guerra como medio de legitimación del saqueo y el sometimiento del otro se imponía como cultura. El racismo se constituyó en la cédula que habilitaba a los “civilizadores” a entrar a sangre y fuego en poblaciones “salvajes y primitivas”.
El racismo se esparció por toda Europa, porque fue toda Europa la que se benefició materialmente por el “atraso” de África y América. Estas ideas fueron tomadas por las élites políticas que organizaron el modelo de país en este continente. Ellas son las que inventaron nuestro pasado, nuestras tradiciones. Y la invención de la tradición requiere reforzar ciertos aspectos que se visualizan en las clases dominantes. Se acentúan los rasgos del conquistador: blanco, europeo, occidental, que tiene la misión de civilizar a un continente atrasado, mediante un conocimiento mejor y con el apoyo de la religión verdadera. A partir de estas necesidades, se niega la presencia de otras culturas no blancas, no occidentales, y si se las menciona es para otorgarles un papel pasivo: la población que recibe la luz del blanco y que experimenta el progreso gracias a sus aportes.